viernes. 29.03.2024

La mano invisible del mercado nos lleva a la tumba

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Llevamos cuarenta años bajo la dictadura de la mano invisible que mueve el mercado y corrige los errores del mismo, una dictadura criminal y genocida que ha extendido la explotación por los cinco continentes y a la mayoría de seres humanos

En La Riqueza de las Naciones escrita en 1776, Adam Smith afirmaba que la suma de los egoísmos y de los intereses particulares llevarían al final a la felicidad de la Humanidad: “Pues quien propone a otro un trato -escribía- le esta haciendo una de estas proposiciones. Dame lo que necesito y tendrás lo que deseas, es el sentido de cualquier clase de oferta, y así obtenemos de los demás la mayor parte de los servicios que necesitamos. No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas...”. La apelación de Smith al egoísmo, a la búsqueda del interés personal por encima de cualquier otra cosa, provocaría que todos los seres humanos se ocupasen de dar a sus semejantes el mejor producto, al mejor precio y en las mejores condiciones, para lo que resultaban imprescindibles dos cosas: Una, la honradez del egoísta -cosa bastante contradictoria- para no dar gato por liebre ni aprovecharse de situaciones ventajosas; y otra, la progresiva desaparición del Estado del mundo de las transacciones económicas, quedando para él los cuidados de la política interior, el orden, y de la política exterior, o sea, los mercados a conquistar por una nación determinada.

Esta teoría, formulada en el siglo XVIII al calor de la formación de los nuevos imperios coloniales, fue cogida en su parte más extrema por Milton Friedman y los componentes de la Escuela de Chicago, verdaderos artífices de las políticas económicas que desde principios de los años ochenta del pasado siglo -tras las pruebas efectuadas en el Chile de Pinochet- se vienen aplicando en casi todo el planeta. Para Friedman y los suyos, el Estado sólo ha de ocuparse de mantener la paz interior y de la guerra en el exterior que proporcione mercados, los demás aspectos de la vida deberían ser cubiertos por los propios ciudadanos, es decir por la parte de la ciudadanía con medios para montar hospitales, asilos, escuelas, universidades, cajas de pensiones, construir carreteras o fabricar pistolas. El Estado es para los neoliberales el principal creador de pobreza y un obstáculo para que las naciones alcancen su pleno desarrollo. Pero además, a las teorías de Smith, el economista norteamericano de origen judía añade sesgos del darwinismo social: Sólo subsisten -decía Darwin- las especies que se adaptan al medio, es decir, en palabras de Friedman, sólo los más  poderosos, desaprensivos, fuertes y voraces alcanzaran la gloria que da la “Mano invisible” que rige los mercados. Cuanto mayor sea tu egoísmo, tu codicia, tu avidez de riquezas, tu rapacidad, mayores serán tus posibilidades de conseguir riquezas; por el contrario, si careces de ambición, si piensas que hay que proteger a los que no tienen medios para subsistir, si deseas que exista un reparto justo y equitativo de la riqueza entre todos los seres humanos, serás un fracasado, un débil y una piedra en el camino del desarrollo de las naciones que tendrá que ser laminado u orillado para que las leyes naturales que rigen la economía -el interés personal, el egoísmo, la ambición, la codicia, la depredación- puedan actuar a la perfección y producir los efectos deseados sobre las personas que sólo se ocupan de su interés personal.

Tanto las teorías primigenias de Adam Smith como las de Milton Friedman concluyen con que sólo en el momento en que la acumulación de riquezas haya llegado a un punto máximo, se producirá, también de forma natural, el reparto hacia abajo de la riqueza

Tanto las teorías primigenias de Adam Smith como las de Milton Friedman concluyen con que sólo en el momento en que la acumulación de riquezas haya llegado a un punto máximo, se producirá, también de forma natural, el reparto hacia abajo de la riqueza, dado que nadie quiere el dinero sólo para acumularlo, sino para gastarlo. Es en ese momento -el que vivimos ahora seguramente- cuando los que renunciaron a la ambición dineraria, a la especulación, al robo y a la explotación del hombre por el hombre, verán caer del cielo millones y millones de euros para que puedas llevar comida en una bicicleta a la zona residencial de tal ciudad a razón de cuatrocientos euros al mes, cuando el paria -previos controles y recomendaciones- podrá cuidar los niños y los viejos del codicioso por un salario que le permita vivir hacinado en un piso patero las pocas horas que tenga libres, cuando un profesor universitario trabaje por menos de la mitad del salario mínimo, cuando se pueda contratar a un cocinero bien preparado por media jornada, es decir, doce horas a razón de mil euros al mes, en el caso de que el favorecido por la mano invisible tenga el deseo de pagar, porque si no tiene ganas puede tenerlos trabajando de sol a sol gratis por una carta de recomendación. 

Llevamos cuarenta años bajo la dictadura de la mano invisible que mueve el mercado y corrige los errores del mismo, una dictadura criminal y genocida que ha extendido la explotación por los cinco continentes y a la mayoría de seres humanos. Pero no sólo eso, con ser gravísimo, las consecuencias de la dictadura del neoliberalismo está vaciando la democracia de contenidos esenciales, dejándola en una mera estructura formal en cuyo interior la soberanía popular es sometida una y otra vez al dictado de las grandes corporaciones que, unidas como nunca lo estuvieron gracias al uso que hacen de las nuevas tecnologías, están creando un mundo inhabitable para el hombre, destruyendo el medio de forma voraz y suicida e hipotecando de forma brutal el futuro de las nuevas generaciones. 

Dado el poder que han adquirido esas corporaciones multinacionales, su capacidad para irse de un país a otro a la mínima o de desestabilizar la economía de una región moviendo fondos de inversión a su conveniencia, los Estados Democráticos -de los otros para qué hablar- se arrodillan una vez y otra haciendo que el sufragio carezca de validez, en la esperanza de que sus continuas genuflexiones consigan ablandar el corazón del ogro que juega con el planeta igual que lo hacía Chaplin en aquella memorable escena del Gran Dictador. El nuevo orden neoliberal, que es el más viejo del mundo, aquel mediante el cual el pez grande se come al chico, está acabando con el hombre, con la naturaleza y con la democracia. Las libertades individuales y colectivas, los derechos humanos, el bienestar de las personas son un estorbo para quienes hoy dirigen el mundo al margen de los procesos democráticos con el sólo interés de estrujarlo y sangrarlo hasta que muera para incrementar su volumen de negocio. No hay más tiempo, o ponemos punto y final al neoliberalismo, o el neoliberalismo nos hunde de nuevo en el fascismo, la destrucción y la oscuridad. La opción está clara, hay que buscar alianzas fueras de nuestras fronteras y construir un gran frente internacional por los derechos humanos, por las libertades fundamentales y contra el gran camelo neoliberal-fascista, ya no cabe la respuesta en un sólo Estado, pongámonos todos a ello y exijámoslo a nuestros representantes. No hay más tiempo.

La mano invisible del mercado nos lleva a la tumba