miércoles. 24.04.2024

Incompetencia, altanería y mendacidad

angsoto

La culpa es de los automovilistas, si hubiesen dedicado el día a la penitencia, nada habría ocurrido y ahora todos estaríamos tan contentos al lado de la mesa de camilla con la botella de Anís del Mono

El pasado fin de semana asistimos a un episodio que, por cómo sucedió y cómo fue tratado por el Gobierno del Estado, explica a la perfección el grado de desfachatez y putrefacción a que hemos llegado en este país. Nieva copiosamente sobre el Sistema Central, es sábado y día de los Reyes Magos de Oriente. La nieve cae como tantas otras veces sobre la Sierra de Guadarrama, pero no estamos en Ushuaia, ni en Winnipeg, ni siquiera en la Seu d’Urgell, es algo bastante normal. Miles de automovilistas, haciendo caso a los consejos de Tráfico, han adelantado la vuelta de vacaciones y poco a poco van cayendo en una peligrosa trampa que les tendrá atrapados entre el hielo durante casi veinte horas. Tanto el ministro del Interior como el Director General de Tráfico están en Sevilla, ciudad en verdad maravillosa, uno disfrutando del fútbol, el otro, de su familia y de la realeza mágica oriental. No hay señales que avisen a los conductores del cierre de la autopista de peaje a sesenta kilómetros de Madrid, tampoco se ven quitanieves ni guardias que indiquen un itinerario distinto o manden dar la vuelta. Nada de nada. Cuando la noche avanza, los responsables máximos comparecen en los medios y las redes: La culpa es de los automovilistas, si se hubiesen quedado en casa o dedicado el día a la penitencia, nada habría ocurrido y ahora todos estaríamos tan contentos al lado de la mesa de camilla con la botella de Anís del Mono.

Días después, comparece ante el Congreso quien fuera ministro de Economía, vicepresidente del Gobierno Aznar y principal urdidor de la burbuja financiero-ladrillera que asola España desde hace más de diez años. Como si no hubiese roto un plato en su vida, como si fuese el hijo predilecto de Teresa de Calcuta, como si de un docto economista se tratase, Rato habló de sí mismo y perdonó la vida a los miembros de la Comisión, situados, eso sí, muy por debajo de él en la escenografía montada para el evento: Aquí los malos siempre en lo más alto. Rodrigo Rato, como le dijo Alberto Garzón, ha sido una verdadera calamidad en cuantos puestos ha desempeñado a lo largo de su vida, está procesado por presuntas actividades delictivas, sin embargo, en este país se le permite que de lecciones de política y de ética en el lugar donde reside la más alta representación del país. Evidentemente, en un país democrático normal, Rato a estas alturas estaría dando esas lecciones magistrales de soberbia y altanería en un módulo de la cárcel de Soto del Real, que al parecer es la escogida por el Gobierno para la gente “tupenda”.

Mientras todo esto sucede en el seno del Partido que manda en el Estado por la Gracia de Dios, otro gran hombre apoyado por su pueblo, el Sr. Puigdemont, quiere ser nombrado Presidente de la Generalitat de Catalunya por medios telemáticos, dando a entender que para llevar a cabo una política de derechas da igual que la presencia sea física o virtual. Como tantas otras veces, la realidad va mucho más allá que la ficción: Para mandar desde el ensueño no es necesario ni siquiera tener cuerpo, basta con la presencia de ánimo. A menudo las sociedades, como las personas, enferman. Solo cabe esperar que exista un tratamiento adecuado y poco traumático.

Desde que España descubrió al estallar la burbuja especulativa que no era el país más prodigioso de la tierra, desde que comprobamos que buena parte del crecimiento económico de esos años fue edificado sobre castillos de papel, desde que hemos constatado que aquí no hay ningún responsable de la crisis, que es penalmente  insignificante provocar la quiebra de una parte importante del sistema financiero, que se puede robar y robar al Erario sin que la Ley actúe de forma fulminante y contundente; desde que parece lícito y encomiable hundir en la pobreza a más de un tercio de la población con trabajo o sin él, desde que hemos podido cerciorarnos de que quienes provocaron la devastadora crisis con sus políticas destructoras se han servido de ella para parapetarse más en el poder y utilizar la política como instrumento de dominio de clase, España está siendo sometida a un centrifugado permanente que tiene a su población en estado de shock. Dicho estado ha sido asumido por una parte considerable de la ciudadanía como algo que ha venido para quedarse y que no hay manera de cambiar. Es decir, que los ladrones, los malnacidos, los logreros, los desvalijadores del Erario, los palurdos, los egoístas, los adoradores de banderas, los criminales de guante blanco y negro, los fascistas, los inmorales, los granujas se han encaramado a los poderes por mucho tiempo y no cabe otra respuesta que la resignación, campeando el temporal de la mejor manera posible pero dando por descartada cualquier posibilidad de lucha regeneradora imposible.

En otra parte del país, en Cataluña, el shock, la enfermedad, se ha materializado en el Procès. Puesto que nosotros somos de verdad una unidad de destino en lo universal, con una historia, unas tradiciones, una cultura y un estupendo proyecto común de futuro –dijeron quienes allí robaron, especularon y recortaron-, la actual situación crítica por la que atraviesa el país sólo puede venir de las influencias terribles y pestilentes que llegan del otro lado del Ebro. Liberándonos de esa terrible carga, nosotros los catalanes, como en su tiempo los judíos, habremos llegado a la Tierra Prometida, al lugar del progreso perpetuo, a la perfección más absoluta. La pesadilla habrá acabado para siempre, abriéndose paso la felicidad y la dicha.

Empero, la realidad es muy otra tanto en Catalunya como en el resto de España: Desde la llegada de Aznar al poder y la consolidación de la familia Pujol como elemento indispensable para la gobernación de España, una parte considerable de la clase política que gobierna acá y allá carece de ética y tiene una visión extraordinariamente torcida de lo que significan conceptos como interés general u honradez. Da exactamente igual que España siga siendo un Estado o que de él salgan otros veintisiete, sino somos capaces de cambiar los mimbres, serán veintisiete nuevos estados incompetentes y corruptos que actuarán contra sus pueblos.

Incompetencia, altanería y mendacidad