jueves. 18.04.2024

La indecencia como bandera vital

Quizás, tal como nos contó Platón hace dos mil quinientos años, cada cual tenga una forma distinta de ver la realidad por muy evidente y clara que sea esa realidad. Nuestra mente se siente condicionada por la propaganda, por las imágenes repetidas hasta la saciedad, por los espejos oblongos dónde nos hacen verla, por el propio interés, por el miedo o la frustración. Sin embargo, a poco que nos esforcemos sabremos distinguir un bosque diezmado por el fuego de otro que ha sido mimado por las lluvias y los limos, una persona en el límite de la subsistencia de otra opulenta y sobrada, el agua clara de los detritus de la cloaca, el bien del mal y del regular. Se nos dijo ha mucho tiempo que para gustos los colores o que sobre gustos no había nada escrito cuando la Humanidad lleva escribiendo sobre eso desde que aprendió a escribir, cuando nuestro gusto se educa o maleduca dependiendo de nuestros padres, nuestros amigos, nuestras condiciones de vida, nuestras lecturas, músicas, películas o viajes. Es indudable que muchas personas preferirán una película de Antonio Ozores a una de Víctor Erice, Louis Malle o Fritz Lang, y tienen derecho a ello, a que ese gusto torcido, nacido de la ignorancia, sea satisfecho, aunque lo adecuado después de tantos milenios de existencia sería que nadie hiciese películas como las de Ozores porque no existiese demanda, aunque normalmente lo que sucede es que esa demanda, esa ignorancia, esa forma de ver la realidad es fabricada y promovida desde las torres en que reside el Poder porque a éste resulta beneficiosa y agradable al mantener a una parte determinada de la población al margen de la certeza crítica, incluso de la suya propia sumida en la alienación más limitadora.

Del mismo modo que sucede con los gustos, ocurre con la ética. Según José Luis López Aranguren, podemos reservar el término "moral" para referirnos a la conducta observada por el ser humano respecto a lo "bueno" y a las normas por las que tal conducta se regula. En ese caso podríamos decir que la ética es la parte de la filosofía que tiene por objeto de estudio la "moral”, y al estudiar la moral se convierte en la ciencia del comportamiento humano que mejora a la Humanidad: “Obra de tal modo –concluía Kant en su Imperativo Categórico- que la máxima de tu voluntad siempre pueda valer al mismo tiempo como principio de una legislación universal”, y sin aspirar a tanto, porque todos somos falibles y limitados, los seres humanos hemos tenido tiempo suficiente como para intentar no hacer el mal, o al menos distinguirlo del bien, de la buena intención en el cuidado del interés personal pero sobre todo del interés general. Si un sistema político y un gobierno permiten, elaboran leyes y mantienen a jueces que condenan a seis años -¡¡Seis años!!- a una persona por haber utilizado fraudulentamente una tarjeta de crédito por valor de setenta y nueve euros y ofrecen todas las garantías procesales y más a otras que han robado bancos enteros, diezmado las arcas del Estado y de la Seguridad Social, empobrecido a millones de personas y explotado a sus semejantes, estamos ante un sistema y un gobierno podrido, alejado y opuesto a las más laxas concepciones de la moral humana, que es el objeto de la Ética. Si unos sindicalistas están en prisión por haber formado piquetes para hacer más extenso ese modo de protesta legal mientras que quienes explotan, engañan, dilapidan, roban, defraudan, y por eso causan las protestas, son recibidos en los salones de las más altas magistraturas de la Sociedad y los Medios como ejemplos a seguir, ese sistema y ese gobierno son el resultado de una moral putrefacta que conduce al desarme psicológico y emocional de un pueblo; sí un alto cargo público utiliza la confianza que ha recibido de los ciudadanos para recalificar terrenos y repartirse comisiones con un empresario amigo que pretende acrecer su riqueza por medios opuestos al interés general, vivimos dentro de un régimen enemigo de la justicia y la democracia; si quienes han sido elegidos para gestionar lo público se afanan entregándole a sus amigos parcelas cada vez mayores de lo que es de todos para su personal provecho, es que el robo y la prevaricación se han convertido en norma aceptada; si los más altos dignatarios y magnates, enarbolando banderas y hablando de patrias, sacan el dinero del país con la intención de no pagar impuestos, de no contribuir al gasto general, de mostrar hasta que punto llega su soberbia y su capacidad para la insolidaridad, la perversión consentida por la ley mala y los nefastos rectores de la cosa pública en interés particular ha llegado al paroxismo y la hace incompatible con la vida de los Seres Humanos; si entre los estipendios ilegales y brutales de quienes nacieron corruptos y entienden la vida en términos de corrupción se encuentra el “suministro de putitas de confianza”, ese régimen, ese sistema y ese gobierno tienen que ser abolidos por la voluntad popular y sancionados drásticamente por las leyes que de ella deben emanar, apartándolos por muchos años de la vida en libertad. Si un señor presidente de una Comunidad Autónoma murciana es imputado y su jefe de Madrid se limita a decir que eso ya ha pasado muchas veces sin consecuencia alguna, entonces es que hemos llevado al poder a lo peor de entre todos nosotros.

El mal gusto, el pésimo gusto –mariscadas, vinos caros por el hecho de serlos, “putitas”, chóferes para todo y todos, regalos Buitton, viajes navideños a New York para hacer las compras, tarjetas negras, mansiones absurdas, miles de globos para la comunión del niño y la niña, etc.- se ha mezclado en los últimos años en nuestro país con el ascenso al poder público y privado de personas sin la más mínima noción de moralidad, lo que les ha llevado a confundir a sabiendas lo público –que es de todos- con lo privado, muchas veces detraído también de lo público. Nos acercamos de nuevo a otros comicios, si una parte del electorado persiste en votar a quienes tales cosas han hecho y siguen haciendo, estaremos muy cerca de rememorar a aquel emperador romano llamado Calígula que prostituyó a sus hermanas, quiso nombrar senador y cónsul a su caballo Incitato y obligó al pueblo y al Senado a adorarle en vida como Dios. No sería más que una muestra de locura colectiva como tantas otras que se han sucedido a lo largo de nuestra historia y de la de otros países de nuestro entorno, empero, un estrago de consecuencias funestas, tal vez irremediables.

La indecencia como bandera vital