jueves. 28.03.2024

En la hora de la estupidez suprema, en el día de las bestias

parlament independencia

La irresponsabilidad de los nacionalistas está a punto a llevarnos de nuevo a un desastre de dimensiones impredecibles

El 17 de julio de 1936, mis abuelos -maestros republicanos- mi padre y mi tío acudieron a casa de sus familiares más próximos para despedirse. Al día siguiente, partían para Alicante a disfrutar de las cosas del mar. Estando en casa de mi tía Carmen, que tenía radio, oyeron que algo había pasado en Tetuán, en Melilla, en el Norte de África, pero sin saber la gravedad del asunto. Había huelgas, manifestaciones y algunos altercados, pero en todo caso mucho menos de lo que en aquel año ocurría en Francia, Alemania, Italia o el Reino Unido. Eran los turbulentos años treinta que trajeron la Guerra Civil y la II Guerra Mundial. Conocedor de la historia de España, mi abuelo cogió a su familia y les dijo que se suspendían las vacaciones, que regresaban a casa en espera de acontecimientos. Nada extraño, nada alarmante pasaba en el pueblo, la vida seguía igual aquella tarde del verano de 1936, calurosa, muy calurosa al parecer, subían los hombres de la huerta con sus mulas y sus cosas para comer, seguían las tiendas abiertas y los bares llenos de gente, hablando de todo menos de la guerra que les amenazaba de inmediato. Al llegar a casa, mi abuelo encendió la radio Telefunken y no se despegó de ella en toda la noche. Al día siguiente sus hijos lo vieron triste y derrumbado, arrellanado en un sillón del comedor: La guerra más destructiva de nuestra historia contemporánea había comenzado. Sólo quedaba esperar muerte, sangre y dolor. Según me contaba mi padre, le preguntó al suyo de por qué esa tristeza, esas lágrimas descontroladas, ese decaimiento extremo. Mi abuelo le dijo a mi padre, a partir de hoy nadie sabe lo que va a pasar, pero lo que va a pasar no va ser nada bueno. Morirá mucha gente. -¿Por qué?- insistió mi padre. –Por nada, somos un país democrático, un país con un Gobierno elegido por el pueblo y en las democracias todo se resuelve en el Parlamento, pero hay gente que sólo cree en imponer su voluntad sin respetar lo que piensen y digan los demás. En España, cuando eso ocurre, se levantan las más bajas pasiones, los odios más irracionales porque nadie escucha a nadie. Que Dios se apiade de nosotros.

Bueno, estamos en horas terribles. No sé si como entonces, no lo creo, pero al fin y al cabo, terribles. Un Gobierno central con menos cintura que Buda tiene preparada la artillería para combatir la secesión que preparan un atajo de lunáticos para mayor gloria de la senyera y de la estupidez humana. Reconociendo que todo esto nació cuando el Partido Popular recurrió el Estatuto aprobado por las Cortes, el Parlament y el pueblo catalán, nada, absolutamente nada permite a ningún representante del pueblo jugar con las vidas de ese pueblo; nada da licencia a ningún diputado, absolutamente a ninguno para sembrar el desasosiego, la tristeza y la desesperación; nada, absolutamente nada, da derecho a ningún gobierno a llenar las calles de sangre por una bandera, sea la que sea. El nacionalismo es una peste, pero no sólo el nacionalismo catalán, también el españolista cateto y reaccionario, no hay guerra desde que el hombre comenzó a escribir en la que no hayan estado detrás los nacionalismos y las religiones, escudos simbólicos de los poderosos para que peguen puñaladas los de abajo. Todas las constituciones del mundo, o al menos la española, tendrían que prohibir taxativamente la existencia de partidos nacionalistas, porque del nacionalismo nace el odio al diferente, al extraño, al contaminador de las purezas patrias, y nace también, cómo no, la locura de las banderas, como si las banderas estuviesen por encima de quienes las sufren y las soportan como una maldición divina que no ha dejado de mortificarnos desde hace más de dos siglos.

La irresponsabilidad de los nacionalistas está a punto a llevarnos de nuevo a un desastre de dimensiones impredecibles. Como preguntó mi padre a mi abuelo, yo también me pregunto ¿por qué? ¿La bandera era el problema más grave que tenían los catalanes o los ciudadanos del resto del Estado? ¿Estamos en una situación parecida a la que vive el pueblo saharaui, el pueblo sudanés o el birmano? No, evidentemente, no, pero, suele suceder en España y otros lugares del planeta que tres generaciones después de haber ocurrido un episodio de la máxima crueldad, los nuevos no quieran aprender de sus abuelos y bisabuelos, diciendo que todo eso que cuentan son cosas de otro tiempo y que no tienen validez en la actualidad. Se tropieza en la misma piedra, con la misma incompetencia, con igual insensatez, con la misma estupidez.

Si no hay algún milagro, los imbéciles nos van a llevar a un periodo de barbarie; los ignorantes nos van a someter a un dolor infinito; los incompetentes nos van a traer la ruina más absoluta, y los degenerados que han organizado este conflicto sin ningún motivo nos van a amargar la vida, abriendo heridas de tal envergadura que tardarán décadas en curarse si es que lo hacen alguna vez. La gravedad del momento es mucha, quizá el momento más crítico desde el golpe de Estado de 1981, sin embargo, no hay ningún motivo para haber llegado hasta aquí, tan solo uno: Estamos gobernados por personas y grupos que no merecemos. El pueblo español, que aguantó como ningún otro, los inútiles y brutales 900 asesinatos de ETA, que ha soportado tener a políticos de escasísima talla intelectual y ética, que pasa un periodo en el que la pobreza se ha asentado en un porcentaje alto del mismo mientras le roban acá y allí, no se merece que los intolerantes, los mesiánicos, los tontos del culo, los desalmados, los estúpidos, los malnacidos y los malhechores le impongan un baño de sangre.

Desde aquí, sabiendo que apenas seré escuchado por los acémilas que llevan nuestras coas, pido que salgamos a las calles para pedir que dimitan, que se vayan, que nos dejen vivir en paz.

En el nombre de España, paz. 
El hombre 
está en peligro. España, 
España, no te 
aduermas. 
Está en peligro, corre, 
acude. Vuela 
el ala de la noche 
junto al ala del día. 
Oye. 
Cruje una vieja sombra, 
vibra una luz joven. 
Paz 
para el día. 
En el nombre 
de España, paz.

Blas de Otero.

En la hora de la estupidez suprema, en el día de las bestias