jueves. 25.04.2024

Franco en el infierno

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Es cierto, tenemos tantos problemas estructurales que afectan negativamente a tanta gente, tanto trepador subido a los lomos del pueblo, tanto granuja, tanto irresponsable, tanta estupidez que resultaba cansino, anacrónico y terrible seguir hablando de la tumba de ese miserable llamado Francisco Franco Bahamonde, el hombre que más españoles ha matado en toda nuestra ya larga y trágica historia. Sin embargo, pese a nuestros problemas consuetudinarios, a la gravedad de la situación por la que pasan millones de personas víctimas de los mercados y de las políticas ultraconservadoras, España no podía seguir viviendo con un dictador criminal enterrado con honores en un mausoleo faraónico costeado por el Estado. Eso nos desacreditaba como país y nos rebajaba como individuos a los lugares más bajos. Es por ello, que no me queda otra que expresar mi plena satisfacción por la decisión unánime del Tribunal Supremo de avalar la exhumación del tirano e impedir que sus restos se trasladen a la horripilante catedral de la Almudena, aunque dados los gustos estéticos de ese señor no habría estado mal esa opción si después se hubiese reducido a escombros el edificio y sobre sus ruinas se hubiesen plantado cientos de árboles que nos hiciesen olvidar para siempre al felón y a la bochornosa construcción de Chueca Goitia.

Francisco Franco fue un golpista auxiliado en sus propósitos por muchos compañeros de armas que habían jurado fidelidad a la República, por la Iglesia Católica, la alta burguesía catalana y vasca, los terratenientes andaluces y los banqueros poderosos que veían como una amenaza insoportable la posibilidad de que la República se estabilizase y les obligase a someterse al imperio de la Ley Democrática. No fue un héroe, ni un tipo astuto, sino una persona de un egoísmo y una crueldad de claros rasgos psicopáticos: Toda su trayectoria personal y militar denota una carencia de empatía de tal envergadura que le llevaba a ignorar el dolor ajeno y magnificar el propio, de ahí su frialdad al asesinar, de ahí su generosidad para premiar a quienes le seguían incondicionalmente.

Como muestra de su crueldad impar baste recordar aquel episodio ocurrido en Melilla durante los primeros años de existencia de la Legión, los mejores años de su vida siempre bajo las órdenes de Millán Astray. A la hora de comer, un legionario se levantó de la mesa y tiró la comida al suelo mientras gritaba que era una mierda, que no podían seguir dándoles de comer como a los animales. Acto seguido, Franco ordenó a otro grupo de legionarios que se pusiesen firmes y cogiesen sus armas reglamentarias. Mandó apresar al protestante y allí mismo, en el comedor, fue fusilado sin más. Millán Astray, al que no asustaba ningún tipo de violencia, advirtió luego a su amigo de que había cometido una falta grave al saltarse el conducto reglamentario. Ahí quedó todo, en una cuestión de reglamento.

Respecto a su generosidad, es suficiente con comprobar la que tuvo consigo mismo y con su familia, dejando manos libres a los suyos, en especial a su hermano Nicolás y al Marqués de Villaverde, para que construyesen un entramado societario al que fueron a parar miles de millones pesetas que todavía siguen en propiedad de sus herederos. También su bondad con personajes como José Banús, el constructor, entre otros, del Barrio del Pilar de Madrid, Demetrio Carceller, el fundador de cervezas Damm o la familia Daurella, a quien entregó en 1951 la distribución de Coca-Cola en España por los servicios prestados y a prestar.

Por eso hoy, 24 de septiembre de 2019, es un gran día, el día que permitirá poner fin a la dictadura al entregar los restos del peor español de la historia a sus familiares para que lo disfruten y veneren

La dictadura de Franco supuso retrasar más de cincuenta años el reencuentro de España consigo misma, aplazando la resolución de todos los problemas que el país arrastraba desde las guerras carlistas y el enquistamiento de muchos de ellos. Además de los cientos de miles de personas que vieron truncadas sus vidas por la muerte, la tortura, la cárcel, el exilio, el robo de sus hijos o de sus bienes, los cuarenta años franquistas crearon un tipo de súbdito, que hoy parece resurgir al oír los comentarios de Abascal, Rivera, Casado y sus seguidores, orgulloso de su ignorancia, feliz de sus cadenas, satisfecho de su castración ética y cultural. En los brazos de curas y monjas, de futbolistas y toreros, de charlatanes de feria y defensores del Imperio, de cupletistas y copleros de medio pelo España vivió anestesiada por el terror y la propaganda, la doctrina incesante y la necedad de unos personajes mediocres y patéticos que nos convirtieron en la “reserva espiritual de Occidente”, un lugar al que venían los turistas como quienes hoy van al zoológico a ver animales extraños. Nada quedó en pie, nada limpio, auténtico, sincero, se sobrevivía con lo que había, en silencio, a hurtadillas, de soslayo, como no queriendo hacer ruido, dar la nota, sobresalir, destacar, disentir, cualquier cosa podía tener consecuencias irreparables, por lo tanto era mejor seguir la corriente mientras una minoría se la jugaba luchando contra la tiranía sin ayuda de nadie, absolutamente de nadie. Fue un periodo tétrico, espantoso, temible, turbador, truculento al que muchos intentaron adaptarse con sus juguetes rotos, con la resignación cristiana que tanto ayudó al régimen a sobrevivir durante décadas.

Por eso hoy, 24 de septiembre de 2019, es un gran día, el día que permitirá poner fin a la dictadura al entregar los restos del peor español de la historia a sus familiares para que lo disfruten y veneren mientras miles de sus víctimas siguen todavía en las cunetas y las tapias de los cementerios esperando a que alguna vez la luz se abra sobre sus restos y puedan descansar definitivamente en paz.

No es la solución que uno habría deseado, tal vez el Valle de los Caídos debería haberse convertido en un juego de escape del terror presidido por el máximo causante del mismo, pero no cabe duda de que la decisión del Tribunal Supremo comienza a poner punto y final al franquismo, a sus panegiristas y aduladores. Ahora sólo falta que esa ideología criminal sea condenada y expulsada de entre nosotros para siempre jamás, que sus seguidores, justificadores y condescendientes sean considerados fuera de la Ley e incapacitados para cualquier cargo público. Entonces, como sucedió en Alemania tras la derrota nazi, habremos comenzado a estar en paz con nosotros mismos y con la Libertad.

Franco en el infierno