viernes. 29.03.2024

De nuevo, un fantasma recorre Europa: El racismo

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Los pescadores de Lesbos, Lampedusa o Cádiz siguen sacando del mar y de la muerte a quienes sólo han cometido el delito de querer sobrevivir

Hace unos años -en 2004-, Ed Van Thijn, ex-alcalde socialdemócrata de Amsterdam, aseguraba que Holanda caminaba a paso veloz hacia el “apartheid” ante la indiferencia de la parte más progresista de la población. Thijn se hacía eco de las constantes agresiones sufridas por emigrantes de origen magrebí, turco, hindú o eslavo y de la escasa contestación de la población ante tales hechos: La mayor de las manifestaciones convocada por el foro holandés contra el racismo no logró congregar a más de dos mil personas. Thijn -en la actualidad retirado de la actividad política pero activo  defensor de los derechos de los emigrantes “sin papeles”- continuaba diciendo que la tradicional tolerancia holandesa había pasado a la historia desde que Pim Fortuyn arrasó en Rotterdam –tradicional bastión laborista- con un programa basado en la imposición de drásticas medidas xenófobas, añadiendo que la idea de una Europa unida, políticamente avanzada, hogar y asilo de refugiados y emigrantes estaba siendo dinamitada por elementos de extrema derecha que camaleónicamente se habían erigido en defensores de la “pureza” de los valores superiores de la civilización occidental para estigmatizar al extranjero. Sólo la movilización social de quienes todavía siguen creyendo en esa Europa –concluía Thijn- podría frenar lo que consideraba una amenaza inquietante para la convivencia entre europeos. A día de hoy, sin embargo, la civilizada sociedad holandesa tiene un nuevo dirigente ultraderechista en el que confían para un mañana mejor: Geert Wilders.

Durante décadas, la Austria socialdemócrata de Bruno Kreisky asombró al mundo por sus conquistas sociales, los bajos índices de desigualdad y el exquisito trato con los miles de emigrantes que llegaron al país. La desaparición de Kreisky y la ofensiva neoconservadora sumieron a la socialdemocracia austriaca en una crisis de la que todavía no ha salido, auspiciando la llegada al poder de partidos extremadamente conservadores y racistas. Sólo la intervención de la Unión Europea en 2000 impidió que uno de los Estados más ricos y cultos del mundo fuese dirigido por Joerg Haider, gobernador de Carintia, que habría ganado las elecciones de aquel año con un programa exclusivamente xenófobo. Heil Hayder murió, pero con su muerte no se acabó la rabia y los austriacos han encontrado a un nuevo Mesias xenófobo: Norbert Hofer.

En Suiza –país que basa gran parte de su bienestar en un modelo bancario que permite a los más ricos del mundo burlarse de las Haciendas patrias, de la Patria misma y, por tanto, de sus conciudadanos-, después de lustros acogiendo a emigrantes para que limpiasen sus letrinas, cuidasen a sus mayores, barriesen sus calles y trabajasen en todo aquello que repugnaba a los nativos, han decidido que lo mejor es que gobierne también la ultraderecha xenófoba, declarando la guerra al diferente, al que no es ario, al piel roja, para eso confían en Toni Brunner y en su partido troglodita Unión democrática del Centro, eufemístico nombre para designar a quienes odian al diferente. En Inglaterra, hace unos años, la policía de Su Majestad y de Tony Blair acribilló a un albañil brasileño simplemente por que el color de su piel y sus rasgos faciales lo convertían en temible terrorista, hoy el Reino Unido ha decidido abandonar la Unión Europea para poner coto a la llegada a las islas de personas que no se apelliden Smith: Theresa May será la encargada de dejar a Margaret Thatcher a la altura del barro. En Francia, el “carismático” Sarkozy –hombre que hablaba constantemente del esfuerzo y del trabajo personal como instrumentos para volver a situar al país en el lugar que merece, mientras él disfruta de los placeres de la vida en los yates y los palacios de los más “afortunados”-, ordenó que se les practicase a los forasteros una prueba de ADN para tenerlos más controlados. El país de Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Jaures, Herriot, Clemenceau, Zola y Combes; la tierra de promisión para exiliados, perseguidos y desplazados de toda Europa; la patria de las libertades y la democracia está cansada, herrumbrosa y anhela iniciar una nueva era a la americana, guardando en el baúl de los recuerdos todo aquello que un día la hizo grande y admirada. Marine Le Pen es la candidata para suceder en la historia al Mariscal Petain, el filonazi que entregó Francia a Hitler.

España, no escapa a ese nuevo fantasma que recorre Europa, y aunque la mayoría de nosotros neguemos ser racistas -¿quién no ha visto las imágenes de ese desgraciado pateando a una ecuatoriana ante la pasividad de los viajeros?-, sabemos que en el fondo de nuestras entrañas anida ese virus mortífero. Nuestro país, emisor tradicional de mano de obra barata, se convirtió a principios del milenio en país receptor, experimentado una avalancha de inmigrantes sin precedentes en nuestra historia, inmigrantes que aún hoy generan un porcentaje alto de nuestro PIB y contra cuya regularización clamaron cerrilmente los portavoces de la ultraderecha que nos manda como si fuésemos una rebaño de borregos sin más aspiración vital que esperar el próximo partido de fútbol, mientras ellos llenan sus arcas de dinero público que sustraen al mantenimiento de los servicios públicos esenciales.

En toda Europa, como otrora ocurrió con los judíos a quienes en periodos de crisis acusaban desde los púlpitos de envenenar las aguas y violar a las mujeres, se está jugando con artefactos de alto poder destructor acusando, directa o indirectamente, a los extranjeros, sobre todo sin son negros, hispanos, “moros” o de algunos países del “Este”, del aumento de la inseguridad ciudadana. El miedo, que según nuestro reaccionario refranero guarda la viña, puede terminar arrasándola si los europeos continuamos cayendo en esa trampa fatal tendida por la extrema derecha, en cuyas filas militan muchos de los que se han enriquecido explotando a extranjeros ilegales. Europa tiene un polvorín bajo los pies: El fascismo siempre entra despacio, apelando al miedo, nunca tiene la misma cara, pero sí el mismo corazón de hielo: Hoy, como entonces, buena parte de las clases trabajadoras y excluidas –confundidas, manipuladas, apaleadas, maltratadas y desquiciadas- votan a los mismos partidos que quienes han provocado sus males, a los partidos más extremos y conservadores.

Entre tanto, los pescadores de Lesbos, Lampedusa o Cádiz siguen sacando del mar y de la muerte a quienes sólo han cometido el delito de querer sobrevivir.

De nuevo, un fantasma recorre Europa: El racismo