jueves. 28.03.2024

España, Cataluña y el trampantojo

Tanto quienes gobiernan España como quienes lo hacen en Catalunya pertenecen a la derecha más rancia de Europa, indisimulada en el primer caso, disimulada en el segundo

Por más que lo nieguen con sus hechos o sus palabras los nuevos dominadores del mundo, una de las claves de la democracia es la redistribución de la riqueza entre los territorios y las personas, de tal modo que sean quienes más ganen los que aporten una parte de su riqueza para paliar en alguna medida la pobreza de los habitantes  menos agraciados por la diosa fortuna, la herencia, las circunstancias o la situación geográfica. ¿Alguien duda a estas alturas que Barcelona no habría tenido jamás la misma evolución económica histórica de haber estado situada en las faldas de Sierra Morena? Sin embargo, pese a ser un axioma democrático, la redistribución de la riqueza ha sido atacada en las últimas décadas por la derecha y por parte de la socialdemocracia mundial, basándose en la teoría calvinista que considera al rico como un elegido de Dios o en la católica que, siempre sutil, esgrime que “quien a Dios se la dé, San Pedro se la bendiga”, pensamiento válido tanto hacia arriba como hacia abajo y del que se infiere que todo está muy bien como está, de tal manera que en términos evolutivos generales estaríamos hoy en la misma fase que el hombre de Atapuerca pero con muchos más medios de dominio.

Salvo en una cosa -el gobierno catalán no tiene orígenes franquistas severos, es decir fascistas, aunque sí muchas huellas en su piel como las de los Daurella, los Carceller, los Ramonet o los Trías-, tanto quienes gobiernan España como quienes lo hacen en Catalunya pertenecen a la derecha más rancia de Europa, indisimulada en el primer caso, disimulada en el segundo. Ambos gobiernos han utilizado a la policía bajo su mando contra sus respectivos pueblos, no contra esa parte que sigue sus consignas, obedece o calla resignada como si todo fuese inevitable, sino contra esa otra que lucha,   responde y se opone a las políticas ultras que implementan desde sus distintos ministerios nacionales. Si en el territorio que domina el partido heredero del franquismo se entregan miles de millones a la Iglesia católica reaccionaria que no paga ningún tipo de impuesto ni contribuye económicamente a las cargas del común, en las comarcas bajo la égida de Pujol, sucesores y amigos, no hay acto que en el que no estén presentes los más altos dignatarios de la Iglesia católica, apostólica y romana, sin que el paso del tiempo haya servido para que las calles de sus bellísimos pueblos hayan perdido el predominio de los mosenes en sus callejeros. Si gravísima es la política del gobierno central y los gobiernos autonómicos populares contra la Sanidad Pública, a la que privan de recursos humanos y tecnológicos para aumentar las listas de espera hasta la desesperación que lleva a acudir a una clínica privada o concertada, detrayendo cantidades enormes de dinero hacia las empresas que hacen negocio con nuestra salud; no es menos insultante lo que sucede en Catalunya, el territorio que más ha privatizado, externalizado y concertado, llegando al extremo cínico de colocar como ministro de Sanidad al ínclito Boi Ruiz i García, Director General que fue de la Unión Catalana de Hospitales, organización que reúne en su seno a la mayoría de entidades empeñadas en sacar opulentos beneficios del dolor ajeno. Boi Ruiz, siempre preocupado por el bien común de los catalanes, pudo eludir en 2014 una reprobación presentada por ICV-EUiA por los recortes en la Sanidad Pública, gracias a los votos que recibió de un partido tan peligrosamente izquierdista como Esquerra Republicana, partido para el que Catalunya es lo único importante y una unidad de destino en lo universal.

Por otro lado, es incontestable que desde que el Partido Popular manda en España la pobreza ha aumentado tanto como la corrupción, habiéndose convertido ambas en sistémicas, es decir que no son el resultado de una coyuntura difícil, sino el fruto de una determinada política económica y de una particular manera de concebir el servicio público como servicio privado al servicio de unos pocos. Las bolsas de pobreza se están tornando endémicas gracias a unas políticas redistributivas hueras, al uso de los resortes del Estado con fines particulares y a la conversión de la prevaricación y el cohecho en pautas de comportamiento muy generalizadas. No ha ocurrido otra cosa en Catalunya, dónde los casos de corrupción son de tal calibre que han llegado a anestesiar por exceso a una de las poblaciones más dinámicas de España, haciendo ver a una parte considerable de la población que los mismos que han sumido al país en un mar de estiércol son los portadores de la bandera de la liberación y la felicidad futura, en un mundo globalizado donde las decisiones más importantes se toman allende nuestras fronteras.

Dicho todo esto, y sin olvidar lo que en ambas partes están haciendo con la Educación Pública, con los tramos del IRPF bajo su responsabilidad o con las ayudas a las personas dependientes, cabe afirmar que los problemas fundamentales de catalanes y españoles son los mismos y que en ningún caso tendrán solución mientras sigamos gobernados por personas que anteponen sus derechos de casta y clase social a los que interesan a todos, mientras que quienes han incurrido voluntariamente en corrupción desde la esfera pública o privada ingresen preventivamente en la cárcel del mismo modo que lo hacen cientos de delincuentes comunes que han hecho mucho menos daño que ellos, mientras no seamos capaces de colocar en los poderes a gobiernos que hagan contribuir más a quienes más tienen y presten más atención a aquellos que viven la vida con sufrimientos extremos, mientras no tengamos voluntad para hacer ver a los cabronazos que mandan arriba y abajo del Ebro –Íbero- que nadie puede trabajar catorce horas por setecientos euros mientras los grandes ejecutivos de empresas públicas y privadas se llevan decenas de miles de millones para que sus empresas produzcan la luz, el teléfono, el agua o el combustible a un precio inasumible para la mayoría de los ciudadanos.

Entre tanto, encerrado cada cual con su juguete, unos seguros de que reprimirán cualquier conato de secesión mediante la fuerza; otros empeñados en independizarse unilateralmente de la mano de los hijos de Pujol aún a sabiendas de que hoy ningún país lo es, la incomunicación sigue creciendo al mismo tiempo que aparecen claros síntomas de odio hacia el del otro lado, un odio que no se funda en nadie y que responde sobre todo a la pérdida de conciencia de clase sufrida por los más humildes de aquí y de allí. El capitalismo sigue jugando magníficamente sus cartas mientras miramos a otro lado, sin embargo, algo va a ocurrir y no va a ser bueno. Pagaremos los de siempre si no reaccionamos contra los bestias. Ganaran ellos, los de siempre.

España, Cataluña y el trampantojo