jueves. 28.03.2024

La criminal estrategia del infundio

nazis

Alguien ha pensado que lanzando mentiras, bulos e infundios a la opinión pública obtendrá unas ganancias exponenciales cuando el fin de la pandemia sea una realidad. Incluso si así fuese, si los partidos que han comprado bot y puesto a trabajar a centenares de sus militantes y allegados para que infecten redes sociales, periódicos e informativos de basura pestilente, lo único que podrá pensar la gente que no odia es que han intentado sembrar el caos por motivos espurios en un tiempo  grave en el que sólo se necesitaba disciplina, obediencia y generosidad; empatía, humanidad y fraternidad. De nuevo, volviendo a citar al Dr. Johnson, en este caso, “el patriotismo es el último refugio de los canallas”.

Se puede pensar que la mayor parte de las personas saben discernir perfectamente la realidad de la ficción, la mentira de la verdad o de las medias verdades, pero hace tiempo que Goebbels dejó claro que una mentira repetida hasta la saciedad termina siendo percibida por mucha gente como la verdad absoluta. Eso hizo el nazi-fascismo durante muchos años, eso mismo hacen hoy los partidos dedicados a lanzar infundios. Uno tiene ya sus años y sus achaques, algunos de consideración que me impiden hacer la vida normal que me gustaría. No sé si será por esto, por que hace unos meses vi la serie Chernobyl o porque la profusión de mentiras mediáticas intencionadas termina por erosionar el sentido común. El caso es que en días pasados me encontré con una noticia que decía que los perros y los gatos transmitían el coronavirus por el pelo. La leí, la rechacé, pero continuó saliendo por las redes sociales como el agua que mana por los calares de la Sierra del Segura. Tuve un sueño, una pesadilla, y soñé que dos policías llegaban a mi casa y me exigían que bajase al perro que heredé de mi hija a la calle porque tenían que hacer unas comprobaciones. Pregunté por ellas y me contestaron que cuando bajase me lo explicarían. Fuimos al ascensor y en la calle coincidí con cientos de personas horrorizadas que llevaban a sus animales al matadero entre gritos, llantos y forcejeos. Tal como salíamos de los edificios, te quitaban al animal y le daban una descarga en la cabeza con una pistola taser. Después eran arrojados a un camión incinerador. Como suele pasar en los sueños, cuando cogieron al mío y vi su mirada, me desperté trémulo, febril, histérico. Desperté y vi que nada de eso había ocurrido, que el subconsciente o el consciente me había jugado una mala pasada. Respiré aliviado y encendí la televisión, seguía el insoportable relato del conteo de infectados y fallecidos, el dolor de miles de personas transmitido minuto a minuto, segundo a segundo, creando una espiral de ansiedad que no es buena ni para los individuos ni para la sociedad. Cada día, cada hora esperando a ver si baja, si se estabiliza la curva, si por fin baja. Cada día la carencia de materiales básicos en los hospitales donde médicos, enfermeros, celadores, auxiliares, limpiadores luchan contra el enemigo invisible, sin contar en muchos casos, la puta verdad, ¡que no hay dónde comprar! y que treinta años de neoliberalismo dejaron exhaustos nuestros hospitales y nuestro entramado empresarial, incapaz hasta la fecha de producir cosas tan básicas como mascarillas, batas aislantes o respiradores.

Los bulos, los infundios, las mentiras que han desatado los que piensan que cuando peor vaya todo, mejor para ellos, han llegado hasta el extremo de insultar hasta la saciedad no sólo al Gobierno del Estado, sino al responsable de la epidemia, a Fernando Simón, un especialista de primera categoría

Pero el infundio no es sólo cosa de España. Con ser gravísimo y delictivo lo que están haciendo aquí determinados partidos y personas particulares, hay cosas terribles que vienen de otros países que siempre hemos considerado civilizados, desarrollados y ejemplo a seguir. El caso más llamativo, pero no único, es el de Holanda, cuyo Gobierno se atreve a acusar a España de no tener superávit presupuestario después de varios años de prosperidad. Esa acusación delata el grado de descomposición moral al que están llegando los países más ricos de Europa en su deriva totalitaria y egoísta. 

Desde que se inició la anterior crisis del capitalismo neoliberal, Holanda, Finlandia, Alemania y otros Estados ricos, de los más ricos del mundo, además de socios en la Unión Europea, decidieron llamarnos “cerdos” e imponernos programas de austeridad que limitaban drásticamente nuestra capacidad de recuperación. No podíamos devaluar la moneda ni tampoco recurrir a la deuda. Con las manos atadas y el Gobierno en manos de un partido privatizador y contrario a los servicios públicos esenciales, no se recurrió a la otra opción que era subir los impuestos a los que más ganaban para poder mantener el nivel de esos servicios. Se optó por la privatización, el chanchullo y el robo, por dejar la Sanidad, la Educación, los derechos laborales y los Servicios Sociales bajo mínimos. Con esas políticas suicidas España no pudo reducir la deuda, sino que al tener menos ingresos la aumentó hasta llegar al ciento por ciento de su PIB. Ningún país rico, de los que no hicieron recortes, ayudó a España a superar aquella crisis debida a la especulación financiera que ningún organismo europeo supo ver con la suficiente antelación. Se nos dejó caer, se aplaudieron desde Bruselas los recortes de los gobiernos, las bajadas de impuestos a los ricos y de sueldo a los trabajadores. No, amigos de Holanda, España no pudo tener una reserva presupuestaria, España lleva doce años empobreciéndose sin que sus socios europeos hayan hecho el mínimo esfuerzo de solidaridad para que saliésemos de aquella crisis que no ha terminado cuando ya tenemos otra encima. Pero aún así, señores holandeses, nosotros no hemos optado por dejar morir a los viejos, a nuestros padres y abuelos en la soledad insoportable, sin las mínimas atenciones: Aquí están siendo asistido en las UCIs como cualquier otra persona, sin practicar ningún tipo de eugenesia, sin inspirarnos todavía en el libro gordo de Hitler. Nuestros viejos son tan importantes para nosotros como el más productivo de los jóvenes. Esa es la diferencia, ahora mismo, entre ustedes y nosotros.

Los bulos, los infundios, las mentiras que han desatado los que piensan que cuando peor vaya todo, mejor para ellos, han llegado hasta el extremo de insultar hasta la saciedad no sólo al Gobierno del Estado, sino al responsable de la epidemia, a Fernando Simón, un especialista de primera categoría que ha intentado transmitir en sus comparecencias tranquilidad, pidiendo paciencia con unas dotes pedagógicas encomiables, mangíficas. La miseria humana es muy superior a la imaginada y la ingratitud tan infinita como el universo. Sin embargo, hay muchos, entre los que me cuento, que no tenemos otra cosa que mostrar nuestro máximo agradecimiento al Dr. Simón, una persona que lleva meses trabajando mañana, tarde y noche por nosotros, por todos nosotros, incluidos los que han puesto en marcha la máquina de la mentira. ¡Gracias Doctor, muchas gracias! Algún día, cuando todo esto haya pasado, los criminales que no hacen más que crear dificultades, poner palos en las ruedas y mentir, tendrán lo que se merecen.

La criminal estrategia del infundio