martes. 19.03.2024

Estados Unidos, cine, redes sociales, libertad y democracia

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Extracto de 'El nacimiento de una nación' de David W. Griffith

Hace unas semanas George Floyd fue asesinado por la policía de Mineápolis. Aunque parezca mentira no es un hecho insólito, un error o un fallo personal o del sistema, la policía mata todos los años a cientos de negros sin que los jueces muestren un interés singular por el delito: En 2019 las fuerzas del orden establecido mataron a 1.100 personas, de las cuales 800 eran negras. Es como una costumbre, como lo fue matar indios hasta el delirio, como lo es encarcelar, torturar y matar a hispanos, como lo es explotar a los trabajadores, enjaular a niños migrantes o arrasar países que están a miles de kilómetros alegando que eso es bueno para la seguridad nacional. 

Hoy se habla mucho de Estados fallidos, ahí tienen uno, Estados Unidos, el país más rico del mundo  que vive gracias al ejército imperial que arrasa cualquier lugar del mundo para expoliar sus riquezas y a un sistema represivo interior que lucha a muerte contra la pobreza eliminándola físicamente o poniéndola a la sombra: Hay 655 personas en la cárcel por cada cien mil habitantes, muchísimas más que en cualquier país de Europa, el quíntuple que en China, país sistemáticamente denunciado por violaciones de derechos humanos. No es cosa nueva, el gran instrumento de propaganda yanqui que desde su nacimiento fue el cine nos ha mostrado en miles de películas como  se fue forjando esa nación.

El cine es el reflejo de un tiempo, al menos lo fue hasta que llegaron las redes sociales, redes a las que se puso el nombre correcto porque cumplen la misma misión que las que se emplean para sacar del mar a los peces y convertirlos en pescados

La muerte de Floyd ha desencadenado protestas mundiales contra esa costumbre norteamericana de tirotear al negro a placer, si corre, si se está quieto, ni no sale del coche, si sale de él, si está durmiendo en un banco, si está despierto en una esquina. Es una sociedad eminentemente cruel que ensalza al villano capaz de cualquier atrocidad y desprecia al que consideran débil, quienes carecen de ambición y codicia desmedidas o hacen gala de sentimientos empáticos. La ley del Talión, heredera del Código de Hammurabi, vive actualizada en los Estados de la Unión como si el tiempo no hubiese pasado, como si las relaciones sociales se hubiesen quedado ancladas unos años antes de que Walt Witman escribiese su primer poema.

Estados Unidos se forma tras la derrota del Sur en la guerra civil. En aquella contienda se enfrentaban dos modos de vida, el industrial del norte y el agrario del sur con sus grandes plantaciones, sus mansiones blancas y sus esclavos negros, que sólo tenían el rango de persona si mostraban docilidad extrema. En 1915 David W. Griffith estrenó El nacimiento de una nación, película que ha pasado a la historia por ser una de las primeras en tener un discurso visual perfectamente realizado. Griffith quiso rodar la epopeya de una nación que se había hecho a si misma contra viento y marea gracias al impulso individual de miles de hombres blancos que desafiaron a los elementos para construir el país más poderoso del mundo. Es un himno a la raza blanca, a la violencia, al individualismo salvaje, a la ley animal del más fuerte, llegando a glorificar el papel que el Ku Klux Klan desempeñó para crear el nuevo orden sobre el que se regirían los buenos americanos para hacer todavía más grande a su país. El buen americano no se mete en política aunque pone a los políticos, vive sólo y exclusivamente para enriquecerse, si lo consigue es un gran americano, si no lo consigue es un fracasado, un débil al que sólo corresponde aceptar su fracaso y obedecer. El negro no es ni eso, ha nacido como el perro, para seguir los pasos del amo, aliviarle en sus pesares y evitar que se fatigue en demasía. Carece de sentimientos, de inteligencia, de emociones buenas, sólo se rige por los apetitos de la selva, pero al mismo tiempo es fuerte y puede trabajar días y días sin apenas comer ni dormir. No es sujeto de derechos porque dada su condición animal los aprovecharía para morder la mano que le da de comer y subvertir el orden establecido que tanto costó edificar a los hombres blancos de origen europeo. 

¿Convendría prohibir una película tan abyecta, racista y despreciable pese a su impresionante factura? No, nunca, jamás. Las protestas por el asesinato de Floyd han llevado a la eliminación de obras maestras del cine de determinadas plataformas televisivas que no dudan lo más mínimo en seguir vendiendo series y largometrajes de bajísima calidad dirigidos a controlar el pensamiento de la población. Al igual que las redes sociales, las plataformas digitales forman parte de un conglomerado de manipulación global de la opinión. No tiene el menor sentido retirar Lo que el viento se llevó, película magistral y tan imprescindible como la otra para conocer como se ha ido haciendo esa nación, mientras mantienes cientos de películas y series de guerra imperial, de policías sádicos, de adolescentes gilipollas o de cómicos oligofrénicos.

El cine es el reflejo de un tiempo, al menos lo fue hasta que llegaron las redes sociales, redes a las que se puso el nombre correcto porque cumplen la misma misión que las que se emplean para sacar del mar a los peces y convertirlos en pescados. Hoy esas redes se han convertido en un espejo del callejón del gato, en un autorretrato de Francis Bacon, no son reflejo de la realidad como lo fue el cine hasta hace nada, sino del caos, del deseo general por enseñar sin haber aprendido, de hablar sin escuchar, de aceptar mentiras por verdades absolutas e inmutables. No, no es peligroso ver El Nacimiento de una nación, Lo que el viento se llevó o Fort Apache, lo peligroso es que no se quiera educar ciudadanos que sepan distinguir entre verdad, mentira y medias verdades, entre propaganda  y pensamiento crítico. El cine, incluso el peor sino hubiese adquirido la condición de masivo, instrumental y casi único, nos ayuda con eficacia a conocer nuestro pasado desde que los hermanos Pathé, los hermanos Lumière y Méliès hicieron posible lo imposible: Una de las mejores formas de conocer la zafiedad, la crueldad, la miseria, la ramplonería y el cutrerío momificador del franquismo es ver cualquier película de ese periodo, desde la infumable Raza a las magistrales El Verdugo o Calle Mayor, desde Agustina de Aragón a Mariona Rebull o Surcos. El problema no es el cine sino los ojos y la mente con que se ve, y en nuestros días, cada vez más, esos ojos y esa mente son fabricados por las redes sociales, capaces de conformar el pensamiento, la conciencia y actitud de miles de millones de personas contra sus propios intereses.

Estados Unidos, cine, redes sociales, libertad y democracia