martes. 19.03.2024

La derecha, la recesión y el alacrán

dercecha

Con la poca responsabilidad que le caracteriza, Casado ha acusado al Presidente del Gobierno de las muertes causadas por el coronavirus, un virus del que casi nadie sabía nada hace tres meses y del que ahora todos sabemos como si hubiésemos dedicado años a su estudio en los mejores laboratorios del planeta. La derecha española jamás fue generosa, por el contrario a lo largo de nuestra historia contemporánea siempre apoyó soluciones extremas contra el pueblo, desde que Fernando VII se dedicó a exterminar liberales en nombre de Dios hasta que su adorado Franco dejó España limpia de rojos y gentes de mala ralea, sin olvidar las brillantísimas actuaciones de Aznar y Rato al provocar la formidable crisis financiero-ladrillera o la de Rajoy al combatir esa crisis precarizando el trabajo, haciendo más ricos a los que ya lo eran y dañando los servicios públicos esenciales como la Sanidad Pública, que es la que ahora está dándolo todo para combatir los efectos fatales de esta epidemia que, por desconocida, carece de un manual de actuación unánimemente aprobado.

Ninguno de los procesos democráticos acaecidos en España durante los siglos XIX y XX contaron con la contribución positiva de la derecha patria. Antes al contrario, desde la proclamación de la Primera Constitución de 1812, cuya continuidad habría servido para volver a colocarnos entre los primeros países del mundo, la misión de la derecha fue siempre destruir la democracia invocando a Dios, a su patria y a su rey, a la tradición malentendida y casposa, inhabilitante, a la defensa de los privilegios de clase, de casta y estirpe, cuestión esta última sobre la que Mariano Rajoy escribió un magnífico artículo en El Faro de Vigo recordando lo aprendido del también magnífico político e intelectual franquista que fue Gonzalo Fernández de la Mora. Ni los bienios progresistas, ni la Gloriosa, ni las dos repúblicas contaron jamás con la colaboración de la derecha, que siempre eligió el fusil para combatir la libertad y acrecer el negocio. Hoy, igual que siempre, como si para ellos no hubiese pasado el tiempo, como si temiesen -tal vez sea eso- que después del inmenso dolor que la enfermedad está causando a miles de españoles, mañana cuando todo haya pasado un gobierno que no sea el suyo cante victoria y sea el encargado de elaborar las normas para la recuperación sin cargar todo el peso a los trabajadores y a los servicios públicos.

Cabe la posibilidad de que nos apliquen nuevas políticas ultraliberales y sistemas de control telemático que mermen definitivamente nuestras libertades. Eso es lo que quiere y reclama la derecha cavernícola de España

De nuevo, estamos en una encrucijada. Saldremos, estoy seguro de ello, pero ¿cómo saldremos? La cuestión es peliaguda, pero la experiencia puede servir para darnos algunas pistas. La anterior crisis -de la que todavía no hemos salido, han salido los que no la sufrieron- se combatió bajando salarios y suprimiendo derechos laborales y constitucionales. Fueron Mariano Rajoy y sus ministros los encargados de dirigir el barco, un barco que cuando empezaba a llegar a puerto lo hacía con  el empobrecimiento de la mayoría de los trabajadores del país y el enriquecimiento de la minoría que más tenía antes de la crisis, llegando a cotas de desigualdad como no se habían conocido en cuarenta años de democracia: El 1% de la población tiene el 25% de toda la riqueza del país y apenas paga impuestos. Esa fue la factura que pagamos y seguimos pagando por la gestión del Partido Popular, empobrecimiento general, privatización de la Sanidad y la Educación, aniquilación de las ayudas a la Dependencia, disminución drástica de los servicios sociales, crecimiento de las tensiones territoriales hasta extremos inimaginables y corrupción mafiosa, una corrupción heredera del franquismo, basada en los amiguetes y el amaño de contratos, en las externalizaciones y las privatizaciones que ha costado al país miles y miles de millones de euros que se deberían haber empleado en inversiones productivas, en reforzar esos servicios diezmados y en investigación, es decir, en el futuro de todos.

Si los bulos, la burrería nacional, el egoísmo de unos pocos contagiado a amplias capas de la población contra sus lógicos intereses por una propaganda rastrera y antipatriótica, criminal, logra que esta derecha irresponsable y salvaje sea la encargada de llevar el timón del Estado en los próximos meses, está muy claro que el sufrimiento para la mayoría del país, incluso para muchos de los que les apoyan, será terrible: Habrá desaparecido la epidemia, pero habrá comenzado otra vez el tiempo de destrucción, miseria, putrefacción y autoritarismo. Sólo hay que recordar las decisiones tomadas por los Gobiernos de Rajoy contra las mareas blancas, verdes y de cualquier color: Policía y palos, Ley Mordaza y apoyo incondicional a los bancos, entidades que siguen sin devolver los sesenta mil millones que le prestó el Estado y que vendrían muy bien para combatir la enfermedad que nos atribula y tiene paralizado a todo el país. 

También es posible que salgamos de esta crisis, de este dolor, siendo más solidarios, recuperando y fortaleciendo nuestros servicios públicos, nuestros derechos constitucionales y las industrias deslocalizadas

La otra opción es que los actuales gobernantes continúen teniendo siempre presente -con neopactos de la Moncloa o sin ellos- que no pueden ser de nuevo los trabajadores quienes carguen con la crisis a sus espaldas, que no pueden ser los servicios públicos que tanto nos están dando durante este triste periodo objeto de nuevos recortes, que quienes más tienen han de ser quienes más  contribuyan a la recuperación mediante el pago de los impuestos progresivos y proporcionales que les correspondan, que será preciso apoyar decididamente a las pequeñas y medianas empresas mediante líneas de crédito y planes que sirvan para reconstruir el tejido industrial, de manera que en el futuro no tengamos que depender de nadie para fabricar mascarillas, respiradores o equipos de protección integral.

La tarea va a ser difícil, gigantesca y exigirá sacrificios a todos. Cabe la posibilidad de que nos apliquen nuevas políticas ultraliberales y sistemas de control telemático que mermen definitivamente nuestras libertades. Eso es lo que quiere y reclama la derecha cavernícola de España. Pero también es posible que salgamos de esta crisis, de este dolor, siendo más solidarios, recuperando y fortaleciendo nuestros servicios públicos, nuestros derechos constitucionales y las industrias deslocalizadas que muchos empresarios se llevaron a China para incrementar de modo salvaje sus beneficios. Hay esperanzas, pero para que se hagan realidad cuando salgamos de este atolladero, será imprescindible la movilización de los ciudadanos en defensa de sus derechos y, por supuesto, exigir a la Unión Europea que actúe con la rotundidad y generosidad que la situación exige, mutualizando la deuda, elaborando un plan de inversiones parecido a los que se pusieron en marcha tras la Segunda Guerra Mundial, demostrando que las instituciones europeas no sólo están para aplicar políticas de empobrecimiento general sino para ayudar a los pueblos a prosperar. Es increíble que ante la propuesta de Sánchez exigiendo a Europa un nuevo Plan Marshall no haya contado con el apoyo incondicional de la derecha española, siempre dispuesta a defender el interés particular a costa del general. Como la del alacrán, esa también es su condición.

La derecha, la recesión y el alacrán