viernes. 19.04.2024

El fascismo español actual

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Existe, dentro de los votantes de las tres derechas, un voto testicular, un voto de rabia, beligerante, que no va a disminuir en los próximos años salvo que la cuestión catalana sea solventada de forma racional y el problema de la exclusión social se afronte con todos los medios disponibles

Ante la aparición de Vox, grupo al que siempre acompaña Santiago Matamoros en su blanco caballo dispuesto a combatir herejes allá donde se oculten o muestren, los otros dos partidos de la derecha, decidieron que para fachas, ellos. El Partido Popular no tiene remedio, desde su fundación por el franquista Manuel Fraga y sus amigos de “Afananza Pandillar” -Forges dixit-, se ha mostrado como una organización dedicada al medro personal y a la privatización de todas aquellos activos que el pueblo español fue construyendo a lo largo de décadas para mejorar la vida de todos y cada uno de nosotros. En su devenir político, incapaces del esfuerzo de condenar a su padre espiritual y refundarse en un partido político de derechas como los que existen en Europa -ninguno de ellos tiene a Hitler por patrón-, hemos sufrido la mayor crisis económica de nuestra historia reciente auspiciada por las políticas ultraliberales de Aznar y su compinche Rato, ha desaparecido la hucha de las pensiones, se ha empobrecido el país hasta extremos que nunca habríamos podido imaginar hace veinte años, la corrupción se ha convertido para muchos en un medio de vida maravilloso  y se ha creado un nuevo tipo de ciudadano medroso, servil, inseguro y vociferante que fía su futuro a los favores que pueda recibir de un “triunfador” bien colocado o a la resurrección de otra fantástica burbuja como aquella de antaño que tan felices nos hizo mientras unos cuantos robaban a mansalva.

Ciudadanos, partido cuyo nombre evoca la revolución francesa pero que, al contrario que ésta,  surgió sin base social, sin sedes, sin ningún tipo de infraestructuras y las tuvo rápidamente como por ensalmo, pudo haberse configurado como una opción liberal -sin hipotecas del pasado ni condicionamientos de la derecha rancia y cutre- entre el anterior partido y el socialista pese a su extraño y peculiar origen. Sin embargo, lejos de ir planificando la ocupación de ese segmento político que le habría asegurado larga vida, optó hace tiempo por competir por el mismo espacio que el PP y Vox, y aunque hoy ande crecido por el papel de bisagra que le han dado los electores, corre el serio riesgo de ser engullido por el partido de Fraga a poco que sus dueños estén dispuestos a deshacerse del muy preparado Casado y colocar al frente a alguien más consistente y menos atolondrado. La oportunidad desperdiciada han sido las recientes elecciones generales, europeas, autonómicas y municipales, en las que su discurso apenas se ha diferenciado de los dos partidos hermanos, haciendo gala, además, de su falta de escrúpulos de ningún tipo para pactar si fuese menester, tal como lo ha hecho en Andalucía, con un partido fascista como Vox. Y no se trataba, como parece que alguno de ellos entiende, de optar en unos sitios por los populares y en otros por los socialistas para demostrar así su “centralidad”, sino con un cambio radical de discurso que lo desligue del franquismo, de la casa común de la derecha española, porque seguimos siendo el único país de nuestro entorno que no tiene una opción política de derechas sin resabios franquistas o reaccionarios.

Está claro, y me parece muy feo no llamar a las cosas por su nombre recurriendo a eufemismos, que aparte del giro general de Europa hacia posiciones ideológicas marcadas por la xenofobia, el racismo y el clasismo, todas ellas guiadas por el miedo, en España concurren dos circunstancias más. Por un lado, la supervivencia de un nacional-catolicismo sociológico con muchísimo poder  que tiene medios más que suficientes para crear opinión a gran escala en un país en el que se lee poco y se sigue esperando la llegada de Godot; por otro, la tremenda influencia que el proceso unilateral liderado por los independentistas catalanes ha tenido en el resurgimiento del nacionalismo español más estúpido, beligerante y peligroso para todos, influencia que de momento se ha mostrado sólo en la radicalización de las derechas del 155, pero que podría ir a más conforme la situación se deteriore -ojalá salgamos de ahí- o se mantenga en la absurda situación en que hoy está. Si durante largos y dolorosos años, ETA tuvo muchísimo que ver en la llegada del PP de Aznar al poder, creo que pocos pueden dudar hoy que la estrategia desarrollada por ERC y el partido de Puigdemont desde hace diez años no hace más que fabricar votantes de derecha y extrema derecha en el resto del Estado, lo cual, de seguir con la política de cuanto peor mejor, indudablemente traerá un gobierno muy reaccionario y autoritario a España antes de que pasen cuatro años, lo que nos llevaría todos a una coyuntura más que indeseable, peligrosa.

No tenemos una derecha dialogante sino que en sus tres variantes estatales es partidaria de aplicar el 155 a Cataluña de forma inmediata, de profundizar en la contrarreforma laboral que precariza trabajo y vida y merma drásticamente los ingresos del Estado, de continuar con las privatizaciones que deterioran servicios públicos esenciales y enriquecen a la cosa nostra, de dejar que el sistema público de pensiones se pudra hasta que sea muy difícil recuperarlo y se presente su privatización como consecuencia natural. Apenas existen matices entre ellas dentro de sus posiciones extremas, sin embargo, y pese a todo, en las últimas elecciones generales obtuvieron más de once millones de votos, que no todos son de fascistas ni de derechistas genéticos, sino que en muchos casos provienen del Procés y de la desconfianza en el Estado y en lo público que se ha ido promoviendo desde los medios de comunicación, desde las escuelas concertadas -que ya “educan” al 40% de los niños y jóvenes-, y desde los propios poderes públicos por parte de quienes viven de ellos y no con el salario mínimo.

Existe, dentro de los votantes de las tres derechas, un voto testicular, un voto de rabia, beligerante, que no va a disminuir en los próximos años salvo que la cuestión catalana sea solventada de forma racional y el problema de la exclusión social se afronte con todos los medios disponibles. Ciudadanos, podría haber sido la derecha no franquista que este país necesita, dialogante, pacificadora, abierta, pero, como hemos visto, optó por seguir a sus hermanos gemelos. Nos encontramos, pues, ante un problema grave, dado que la izquierda tiende al debate estéril y narcisista y no es capaz, a estas alturas, de elaborar un programa común de mínimos, ni siquiera para intentar crear unos medios de comunicación potentes que contrarresten a los del bulo y la histeria, y teniendo en cuenta que el votante de izquierdas es muy sensible al matiz y propenso al ya ni me junto ni voto, es más que posible que los tres partidos derechistas, que cuentan con un electorado muy fiel aunque puedan bailar los votos de unos a otros, vuelva pronto al poder para terminar lo que dejó sin culminar: La desamortización total del Estado, la justicia de clase sin complejos y la supresión del conflicto catalán vía Boletín Oficial del Estado.

El fascismo español actual