jueves. 28.03.2024

Democracia en descomposición

Confluir es una necesidad para todos los que de verdad creen en la democracia como el menos malo de los sistemas políticos...

La democracia está conducida por personas que no la odian atávicamente y usan de ella para destruirla. No se trata de una intuición ni de un presagio, es una realidad palpable para cualquier persona que tenga uno sólo de los cinco sentidos en funcionamiento

El muy difícil que una persona a la que no le guste el fútbol ni tenga cualidades físicas adecuadas pueda llegar a ser un buen futbolista, aunque tampoco es suficiente con que te guste ni con que seas un atleta. A mí por ejemplo me gustaba mucho ese deporte cuando era chaval, cuando jugábamos partidos de cuatro o cinco horas en campos embarrados, pelotas de goma pinchadas y dos piedras como postes de la portería. No es que fuese Tarzán pero estaba acostumbrado a subirme a los árboles con habilidad y podía tirarme una tarde corriendo sin que mi corazón se resintiese lo más mínimo. ¡Qué tiempos aquellos! Sin embargo, era muy malo, pero malo hasta decir basta, alguna vez me salió un partido bueno por tesón o porque los otros eran mucho peores, pero generalmente terminaba desmoralizado al ver como se me escapaban los de enfrente y era incapaz de meter la pelota dentro incluso en las ocasiones más claras. Cuando cumplí los quince o dieciséis años, evidentemente, dejé ese deporte y me dediqué a otras cosas más acordes con mis posibilidades. Del mismo modo que ocurre con el fútbol, sucede con muchas actividades humanas generalmente desempeñadas por personas incapaces, refractarias, oportunistas u obligadas: La política es una de ellas.

Durante los primeros tiempos de la democracia liberal, sólo podían votar aquellos machos que tenían propiedades y pagaban impuestos, impuestos que luego se gastaban en ahondar las diferencias entre ricos y pobres. La democracia liberal fue la superación del régimen feudal para los burgueses adinerados pero no para el resto de la población. A aquellos hombres gustaba la política y estaban capacitados para ella porque la política, tanto entonces como hoy, consistía en legislar para defender los intereses de una clase social y eso lo sabían hacer muy bien: “El Código Penal –decían- lo hacemos para los pobres, el civil para los ricos”. La irrupción del movimiento obrero organizado en los países más desarrollados y la revolución rusa de 1917, por miedo al contagio, obligaron a los Estados burgueses a convertir en universal en voto que antes era censitario. Muy a regañadientes, las democracias europeas fueron aprobando leyes que ampliaban derechos políticos, económicos, sociales y culturales, pero sin ninguna convicción por parte de quienes siempre habían tenido el poder, obligados por las circunstancias históricas. Tras las dos catastróficas guerras mundiales organizadas por el capitalismo, la URSS salió enormemente reforzada ya que ella sobre todo había sido la vencedora del nazi-fascismo. Nació en Europa Occidental el Estado del Bienestar como mal menor ante la amenaza soviética. Desaparecida la URSS, el Estado del bienestar no tenía ningún sentido y no había por qué tolerarlo. Fue entonces –años noventa- cuando la democracia comenzó el proceso de descomposición que actualmente vive y que no cesará mientras la izquierda no sea capaz de dilucidar sin género de dudas quiénes son los enemigos del interés general.

Son muchísimas las señales que avisan de la gangrena, y consecuente putrefacción, que afecta hoy a la democracia en todos los rincones del mundo, aunque se note más en países como España con un pasado dictatorial todavía sin resolver ni castigar, pero nos fijaremos en los más llamativos por esenciales para intentar argumentar razonablemente lo antes expuesto. Comencemos por uno de los pilares democráticos, la libertad de prensa. Hoy en día en España, pero también en la mayoría de los países de Europa, no existe más prensa convencional que la de derecha y ultraderecha, como tampoco existen televisiones de distinta ideología. Se me podrá objetar que eso no es cierto porque hasta una persona como yo puede escribir en un diario, y sí, es cierto, pero no lo es menos que hasta la fecha quienes forman la opinión de la mayoría de la población siguen siendo los diarios convencionales y la televisión. Sin libertad de prensa, sin la posibilidad de que todas las opiniones puedan llegar a todos los ciudadanos, la democracia es imposible porque el porcentaje de manipulados supera con creces al de quienes gozan de una información contrastada.

La supremacía del poder político sobre todos los demás, eje básico de la democracia, también se ha quebrado en los últimos años. Si bien en países como España nunca ha existido por venir de dónde venimos y no haber soltado lastre, en países de nuestro entorno si comenzó a ser. Hoy, son las grandes corporaciones financiero-industriales estatales y globales quienes imponen su ley a la Ley, hoy son organismos completamente antidemocráticos como la Comisión Europea, el Banco Central Europeo o el Fondo Monetario Internacional quienes obligan a los ciudadanos de cualquier país a tragar con ruedas de molino sin que su voto tenga el más mínimo valor, hoy es posible que apelando espuriamente a la democracia se obligue a pasar hambre, necesidad, penuria y desasosiego vital a un porcentaje altísimo de la población mientras un porcentaje mucho menor acumula fortunas impensables hace sólo dos o tres décadas porque el Estado ha dejado de cumplir su esencial función redistributiva y ha vuelto a ser un cruel y violento instrumento de clase.  A tal fin gobiernos, parlamentos y tribunales de garantías restringen cada vez más los derechos de huelga, manifestación, reunión y expresión, convirtiéndolos en muchos casos como el español en delitos; con ese objeto, se arma a la policía hasta los dientes y se la anima “legalmente” a conducirse con violencia extrema con los ciudadanos cuya libertad, en una democracia, debería ser el fundamento de su existencia y actuación; con esa intención se desahucia y se lanza de sus casas a quienes no tienen otro hogar dónde vivir, se cercena la asistencia social, se diezma la Sanidad y la Educación Públicas, avanzando cada año un poco más en el camino que conduce directamente al Estado predemocrático.

No se escatima un céntimo en ministerios de Defensa, tampoco en subvenciones multimillonarias a la iglesia católica ultramontana que adoctrina a millones de niños; no existe la austeridad para seguir dando “indemnizaciones” millonarias a empresas que hacen almacenes de gas que provocan terremotos, se modifican planes urbanísticos para permitir atrocidades como el “Plan Canalajas” de Madrid, y la justicia actúa con suma celeridad para castigar al que roba para comer y es sumamente escrupulosa y lenta cuando de atajar la corrupción sangrante o el abuso se trata. Entretanto, la izquierda, aturdida, noqueada, bloqueada, es incapaz de llegar a un acuerdo mínimo para salvar lo que queda, para restaurar la democracia por encima de cualquier personalismo, de cualquier queja, de cualquier resabio sin importancia ante la catástrofe que vivimos y la que están dispuestos a traernos en los próximos años, sin duda mucho peor que lo que hasta ahora hemos conocido.

La democracia está conducida por personas que la odian atávicamente y usan de ella para destruirla. No se trata de una intuición ni de un presagio, es una realidad palpable para cualquier persona que tenga uno sólo de los cinco sentidos en funcionamiento. Confluir no sólo es fácil, es una necesidad para todos los que de verdad creen en la democracia como el menos malo de los sistemas políticos. No hacerlo, un crimen de imposible calificación. 

Democracia en descomposición