viernes. 29.03.2024

¿A dónde llevan a Europa?

Europa camina hacia el abismo porque los poderes políticos y económicos sólo piensan en acaparar...

La democracia neo-liberal europea había aprendido que las protestas pacíficas, por muy multitudinarias que fuesen, sólo tenían un valor testimonial, anecdótico cuyo tratamiento mejor era la indiferencia o, en todo caso, el uso de la fuerza bruta

En su cortometraje, El gran cambio, Fernando Trías de Bes habla de un plan de Hitler para adueñarse de Europa a medio plazo si Alemania, tal como indicaban los acontecimientos bélicos tras la batalla de Stalingrado, terminaba perdiendo la guerra. Se trataría de promover una unión económica cuyo banco central estuviese en Alemania y, regido por alemanes, se dedicase a prestar dinero a los países del Sur para hacerles creer que también para ellos era posible la prosperidad. Después, especulando, se conseguiría que el interés de la deuda contraída subiese hasta intereses difíciles de pagar, lo que permitiría a Alemania hacerse dueña de Europa sin disparar una sola vez. Sin embargo, el plan, muy parecido al que vienen imponiendo los actuales dirigentes de la UE, se viene abajo cuando Italia, España, Grecia, Portugal e Irlanda, asfixiados por la deuda, deciden volver a sus antiguas monedas y abandonar la Unión. Comparece entonces el presidente de la Comisión dando la noticia y congratulándose por haberse liberado de la pesada carga de los países pobres y poco disciplinados. Poco después, Francia y Holanda, ante el impago de su deuda y la paralización de sus exportaciones, toman el mismo camino, y lo mismo sucede con Alemania cuando comprueba que ninguno de sus préstamos es devuelto y que el euro no tiene ningún valor de cambio. El documento de que habla Trías fue elaborado por técnicos nazis en 1943 y encontrado hace años en los archivos alemanes, y aunque como dice el autor su corto es pura ficción, estamos habituados a que la realidad vaya mucho más lejos. El corto concluye con la instauración de una dictadura europea regida por China.

En las negociaciones previas al Tratado de Maastricht, la Francia de Mitterand, para evitar recelos y errores del pasado, admitió que el Banco Central Europeo –principal poder económico de la futura unión- estuviese en Alemania sin prever las consecuencias que su decisión tendría sobre el futuro del continente. Después, los tratados de Niza y Lisboa consagraron la Unión Europea a la mano invisible que mueve el mercado sin tener en cuenta el modelo político, económico y social que había nacido en Europa al final de la Segunda Guerra Mundial gracias al miedo a la URSS de los gobiernos occidentales: La URSS ya no existía. De ese modo, Europa, dirigida por una Comisión Europea que no había elegido nadie, se encaminó a desmontar toda la obra democrática de los últimos cuarenta y cinco años bajo el lema de “todo lo público es malo, mejor que nos lo quedemos nosotros y nuestros amigos”. Se inició la desamortización del Estado, es decir la privatización de todas las empresas rentables que estaban en manos públicas para entregárselas a multinacionales, no porque de ese modo los ciudadanos verían mejoradas sus vidas, sino para favorecer el negocio de quienes ya tenían mucho. Acto seguido, la emprendieron con los servicios públicos como si se tratase de conquistar un nuevo El Dorado formado por las aportaciones de décadas de los trabajadores: La Seguridad Social, el suministro de agua, luz y gas, la Educación y las pensiones fueron, y son, el objetivo destructor que sigue vigente en las mentes de quienes rigen nuestros destinos desde Bruselas, Luxemburgo o Estrasburgo.

Pese a las protestas de los ciudadanos de toda Europa contra la deriva neoliberal de la Comisión, ésta se había instalado en un búnker dónde apenas llegaban ni los gritos ni la desesperación de millones de personas que veían como año tras año sus condiciones de vida se deterioraban hasta niveles previos a la Primera Guerra Mundial. La democracia neo-liberal europea había aprendido que las protestas pacíficas, por muy multitudinarias que fuesen, sólo tenían un valor testimonial, anecdótico cuyo tratamiento mejor era la indiferencia o, en todo caso, el uso de la fuerza bruta si las cosas se ponían un poco feas y alguien se atrevía a decir culo, caca, pedo. Así las cosas, y convertida en un ente estratosférico, la Comisión, sin fiscalización alguna por parte del Parlamento europeo o de los Gobiernos de los países miembros –más bien con su apoyo más considerado- comenzó a desviar ingentes cantidades de dinero de lo público a lo privado, pasando luego la factura de los errores, estafas y mordidas descomunales a lo público. Sirva como ejemplo la más grande estafa a que ha asistido Europa, sobre todo la Europa del Sur, desde 1936, año en que comenzó la segunda gran guerra. Ajenos como se ha dicho a las personas y a su bienestar, los grandes bancos europeos comenzaron a dar créditos blandos a países como España para auspiciar lo que ya todos conocemos como el ladrillazo. Millones y millones de euros llegaron a nuestro país al calor de la nueva ley del suelo de Aznar y Rato y de la desregulación financiera. Sabían que era una locura y que más bien pronto que tarde la burbuja estallaría, al fin y al cabo era similar a lo que estaba pasando en Estados Unidos, y eso era lo primero. Durante años, la banca española y europea se forró a costa de la gran burbuja, pero llegó un momento en que ésta se pinchó estrepitosamente y un tsunami recorrió el mundo desde la costa Este de Estados Unidos hasta el Cabo de Roses. Los diarios hablaban de quiebra, del fin de Europa, de la necesidad de refundar el capitalismo, de acabar con la especulación. Todo pasó. Había un plan B, que era, en definitiva el verdadero plan A. Endeudados hasta las cejas todos los bancos europeos, llamadas a trompetazo limpio las grandes empresas calificadoras, comenzó el gran cambio, la gran operación que haría subir hasta el cielo la deuda de los países periféricos para financiar la de los países centrales y, de esa manera, conseguir dos objetivos: La reactivación de la economía de Centro-Europa y el nacimiento de otra Europa, la del Sur, hipotecada por décadas, sin capacidad material de reacción por el tamaño de su deuda y los altos tipos de interés. Durante lustros, gracias a la política económica europea, los flujos de capitales han caminado de la periferia al centro, posibilitando que las desigualdades entre países lleguen a extremos desconocidos. Sin embargo, como en el corto de Trías de Bes, algo falla y de poco sirve que tengas la mejor de las tecnologías, que tu deuda disminuya gracias a la deuda de los otros, si esos, que eran tus principales clientes, han dejado de tener poder adquisitivo ahogados por las políticas austericidas que promueves, si la pobreza se extiende por la periferia y se acerca cada vez más al centro, si la exclusión es ya una forma de muerte en vida para millones de españoles y millones de europeos, si los productos orientales fabricados por trabajadores que cobran menos de dos euros al día y carecen de seguridad social hacen que cada día se cierren miles de pequeñas empresas, bajen los salarios y, por ello, los ingresos de los Estados.

No, el camino escogido por los políticos y financieros europeos, tal como dice Thomas Piketty, es justo el contrario al que se debía haber tomado.  Ha sido suicida para todos que el Banco Central Europeo preste dinero directamente a los bancos privados al 1% para que éstos compren deuda pública –es decir de todos- al 5%, ¿por qué no prestó a ese interés a los estados? Ahora, los Estados del Sur están en manos de la Banca a la que rescató con dinero público. Es absurdo que el número de multimillonarios se haya multiplicado en Europa escandalosamente al tiempo que disminuye de forma drástica, gracias a artificios contables y permisividades cómplices, su aportación al Erario; es de locos que el patrimonio de una minoría haya crecido de forma descomunal y que los impuestos al patrimonio  y a la herencia sean ridículos; es perverso que en una situación tan extremadamente crítica como ésta para millones y millones de personas que ven como su vida se evapora preñada de dolor y carencias, la nomenklatura europea –del mismo modo que la soviética de los últimos años- viva en su burbuja de cristal y siga poniendo en práctica políticas que han demostrado que sólo sirven para favorecer a quienes más tienen, es decir, a los suyos, y hacer imposible la vida a la mayoría de los ciudadanos mediante impuestos indirectos cada vez más abusivos, jornadas laborales y sueldos decimonónicos, recortes de servicios públicos y exclusión combatida con policías y porras.

Sí, Europa, tal como dice Piketty, camina hacia el abismo porque los poderes políticos y económicos sólo piensan en acaparar, porque cada vez es mayor el segmento de la población que está al margen del sistema, porque la representación política ha sido suplantada por los dóciles y obedientes generosamente recompensados, porque el empobrecimiento sólo genera pobreza y se está enquistando, porque la democracia ha sido sustituida, delante de nuestros ojos, por la plutocracia. Sin embargo, esto no es el fin, como no lo fueron las dos guerras mundiales, hay señales que avisan que la fiesta se les acaba. La ubre del abuso no da más de sí, y en el horizonte hay gente que está gritando ¡¡SE ACABÓ!!

¿A dónde llevan a Europa?