viernes. 29.03.2024

La bastilla está de nuevo en pie

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Hace más de doscientos años el pueblo de París se levantó contra la monarquía absoluta. Artesanos y campesinos molidos a impuestos reales y eclesiásticos, jornaleros y burgueses, trabajadores de las incipientes manufacturas industriales se hartaron de soportar la tiranía y las encorsetadas relaciones de producción impuestas por un régimen que producía hambre, aumentaba las desigualdades sociales y cada vez dejaba a más personas fuera de él. Fue dura la lucha, con periodos en los que se creyó tocar el cielo y otros de reacción que supusieron el regreso al antiguo régimen. No fue hasta la III República que los principios de libertad, igualdad, fraternidad y laicidad comenzaron a triunfar en Francia para trasladarse –tras dos guerras mundiales- a buena parte de los países más desarrollados de Europa. Entre tanto, ahora hace cien años, la revolución rusa enseñó a los trabajadores que había un mundo por ganar con sólo proponérselo desde la unidad de objetivos y la disciplina; a los capitalistas, que no podían seguir explotando impunemente a los asalariados salvo que quisiesen perder propiedades y cabezas. Un fantasma recorrió Europa, y a la toma del Palacio de Invierno por los hambrientos rusos de octubre de 1917 siguieron en Europa Occidental reformas que concluirían, de la mano de la socialdemocracia, en la construcción del Estado del Bienestar como muro de contención a la amenaza revolucionaria que venía de Este.

Hoy, pasados doscientos treinta y ocho años desde la toma de La Bastilla y cien desde que las “almas muertas” reventaron las puertas del Palacio de Invierno -hecho magistralmente filmado por S. M. Einsenstein y que apenas nadie ve-, asistimos a un retroceso histórico sin precedentes en nuestro devenir, pues nunca nadie desde hace dos mil años emprendió el camino para volver al pasado sin que se le haya opuesto encarnizada resistencia. Caminamos con paso decidido a lo que se superó mediante la evolución y la revolución porque ya entonces se pensó que era nocivo para el progreso y el bienestar de la Humanidad. Los retardatarios, los nacionalistas, los reaccionarios, los globalistas, los explotadores, los sicarios, los abanderados han decidido que todo lo ocurrido desde aquel lejano 14 de abril de 1789 fue una locura, un disparate que, movido por la envidia de los de abajo, sólo sirvió para romper el orden natural que nacía directamente de la Ley Divina según la que cada cual ocupaba en el mundo el lugar que le había asignado el mismísimo Dios. Convencidos de su razón, y de su fortaleza sin oposición, se disponen a levantar de nuevo miles de Bastillas en el corazón de Europa y a regresar a los Romanov de este tiempo a sus distintos palacios de invierno y de verano.

De golpe y porrazo -aunque se veía venir desde que Margaret Thatcher y Ronald Reagan llegaron al poder con las recetas de Milton Friedman y Paul H. Nitze en el bolsillo-, la internacional negra, fortalecida por la caída del muro de Berlín y por la evaporación de la conciencia de clase, ha pisado el acelerador con el objetivo de acabar con lo que resta de los logros sociales del siglo XX. Desde el lado de los oprimidos, casi nadie se mueve, y quien lo hace habla de movimientos transversales en los que pueden caber personas y partidos de derechas con otros de inspiración socialdemócrata o izquierdistas, algo tan absurdo como mezclar agua y gasolina con la intención de mejorar el rendimiento del motor. Dejamos a Grecia sola cuando sobre sus ciudadanos pisoteados cayó todo el peso de la troika, no nos conmovimos con sus llamadas de socorro, con el hambre y la desolación, con su lucha para evitar la catástrofe; no nos dimos cuenta que aquellos días griegos eran muy similares a los que acuciaron a España tras el golpe civil fascista del 17 de julio de 1936, que en Grecia, como en España entonces, se estaba ensayando un nuevo modelo de orden mundial consistente en despojar de derechos a los oprimidos y agrandar los de los opresores. Grecia fue un punto de inflexión, desde entonces las únicas movilizaciones que ha recorrido Europa –salvo las protagonizadas por los trabajadores franceses durante algunos meses- han sido las nacionalista, las xenófobas, las supremacistas, las colaboracionistas, las que en ningún momento han puesto en tela de juicio al sistema por injusto, por explotador o por destructor de la naturaleza. Ni siquiera aquella luz que prendió en Alemania en los años ochenta para salvar al planeta del capitalismo bajo la insignia verde, ha resistido los envites del descreimiento y la insolidaridad.

Aturdidos, desconcertados o acomodados, los partidos y sindicatos de izquierda no saben, no aciertan o no quieren articular una respuesta europea –como anticipo de otra mundial- al nuevo orden, sino que, silentes, asisten impasibles al levantamiento de las nuevas Bastillas que poco a poco van tomando forma en nuestro continente al calor del nacionalismo, el odio al diferente y la sumisión al sistema. No existen movimientos que pongan de verdad en tela de juicio un orden que va a hacer muy difícil para la mayoría la vida en el Planeta en menos tiempo del que auguran los científicos, no se atisba un fermento de protesta que ponga en apuros futuros a los pergeñadores del desorden mundial, no hay más queja que la de los ricos, los egoístas, los que añoran un mundo dividido en condados, principados y ciudades-estado, unos para pobres, otros para ricos. Mientras tanto, los Estados, cada vez más entregados al poder de las grandes corporaciones globales, continúan ampliando el ojo del gran hermano que controla cada uno de nuestros movimientos, opiniones y sentimientos; mientras tanto, los aparatos de represión siguen engordando, reclutando sus soldados de entre los hambrientos y sus mandos de los poderosos, como siempre ha sido, como pareció que dejaba de ser, como es y será. Nos conforman con sacar banderas, con tener móviles de última generación que, sobre todo, sirven para que cada día estemos más incomunicados, con salarios que sirven para vivir en casa de los progenitores y salir de marcha una vez a la semana, con el miedo inoculado por la represión individualizada y colectiva, con la televisión que nos embrutece, con pasar el día y ver que pasa al día siguiente, pero hay mucha gente, cada vez más, que apenas pasa el día, que ve como sus hijos van vivir todavía peor que ellos, que vuelven a contemplar la vida como un valle de lágrimas.

Nos están engañando, como decía León Felipe nos han dormido con todos los cuentos, pero seguimos reclamando cuentos para poder dormir. No queremos pensar, ni hacernos responsables de lo que este tiempo atroz que empieza nos pide, escondemos la cabeza debajo del ala, o salimos a las calles del brazo de nuestro enemigo, confundiéndonos y dividiéndonos. Sin embargo, hay una cosa clara, el enemigo es el mismo para todos, es el corrupto, el explotador, el especulador, el privatizador, el comisionista y el legislador que legisla contra el pueblo y a favor de la plutocracia. Siempre ha sido así y es menester, más que nunca, salir del letargo si queremos que nuestros hijos y nietos puedan, siquiera, respirar. 

La bastilla está de nuevo en pie