viernes. 29.03.2024

¿Se imaginan vivir en un país así?

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Sin otro deseo que encontrar la felicidad de los gobernados, el régimen de ese país ignoto y admirable, ha conseguido que se pueda ir a la cárcel de inmediato por representar una obra de guiñol, cantar un rap, participar en una huelga o expresarse con libertad

Con la victoria de Donald Trump, el insoportable ascenso de la ultraderecha en todo el continente europeo, pero especialmente significativo en Francia, Holanda, Austria, Dinamarca, Suecia o Finlandia, cumbres de la civilización occidental, parece que el mundo ha tomado de nuevo el camino de la oscuridad. Sin embargo, pese a tanta certidumbre incierta, hay un país no lejano al nuestro en el que los valores democráticos más genuinos siguen habitando incólumes tanto en el alma del pueblo como en sus instituciones, resistiendo con fortaleza sin par las embestidas incesantes de la Internacional Negra y del sacrosanto libre mercado.

Es por eso que en España –país al que nos referimos con infinita admiración pero que no sabemos dónde está- no hay extrema derecha aunque su gobierno y sus jueces consideren adecuado que exista un gigantesco mausoleo culminado por altísima cruz de piedra dedicado a la memoria de un sanguinario dictador fascista. Debido a la centralidad del ejecutivo, a las profundas convicciones democráticas de jueces y magistrados y al impagable compromiso ciudadano con la causa de la libertad y la justicia, sólo hay ciento diez mil personas asesinadas durante la guerra y la posguerra desaparecidas, sin que a día de hoy se sepa donde están enterradas ni oficialmente se haga nada por averiguarlo, cantidad a todas luces pequeña si tenemos en cuenta que España tiene cuarenta y siete millones de habitantes. Dirigido por un gobierno cuyos miembros beben en los principios epistemológicos del idealismo trascendental kantiano, que desde su más tierna infancia fueron educados en las lecturas de Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Renàn, Giner de los Ríos y Russell, el país todo está impregnado de una tan alta concepción ética de la vida que le lleva inexorablemente a elegir para los cargos públicos más decisivos a un señor que en cuatro años se ha gastado la conocida como hucha de las pensiones sin habilitar medio alguno para que el sistema siga funcionando en el futuro; a una señora consorte que conoce a la perfección la financiación de un partido llamado Podemos, pero asegura –como Cristina, Ana y Rosalía- no tener ni pajolera idea de cómo se lo hace el suyo, considerándose víctima principal de la corrupción debido a la catadura moral de los personajes que ella, y sólo ella, eligió para desde el Gobierno autonómico madrileño convertir a la capital del Reino en una aldea que ha perdido sus más íntimas señas de identidad.

Preocupados y ocupados por el bien común de que hablaba Juan Jacobo Rousseau, ese Gobierno sin precedentes en nación democrática conocida, ha conseguido en unos cuantos años que una parte fundamental del Estado como es Catalunya no quiera saber nada del Estado, creando una atmósfera de incomprensión y rechazo mutuo donde antes abundaba la concordia y el entendimiento. Siempre atento al bienestar de sus súbditos y huyendo del oportunismo cortoplacista, ese Gobierno único sometido a críticas desmesuradas por los envidiosos de siempre, se ha atrevido a poner un impuesto al sol, no para favorecer los intereses de las grandes compañías eléctricas donde maman decenas de políticos caducos como aseguran los maledicentes, ni mucho menos, sino para preservar la energía procedente del rey de los astros, ya que, como todo el mundo sabe, las placas fotovoltaicas se chupan la energía solar y podría darse el caso que por su abundancia descontrolada llegasen a apagarlo con las consecuencias terribles que eso tendría para la vida en el planeta.

Empeñados como nunca antes lo estuvo nadie en ningún sitio en la educación del pueblo, tanto el gobierno central como los autonómicos y el de Cataluña porfían en entregar miles de millones de euros a colegios, institutos y universidades gestionadas por profesionales de la religión católica, conscientes del mensaje evangélico emitido por Jesús de Galilea ha muchos años en el que decía que dejasen que los niños se acercasen a él, cosa que muchos de sus representantes en la vida temporal han hecho con entusiasmo y entrega total. Nadie mejor que un cura para enseñar economía o historia; nadie tan experimentado en el sexo y en la formación de familias como un fraile o una monja; nadie tan sabio en el amor como aquel que, en teoría, ha renunciado a él para convertirse en intérprete de la Divina Providencia; nadie tan racional y prudente como quien predica el dogma de la Transubstanciación de la carne y su consumo moderado. Sin embargo, sabedores de que la vida no es sólo estudio y aprendizaje, de que el ocio es parte fundamental en la formación y el devenir de las personas, el Gobierno de ese Estado nos regala la dicha infinita al entregar la hora punta de la televisión pública a un tipo inquietante al que sólo comprenden los más cultivados, dando la oportunidad a quienes buscan algo más liviano y divertido –sin abandonar nunca la intención formativa- de ver a Isabel Pantoja o su hijo rodeados de hormigas con un acto tan sencillo como apretar el botón adecuado del mando a distancia.

Sin otro deseo que encontrar la felicidad de los gobernados, el régimen de ese país ignoto y admirable, ha conseguido que se pueda ir a la cárcel de inmediato y con todos los gastos pagados por representar una obra de guiñol, cantar un rap, participar en una huelga o expresarse con libertad, al tiempo que garantiza por todos los medios que quienes arruinaron a las cajas de ahorro públicas por su mala gestión y el robo no pisen los sitios que no han sido creado para ellos, siguiendo en ese punto la máxima establecida por Carlos Marx hace más de siglo y medio, aquella que decía: “A cada uno según su necesidad”. Entre tanto, y para fomentar el jolgorio y la dicha patria, un ministro se dedica a condecorar vírgenes con medallas al mérito policial, otro asegura que bajará el IVA a los toros mientras mantendrá en los niveles más altos el de la luz, el agua o el cine, cosa absolutamente lógica porque se trata de salvaguardar un bien superior como es la tauromaquia, ese espectáculo que hunde sus raíces en la vieja Creta y que sólo sobrevive en este paraíso terrenal: La tauromaquia no tiene alternativa adecuada, sin embargo, se pude sustituir la electricidad por una vela, el agua por cerveza y el cine por el programa de Bertín. ¿Se puede pedir más?

Por increíble que parezca ese país existe y está debajo de nuestros pies, sólo hace falta abrir los ojos para comprobar que no es un espejismo, que todo lo que ocurre allí es cierto y que la gente es feliz como en ningún otro sitio del universo. ¡Qué envidia!

¿Se imaginan vivir en un país así?