viernes. 29.03.2024

ETA, aliada incondicional de la reacción

seguridadciudadana480
Foto: Prudencio Morales

ETA, como ninguna otra organización del país, ha contribuido de modo fehaciente a poner las bases de un Estado pre-policial

A la hora de evaluar las consecuencias del terrorismo etarra -no se olvide que ETA nació en los Seminarios y se declaraba absurdamente socialista- sobre la evolución histórica de España, su impacto en nuestras vidas y el tremendo reguero de sangre y dolor que ha dejado después de cicuenta y tantos años de existencia macabra, creo necesario acudir a las palabras de uno de los grandes teóricos del marxismo, el líder bolchevique León Trotsky: “Para nosotros el terror individual es inadmisible precisamente porque empequeñece el papel de las masas en su propia conciencia, las hace aceptar su impotencia y hace que vuelva sus ojos y esperanzas hacia el gran vengador y libertador que algún día vendrá a cumplir su misión...”. Es decir, para Trotsky -lo mismo podríamos decir de Lenin o Gramsci- el tiro en la nuca, la bomba en un supermercado, el secuestro, el coche bomba eran actos contrarrevolucionarios que sólo servían para mermar la confianza de las clases trabajadoras en sí mismas, para diluir su conciencia de clase y llevarlas hacia posturas reaccionarias contrarias ante sus intereses. Decía Trotsky que las armas de los obreros partían de su capacidad para organizarse y actuar unidos, de tal manera que mediante huelgas, boicots, mitines y acciones políticas cada vez más contundentes y masivas conseguirían hacer mella en el corazón del Estado capitalista: “Sólo la clase obrera consciente y organizada puede enviar una fuerte representación al Parlamento para cuidar de los intereses proletarios. Sin embargo, para asesinar a un funcionario del gobierno no es necesario contar con las masas organizadas. La receta para fabricar explosivos es accesible a todo el mundo, y cualquiera puede conseguir una pistola. En el primer caso hay una lucha social, cuyos métodos y vías se desprenden de la naturaleza del orden social imperante; en el segundo, una reacción puramente mecánica que es idéntica en todo el mundo, desde la China hasta Francia: asesinatos, explosiones, etcétera, pero totalmente inocua en lo que hace al sistema social. Una huelga, incluso una modesta, tiene consecuencias sociales: fortalecimiento de la confianza en sí mismos de los obreros, crecimiento del sindicato, y, con no poca frecuencia, un mejoramiento en la tecnología productiva. El asesinato del dueño de la fábrica provoca efectos policíacos solamente, o un cambio de propietario desprovisto de toda significación social. Que un atentado terrorista, incluso uno exitoso, cree la confusión en la clase dominante depende de la situación política concreta. Sea como fuere, la confusión tendrá corta vida; el estado capitalista no se basa en ministros de Estado y no queda eliminado con la desaparición de aquellos. Las clases a las que sirve siempre encontrarán personal de reemplazo; el mecanismo permanece intacto y en funcionamiento. Pero el desorden que produce el atentado terrorista en las filas de la clase obrera es mucho más profundo. Si para alcanzar los objetivos basta armarse con una pistola, ¿para qué sirve esforzarse en la lucha de clases? Si una medida de pólvora y un trocito de plomo bastan para perforar la cabeza del enemigo, ¿qué necesidad  hay de organizar a la clase? Si tiene sentido aterrorizar a los altos funcionarios con el rugido de las explosiones, ¿qué necesidad hay de un partido? ¿Para qué hacer mítines, agitación de masas y elecciones si es tan fácil apuntar al banco ministerial desde la galería del Parlamento?... El humo de la explosión se disipa, el pánico desaparece, un sucesor ocupa el lugar del ministro asesinado, la vida vuelve a sus viejos cauces, la rueda de la explotación capitalista gira como antes: solo la represión policial se vuelve más salvaje y abierta. El resultado es que el lugar de las esperanzas renovadas y de la excitación artificialmente provocada viene a ocuparlo la desilusión y la apatía...”.

Por su parte, Antonio Gramsci, que también consideraba el terrorismo como un inmenso error que causaba daños irreparables a las clases trabajadoras, decía que “la conquista del poder cultural es previa a la del poder político, y esto se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados “orgánicos” infiltrados en todos los medios de comunicación, expresión y universitarios”.  

Es evidente que incluso los primeros etarras andaban muy ayunos en tácticas revolucionarias y en realismo. Los cientos de atentados sangrientos de la banda criminal no consiguieron mejora alguna para los trabajadores, ni que los empresarios dejasen de explotar, ni que los ricos fuesen obligados a   entregar parte de sus riquezas a los más necesitados, ni siquiera que los fascistas que todavía hoy siguen empeñados en regresarnos al pasado se escondiesen en países ignotos. Tampoco, en ningún caso, la conquista del poder cultural, porque aunque parezca mentira después de tan “brillante” trayectoria los medios de comunicación siguen siendo de quienes siempre fueron, las universidades del Opus -tan implantadas en el País Vasco y Navarra- continúan fabricando dirigentes para el sistema, los recortes en los servicios públicos cada vez son mayores, lo mismo que el poder de la Santa Iglesia, católica, apostólica y romana. 

El terrorismo etarra, que es el que más daño ha causado en este país, pretendía crear un estado de pánico generalizado. Desde hace siglos es sabido que el miedo guarda la viña y que de la mano de ETA, la sociedad española -tal como decía Trotsky- se fue volviendo cada vez más conservadora, incluso apática. El efecto de la doctrina del Shock que también expusó Naomi Kleim, no sólo es perceptible cuando el poder del Estado se vuelve más autoritario, sino también cuando desde fuera de él se mata, se tortura y se atemoriza indiscriminadamente. Si ETA se hubiese dedicado a asesinar a individuos tan indeseables como el torturador Melitón Manzanas, tampoco habría servido para nada porque tal como sucedió, Melitón fue reemplazado por otros como él, sin embargo, la población española nunca se habría sentido en peligro, nunca se habría replegado sobre su impotencia y, probablemente, jamás habría vuelto a confiar en los salvadores que provenían del Antiguo Régimen, en los hijos de Franco que tanto daño han hecho y hacen a la mayoría de ciudadanos que habitan este torturado país.

ETA, como ninguna otra organización del país, ha contribuido de modo fehaciente a poner las bases de un Estado pre-policial. Salíamos de una dictadura terrible y los atentados de esa organización cuando todavía no teníamos una policía democrática, hizo, tal como preveía Trotsky en su escrito, que se volviesen a utilizar métodos criminales, retrasó la renovación y depuración de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y mantuvo hábitos impropios de una democracia. Hubo años en que ETA asesinó a más de cien personas y eso, indudablemente, provocó, como en todos los países de nuestro entorno, una reacción furibunda de un Estado que todavía no había soltado amarras con el pasado. ETA ayudó en todo lo que pudo a que la derecha más reaccionaria de Europa llegase al poder de la mano de José María Aznar y de un pueblo cada vez más desilusionado y apático; ETA contribuyó también a la aceleración del proceso de pérdida de la conciencia de clase de una parte grande de la sociedad española, una conciencia que apenas tenía unos años de vida cuando comenzó su brutal actuación. Por último, ETA ha asesinado y torturado de todas las maneras posibles, ha causado un dolor y un rencor que tardará décadas en desaparecer, más cuando su actuación irracional, ha sido crucial para alimentar los sentimientos también irracionales de la ultraderecha. Tiros en la nuca, coches bomba en calles atestadas de gente, asesinatos por la espalda, secuestros inimaginables, miles de personas mirando en los bajos de sus automóviles para comprobar si habían sido elegidos, masacres en supermercados y cafeterías. Se puede ser más malvado, probablemente, pero nunca más inútiles. Sin ETA, sin su deplorable existencia, tal vez hoy, con toda probabilidad, España sería un país muy diferente.

ETA, aliada incondicional de la reacción