jueves. 28.03.2024

Gobierno de España, lo que nos ha quitado

Se hicieron muchas cosas mal en el pasado, pero nada comparable a lo que está perpetrando el Gobierno Rajoy...

En lo que queda de legislatura, ninguno de los grandes logros democráticos quedará en pie

Con todos los errores, omisiones y deficiencias que se quieran contar –fueron muchas- hasta la llegada de Aznar al poder en 1996 España vivió quince años de avances económicos, sociales y políticos que trajeron la universalización de la Sanidad y de las pensiones públicas, la creación de decenas de universidades y hospitales, el mayor plan de infraestructuras viarias de nuestra historia y la ampliación de la mayoría de derechos y libertades democráticas. Tremendos fueron los efectos de la reconversión de la industria siderúrgica, naval y minera, sectores económicos muy tocados por la competencia desleal asiática, que ya comenzaba, y por la contracción global de la demanda, pero aún así se acometieron planes de reindustrialización que contribuyeron a un crecimiento económico sólido que, por primera vez en nuestra historia reciente, posibilitó el fin de la emigración y el retorno de cientos de miles de trabajadores que habían abandonado el país durante las décadas de los sesenta y setenta. El franquismo estaba escondido y todavía –salvo al país de Margaret Thatcher- no había llegado el neoliberalismo con toda su artillería, Europa tenía, al menos, rostro humano. Sin embargo, la serpiente, agazapada en sus cuarteles de invierno, seguía poniendo huevos que cuidaba con todo mimo esperando a que llegase el momento más propicio para su retorno a la escena pública y privada, de la que en verdad, sus padres nunca se retiraron del todo porque ningún gobierno se había atrevido a secularizar al país quitando a la iglesia católica cualquier poder temporal, porque los nacionalismos periféricos y los otros habían comenzado a entregar la Educación del pueblo a colegios confesionales regidos por curas, porque nadie osó pedir cuentas a los dueños de las grandes fortunas que se hicieron bajo protección franquista, porque no se hizo una depuración en toda regla de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, porque, en fin, no se tocó el verdadero núcleo duro sobre el que se asentó la criminal dictadura franquista: Iglesia, banca y policía, esperando que por decantación fuesen aceptando el nuevo régimen, y vaya si lo aceptaron, tanto que se hicieron con él.

La llegada de Aznar a la Moncloa -un falangista que veraneaba en Quintanilla de Onésimo Redondo y que se había empapado de “sabiduría joseantoniana”- supuso el regreso sin complejos de la derecha católica, apostólica, romana y trincona al poder político y a todos los demás poderes. Poco importaba que su cultura fuese inferior a la de un galápago, que su ideología estuviese impregnada de principios del movimiento nacional, que su ética fuese menguada y prescindible, que demostrase junto a su “amigo” Bush hasta que nivel de putrefacción y peripatetismo puede llegar la actividad política de algunas personas, importaba que todos en unos meses nos íbamos a hacer millonarios por la patilla gracias a su ley del suelo y a la desregulación financiera que entre él y Rato pergeñaron para mayor gloria del Imperio y de las costas del Mediterráneo español, desde Rosas a Algeciras. Se desmanteló parte del tejido industrial para especular y vino dinero de toda Europa, sobre todo de Francia, Alemania y Reino Unido, porque el capital es muy listo y acude allí dónde le llaman con más fuerza en la seguridad de que en caso de venir mal dadas siempre saldremos en su socorro. Y así fue. Aznar se largó, aunque no del todo, del Gobierno y se dedicó a sus labores hasta conseguir hacerse un hombre de provecho gracias a Murdoch, Endesa y distintas universidades muy católicas en las que prendieron sus encantos. Vino Zapatero con buenas intenciones y comenzó el difícil camino de ampliar derechos, derechos de territorios históricos, de las mujeres, de homosexuales, de dependientes, de pensionistas, pero ya los huevos de la serpiente eran simples trozos de cal rotos por sus habitantes y el neoconservadurismo asolaba Europa, de modo que en mayo de 2010, en vez de dimitir y denunciar la ofensiva ultraliberal de quienes habían causado la crisis, claudicó y decidió seguir por “patriotismo”. ¡Qué inmenso error!

Rajoy apenas lleva tres años instalado en los salones del poder. Es un hombre oscuro, tímido y vacuo al que la política gusta tan poco como a su admirado Francisco Franco. No obstante, en ese corto periodo de tiempo el Gobierno que dirige ha conseguido que salir a la calle a protestar, defender un derecho o reivindicar el fin del austericidio sea una actividad de alto riesgo dado el número de personas detenidas, lisiadas y apaleadas que el ejercicio de tan democrático derecho produce al chocar las cabezas de los manifestantes con las porras o las pelotas de goma de su policía; ha logrado que Capio y Quirón se fusionen para formar uno de los mayores grupos sanitarios privados de Europa y estar así en disposición de asaltar nuestro sistema público de salud, uno de los mejores del mundo hasta que el actual gobierno y otros de comunidades autónomas muy nombradas se empeñaron en hacerlo inviable gracias a las externalizaciones y las indecentes y premeditadas listas de espera; ha propiciado que más de la mitad de los niños de España estudien ya –adoctrinamiento- en colegios concertados católicos, que el paro se haya hecho endémico para más de cinco millones de personas, que los derechos laborales sean papel mojado, que la justicia lo sea de clase mediante la restauración de las tasas que existían en el franquismo y una política de indultos inaudita en cualquier país democrático de nuestro entorno, que el ministro del Interior condecore con la máxima distinción de su departamento a una virgen de cuyo nombre no me acuerdo, que su partido tenga cientos de imputados esperando juicio y el posterior perdón gubernamental caso de ser condenados, que la televisión pública sea un remedo del Nodo, que Catalunya se sienta cada vez más lejos al igual que millones de ciudadanos de todo el Estado, que miles de personas sean expulsadas de sus casas y arrojadas a la exclusión por la fuerza bruta, que sean encarcelados sindicalistas por actuar en piquetes informativos, que los grandes delincuentes que han provocado esta impresionante estafa estén en la calle riéndose de todos nosotros sin el menor pudor, que ser corrupto sea un signo de distinción, que ser honrado no valga la pena.

Y eso no es todo, en breve su obra alcanzará el cénit, será cuando la actual ley del aborto, similar a la de otros Estados europeos de nuestro entorno, sea sustituida por otra más restrictiva que la del Vaticano; cuando la Ley de Orden Público permita a la policía multar a discreción y suspender actos sospechosos; cuando la reforma fiscal deje sin efecto el carácter proporcional y progresivo del impuesto sobre la renta y ensalce al IVA y otros impuestos indirectos medievales como principales tributos del reino, cuando discrepar o no pertenecer a la estirpe regimental sea un grave factor de riesgo para subsistir en un país que camina a pasos agigantados hacia el modelo chileno implantado por Estados Unidos tras el golpe de Estado de Pinochet y todavía vigente en aquel país, un modelo en el que ni los ríos tienen titularidad pública, dónde las pensiones no permiten dejar el trabajo, dónde la enfermedad es la ruina de las familias dado que todo el sistema de Salud es privado, en el que para acceder a la Universidad sólo hay dos caminos, o tener mucho dinero o endeudarse por más de veinte años para pagar los préstamos bancarios que te hicieron licenciado.

Se hicieron muchas cosas mal en el pasado, pero nada comparable a lo que está perpetrando ante nuestros ojos atónitos el Gobierno Rajoy: En lo que queda de legislatura, ninguno de los grandes logros democráticos quedará en pie. 

Gobierno de España, lo que nos ha quitado