sábado. 20.04.2024

El derecho a decidir

A menudo paseo por los barrios más pobres de Alicante, aquellos donde la pobreza y la exclusión parecen haber acampado con intención de quedarse.

A menudo paseo por los barrios más pobres de Alicante, aquellos donde la pobreza y la exclusión parecen haber acampado con intención de quedarse. Mil viviendas, Requena, Virgen del Remedio, Juan XXIII, Ciudad elegida… Somieres, colchones, ropa, muebles, fruta, han creado un mercado nuevo, tan nuevo como los que existen Korail, Dino, Rotna o en la orillas del río Buriganga. Es un comercio de mínimos, ajeno al IVA, que sirve para cubrir las urgencias de unas gentes que han aceptado la miseria como una parte esencial de sus vidas. Hablo con ellos, tiesos al principio, amables después, mientras un edificio de cuatro plantas en estado ruinoso es desalojada la última familia por cuarenta policías. Algún grito de protesta, alguna tímida escaramuza, poco más. Me dicen que robar ya no es el camino, que da pereza, mejor trapichear… Regreso a mi barrio, un barrio de trabajadores que fue, hoy con mayoría de jubilados y parados, hijos y nietos, que comparten piso de sesenta metros al calor de la pensión. No tengo la sensación de vivir en un gueto como en los otros, pero siento la caída libre de miles de familias a las que tan solo hace diez años no se les habría pasado por la cabeza que su vida futura pudiese llegar a ser tan triste. ¿Dónde, me pregunto, está su derecho a decidir, dónde su opción para independizarse de los malnacidos mangantes que han propiciado esta situación mientras llenaban sus bolsillos en la seguridad de que la Ley no les haría ningún daño?

Viajo a Olot, capital de la bellísima comarca de la Garrotxa. Quiero ver su casco viejo, y lo veo. Cientos de emigrantes deambulan por las calles estrechas que suben a la iglesia, calles llenas de comercios abandonados, de locales que se alquilan sin que nadie pregunte por ellos, de edificios del siglo XIX en lamentable estado de ruina. Un matrimonio de avanzada edad sale de una vieja confitería con una bandeja de pastelitos, bajan raudos la cuesta, temerosos de los extranjeros, huidizos. No hay ningún contacto entre quienes vinieron de fuera y quienes estaban dentro, desconfianza y rechazo mutuo. Un montón de años de gobierno de Convergencia i Uniò, sólo han servido para llenar las calles de banderas rojas y amarillas y de otras de Estrella Damm mientras la miseria iba adueñándose de la ciudad vieja y Jordi Pujol, hijos y amigos se dedicaban a transferir enormes cantidades de dinero de Cataluña a Andorra y de aquí a Suiza. ¿Dónde está ese paraíso que viene y que no fueron capaces de construir en años de gobierno municipal y autonómico usado para el beneficio propio? ¿Dónde el derecho a decidir de los miserables?

Camino por el Madrid que viví durante mis años de estudiante. Vuelvo a La Coma, que era el fin de la ciudad. Observo que han crecido miles de edificios caros que llegan hasta los muros del bosque del Pardo, que junto a ellos vuelven a surgir las chabolas que se erradicaron, que en los inmuebles viejos que subsisten del franquismo anida la miseria y la vejez, que los pocos jóvenes que quedan en ellos se apuntan al no hay futuro. Paseo por las calles traseras de la Plaza de España y la Gran vía, en pleno centro, en el foro, y en aquellas calles que fueron cuna de la famosa “movida” habita el olvido y la exclusión, afectando incluso al núcleo central de la Gran Vía invadido por locutorios, tiendas de saldos y baratijas y establecimientos multinacionales que han acabado con el pequeño comercio y con la vida amable en una ciudad que debe más de seis mil millones de euros empleados en obras faraónicas. Y es Madrid, la capital del imperio, la beneficiada por el expolio centralista, ¿dónde está el derecho a decidir de los madrileños que observan día a día la degradación imparable de sus barrios más emblemáticos y el progreso de la miseria?

Por último, vuelvo a mi pueblo, Caravaca, en Murcia. Un pueblo precioso en las estribaciones de la Sierra de Segura. El casco viejo fue ocultado por los edificios de ocho plantas de la Gran Vía y ahora, carente de cualquier tipo de servicios, lo habitan personas de avanzada edad y emigrantes mientras los jóvenes sueñan con un adosado en las afueras. El treinta por ciento de la población en edad, trabaja en la economía sumergida, cobrando en muchos casos tres euros por hora, sin derecho a vacaciones, extraordinaria, jornada laboral limitada, ni nada de nada. O eso o hambre. ¿El derecho a decidir de mis paisanos es emigrar? ¿A dónde?

Entre tanto, leo las noticias sin dar crédito. Una señora de edad mediana tiene un Jaguar en la cochera de su casa pero dice que será cosa de su marido que ella no lo ha visto nunca. La misma señora, se gasta miles de euros de procedencia extraña en festejar a sus hijos y dirige el ministerio de Sanidad sin saber qué es sanidad ni qué ministerio. Un señor dirige la segunda caja de ahorros del país y la lleva a la quiebra absoluta por su exposición voluntaria a la burbuja inmobiliaria y las tarjetas negras, el juez que lo encarcela es expulsado acusado de prevaricación. Otra señora, esta vez de sangre azul consorte, pasa la factura de la luz de su mansión al Erario mientras huye de la policía y dice desconocer las actividades de su mano derecha y hombre de la más absoluta confianza Gurtel-Púnica. Un Fernández Díaz, día sí y día también, condecora a una virgen de las once mil, mientras elabora leyes tipo dictadura para desarrollar su democracia. Unos señores y señoras se llevan millones de una depuradora de Pinedo para mayor gloria de Valencia y de España. Un partido que manda en el Estado, levanta su sede estatal con dinero negro de origen conocido. Un Caballero de la Orden de Isabel la Católica y Cruz de San Jorge saquea el Palau de la Música en beneficio propio y en el de sus amigos en el poder, otro que presidió la Generalitat de Cataluña durante más de dos décadas y dejó como heredero a quien hoy la manda, se reparte enormes cantidades de euros con sus hijos y amigos a través de cuentas opacas sito en paraísos que no están en su amadísima Cataluña sino en Suiza y las islas de los cocoteros mientras desde la honorable institución cobra un tanto por ciento de las obras que adjudica. El mismo señor, sus compinches y herederos se dedican a privatizar la Sanidad Pública Catalana dirigidos por el jefe de la patronal de clínicas privadas don Boi Ruiz, mientras el jefe de su policía don Felip Puig arremete porra y fusil en mano contra quienes osan alzar la voz contra el latrocinio y las políticas extremadamente antisociales. Los mismos señores, con la inestimable ayuda del gobierno central neofranquista y antitodo- acallan las protestas reclamando el derecho a decidir de una Cataluña humillada y expoliada, no por los de dentro, sino, como siempre, por los de fuera.

De todos los citados y muchísimos más que se podrían citar, casi ninguno ha pisado la cárcel porque ellos si tienen de verdad derecho a decidir, porque aquí el único derecho a decidir lo tienen los mangantes, los explotadores, los malandrines, los saqueadores, los lameculos, los trepadores, los pelotas y los cabronazos de toda laya, porque en la España castiza -sí Cataluña es España castiza, no hay más que ver cómo y que son quienes la han dirigido y dirigen- sólo triunfan los que no tienen escrúpulos y quienes se arrodillan ante ellos, porque cien veces independiente Cataluña del resto de España sus dirigentes seguirían haciendo lo que hasta ahora han hecho, porque lo que de verdad necesitan Cataluña y España –dejémonos de circunloquios - es una revolución ética de abajo arriba y de arriba abajo. Basta ya de engaños, basta de abusos, basta de quejidos de quienes más tienen, basta de malversar la democracia, porque desde 1977 nunca en los territorios que componen este país ha habido tanta desigualdad ni tanta pobreza. ¿Nos decidimos a parar esto de una vez, a recuperar la democracia como gobierno del, por y para el pueblo o seguimos con las mentiras hasta que corra la sangre de los que más sufren tanta indecencia?

El derecho a decidir