jueves. 28.03.2024

Malditos cabrones

Todavía, si nos apresuramos, estamos a tiempo de barrer la casa de una vez por todas. Sólo hace falta buscar un acuerdo mínimo de salud pública para conseguirlo

Al encender la radio escucho que alguien ha cortado la cabeza al macho alfa de una pequeña manada de bisontes europeos, especie en riesgo de extinción, en un paraje valenciano. No doy crédito, imagino que será un perturbado, tremendamente perturbado, o un grupo de malnacidos que han regresado sin ningún problema al tiempo en que los habitantes de Atapuerca mataban para sobrevivir. La noticia me regresa al verano todavía no concluido y a los incendios de Alicante, dónde no llueve absolutamente nada y apenas queda ya qué quemar, de Canarias o Galicia, dónde llueve a cántaros y hay que poner mucho empeño, tesón y ganas para conseguir que el verde se vuelva negro. Y recuerdo aquel septiembre de hace cuatro años en que tuve la desgracia de pasar por Tordesillas en plena barbarie del Toro de la Vega, y aquel julio de 1994 en que vi arder casi treinta mil hectáreas de las hermosísimas sierras de Moratalla, o a los Correbous que torturan todos los años por tierras mediterráneas, ya se sabe, por aquello del Minotauro cretense; a los gansos estrangulados en Lekeitio, al toro enmaromado de Benavente o a los miles que martirizan todos los años en las plazas de toros unos tipos vestidos ridículamente de bailarinas mientras son vitoreados por un público al que llaman respetable. Y se me viene a la cabeza el gobierno en funciones.

Sigo leyendo la prensa, repaso los actos que conmemoran una lucha dinástica, entre dos reyes extranjeros, Felipe y Carlos, por el trono de España, la eterna lucha entre aristócratas y burgueses, entre gentes de bien, revestida de reivindicación soberanista. Y quiero reírme, pero no puedo. Miles de personas detrás de un trapo, encabezados por el President de la Generalitat reclamando el derecho a decidir, mientras el President de la Generalitat actual y sus antecesores ya decidieron privatizar la Sanidad Pública catalana –Cataluña es el territorio que más camas ha perdido en la Sanidad Pública-, entregar miles de niños al Opus o a otras industrias clericales dedicadas al negocio educativo y al adoctrinamiento. Oigo, sin salir de mi asombro, que los Carceller, empresarios de las cervezas Damm no irán a la cárcel pese al fraude multimillonario que cometieron contra la Hacienda Pública porque han llegado a un acuerdo con la Fiscalía, ya se sabe Demetrio Carceller fue ministro de Franco y uno de sus favoritos por muy nacionalistas que aparente ser su prole a día de hoy. Y sin salir de mi estupor contemplo como el Presidente del Gobierno central en funciones, sigue caminando de peculiar manera, impertérrito, ajeno a todo, a la espera de que el país reviente por todas sus costuras. Y me digo a mí mismo, ¿esto es real? ¿Existe un lugar dónde todo esto pueda estar ocurriendo al mismo tiempo y que todavía no haya desaparecido de la faz de la Tierra? ¿Es posible que el país que fue capaz de resistir al fascismo mundial en soledad durante tres años se haya convertido en un lugar donde la voz de los tarados marca el rumbo a seguir mientras la mayoría vive resignada, protesta por nimiedades o va a lo suyo sin importarle absolutamente nada su vecino? ¿Qué hacemos quienes creemos que hay una España culta, preparada, solidaria, justa, progresiva y ética por demostrar que existimos, por borrar de nuestro ser común tanta estulticia y tanta aberración?

Tras la pérdida de las últimas colonias, los regeneracionistas como Costa, Picavea, Mallada, Ganivet o Labra, decían que España era un país exangüe y sin pulso sometido por agotamiento físico y moral a los dicterios de una minoría caciquil que se había enquistado en las instituciones y en las empresas para someter al país a su interés particular. Hace de esto más de un siglo, pero si examinamos un poco la situación podremos convenir en que hay elementos que guardan bastante similitud. Aquel periodo coincidió con la primera Restauración borbónica, la que llevó al trono a Alfonso XII y al poder a Cánovas de Castillo y su sistema de turno pacífico en el poder de dos partidos, el liberal y el conservador, gracias a la implantación en todo el Estado de una extensísima red caciquil. En aquel periodo, que duró unos cincuenta años, hasta que Primo de Rivera montó su particular dictadura, los servicios prestados a Su Majestad en el Gobierno de la Nación se pagaban con magníficos puestos en las empresas públicas y privadas más importantes, del mismo modo que los servicios desempeñados en esas empresas eran recompensados en muchas ocasiones con un magnífico ministerio. No había diferencia entre lo público y lo privado, todo era privado, de una minoría; no existía división de poderes, el ejecutivo, el legislativo y el judicial eran una misma cosa; el rey no era responsable ni los ministros ni presidentes tampoco, no existía posibilidad de que un partido diferente al liberal o el conservador accediesen al poder, se hacían puentes donde no había ríos, se gastaba en guerra y represión lo que se negaba al sustento y la Educación del pueblo; el Estado estaba al servicio de los intereses empresariales más descarados y la opinión sensata era literalmente machacada por un aparato represor que incluía desde el asalto a las rotativas de los periódicos, al cierre o el encarcelamiento de responsables y redactores. Aquel régimen ideado en la cabeza de Cánovas del Castillo sucumbió víctima de la corrupción que posibilitó su existencia, porque al calor de la Institución Libre de Enseñanza y otros proyectos regeneradores surgió una España, un número cada vez mayor de españoles que no estaban dispuestos ni a callar ni a corromperse, fueron aquellos que un día de abril acabaron con la monarquía y lo que representaba para instaurar la II República. Lamentablemente, pese al proyecto educativo que latía en su seno y que habría cambiado para siempre el rumbo de nuestro destino, que habría acabado con la barbarie y con los bárbaros, sucumbió a ellos en un periodo en el que Europa sufría las brutales embestidas del fascismo. La dictadura brutal nos anuló como país, como pueblo y como individuos, sólo la sumisión y la burrería nacional estaban bien vistas, pero fuimos capaces de salir de esa larguísima y cruel noche oscura, y construir una democracia parecida a las que había en los países de nuestro entorno, sí con un rey impuesto, pero igual de impuesto que el de Gran Bretaña o Suecia una vez que se votó la Constitución. ¿Qué pasó entonces? Que no se hizo la segunda transición, aquella que debió apartar a los franquistas de los poderes públicos y privados; que no se llevó a cabo la revolución educativa que había iniciado la II República; que no se secularizaron los presupuestos; que no se proclamó el amor a la naturaleza como el verdadero patriotismo; que no se inculcó entre nosotros el respeto absoluto y sagrado hacia lo público; que no se hizo de la ética y el conocimiento las verdaderas banderas de nuestro Ser. Y aquellos barros trajeron estos lodos que permiten a los corruptos, a los privatizadores, a los logreros, a los cabrones presentarse a las elecciones o encabezar causas como si nada hubiesen tenido que ver en los males que nos aquejan a todos. Todavía, si nos apresuramos, estamos a tiempo de barrer la casa de una vez por todas. Sólo hace falta buscar un acuerdo mínimo de salud pública para conseguirlo.

Malditos cabrones