jueves. 28.03.2024

El concepto de libertad en la derecha española

Hace unas horas, uno de los organizadores de la feria informática y de negocios que se está celebrando en Madrid definía el maravilloso evento bautizado con un nombre inglés que me niego a pronunciar.

Hace unas horas, uno de los organizadores de la feria informática y de negocios que se está celebrando en Madrid definía el maravilloso evento bautizado -como casi todo lo que tocan los desaprensivos- con un nombre inglés que me niego a pronunciar, como un encuentro de líderes, de emprendedores, de individuos dispuestos a ser depredadores en vez de presas. Lo decía con la mayor naturalidad, como si el darwinismo social –que está en la raíz de todos los movimientos nazi-fascistas- fuese una opción válida en una sociedad civilizada. Según sus palabras la feria, el simposio, el congreso o lo que sea esa reunión de espabilados, ponía en manos de los participantes los instrumentos necesarios para poder elegir entre ser verdugo o decapitado, dándonos a entender que en este mundo salvaje que hemos consentido que nos monten hay que elegir entre una de esas dos aberrantes y tristes alternativas. Según el pensamiento derechista dominante, el mercado da lo que se merece a cada cual y a todos nos es dado situarnos en el lugar adecuado para recibir sus premios y recompensas siempre que estemos raudos para saber de dónde vienen los vientos más propicios y las mejores compañías. Para los que no sean capaces de tal cosa, siempre quedará, según el neodarwinismo social y estos señores tan avezados y humanos, el recurso al refranero: “A quién Dios se la dé, San Pedro se la bendiga”, dicho popular que parece haber tomado como máxima de su acción política el actual gobierno en defunciones que actúa como si hubiese vuelto a sacar mayoría absoluta. Depredadores, ya sabemos quiénes son, banqueros, gentes del Ibex, contaminadores, ejecutivos fetén sin escrúpulos, tiburones financieros, politicuchos, abogados desalmados, muñidores del fraude fiscal, policías dispuestos a abrirle las carnes a ciudadanos por el simple hecho de protestar, explotadores, especuladores…; presas, todos los demás.

Mariano Rajoy, siguiendo a su maestro Fernández de la Mora, no dudó en hacer su particular alusión al darwinismo social en unos cuantos artículos publicados en la Galicia de su mocedad en los que aludía a la supremacía en los estudios y otros ámbitos de negocio –todo en la vida es negocio- de las personas pertenecientes a linajes o estirpes de aquilatado abolengo, alusión que nadie podrá rebatir al comprobar que Rajoy y sus hermanos son todos notarios y registradores de la propiedad, mientras que la mayoría de los hermanos que viven en España con rango menor al de la familia del Señor Presidente raro es que hayan pasado del empleo de cabo o sargento chusquero, caso de tener oficio conocido. Para facilitar que las cosas sigan siendo como siempre han sido no se pueden escatimar esfuerzos ni en la escena pública ni en la privada, es por ello que los gobiernos de España, que casi siempre han sido de derechas y extrema derecha como Dios manda, han dedicado secularmente sus afanes y nuestros dineros a perpetuar el orden dispuesto desde los tiempos de Pelayo y Guifré el Pilós, tipos simpáticos donde los haya. Por ellos no ha pasado el Renacimiento, ni el Racionalismo, ni la Ilustración, ni la Revolución francesa, ni las revoluciones burguesas y proletarias que tan bien estudió y explicó Eric Hobsbawm, ¿para qué si esos acontecimientos sólo han servido para torcer el rumbo maravilloso que llevaba el mundo desde que el Altísimo lo creó en seis días y al séptimo descansó? Sí ha pasado, y de qué forma, el tradicionalismo, el nepotismo, el abuso y la defensa a ultranza del privilegio de clase, cosas estas en extremo necesarias para alcanzar la santidad.

Decía Don Quijote a Sancho –por cierto, ¡vaya homenaje campanudo que les están ofreciendo los patriotas del Estado español!- que “la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida…”, y en efecto, así es, por la libertad de los depredadores todo es lícito, todo, por cruel que parezca, encomiable: No sería posible que los ricos hubiesen aumentado bárbaramente su riqueza, y por tanto su libertad, que es la que de verdad hay que “poner en valor”, si no hubiese crecido exponencialmente la miseria de los que no son de su estirpe, seres cuyos sufrimientos no pasarán a la historia porque sus vidas son de todo punto insignificantes. De ninguna manera podrían disfrutar los mejores del bienestar del que gozan sin la libertad de empresa y de trabajo, que son aquellas que permiten al empresario pagar sueldos de miseria a los trabajadores para obtener mayores beneficios apropiándose de un porcentaje mayor de las plusvalías generadas sin que convenios colectivos ni otras limitaciones legales comunistas impidan la normal relación entre empresario y trabajador individual; tampoco sería el mundo como va volviendo a ser sin la libertad de enseñanza, que no consiste en que el profesor o maestro pueda desarrollar su trabajo utilizando los instrumentos pedagógicos que estime oportunos, sino en que el Estado regale miles de millones de euros a los colegios concertados de la Iglesia Católica para que adoctrine en la “Verdad” a niños, adolescentes y jóvenes. Qué decir de la libertad de expresión, puntal principal sobre el que se asienta la civilización occidental cristiana, hoy más que nunca, sin las amenazas impunes de Jiménez Losantos y sus amigos a personas que piensan diferente a ellos y por tanto ponen en riesgo la ley natural que es heredera de la divina; qué de la ley mordaza que gracias a Dios mantiene en la cárcel o bajo medidas cautelares a personas tan malvadas y peligrosas como Alfon, Bódalo o los sindicalistas y los titiriteros de Granada, qué de las bondades de los informativos y programación general de las televisiones que nos explican con claridad meridiana lo que sucede en esa antesala del infierno que es Venezuela pero apenas hablan de la pobreza que sufre más de una tercera parte de la población española por su propia inutilidad o de la interminable y merecida deriva de rentas públicas a bolsillos particulares propiciada por quienes saben de verdad utilizar el dinero con provecho obviando los despreciables intereses bastardos de la chusma. Empero, pese a las inconmensurables ventajas de todas y cada una de las libertades que recoge nuestra Carta Magna, hay dos que destacan –como en los Diez Mandamientos- sobre todas las demás. La primera es la sacrosanta libertad a no ser encarcelados, es decir, los depredadores somos tan irresponsables como el rey, por eso la ley da por hecho que nuestros actos se mueven, en cualquier circunstancia, por la búsqueda del bien, o más concretamente, del beneficio, y a nadie que busque su beneficio personal –tal como indican las inmarcesibles Leyes del Mercado- se le puede acusar de delito alguno sino de actuar conforme a Derecho; la segunda se la Libertad Fiscal, libertad donde las haya que posibilita a quienes tienen un rango social determinado no pagar a la Hacienda Pública ni un real sin que ello tampoco suponga menoscabo legal alguno ni desdoro social de ningún tipo y sí, por el contrario, el incremento exponencial del prestigio de quienes de tal manera actúan. Sin esas dos libertades que, como siempre fue desde la noche de los tiempos, permiten a quienes se lo merecen por alcurnia o capacidad de adaptación desarrollar su vida en plenitud, hoy cualquier indocumentado podría tener los mismos derechos que Don Mariano Rajoy, Don Amancio Ortega, Doña Ana Patricia Botín, Don Pujol o Doña Esperanza Aguirre, condesa consorte de Murillo, y eso sería tanto como concluir que los principios de mérito y clase no sirven absolutamente para nada.

Por último señalar, aunque pueda parecer algo liviano y de poco peso específico, la importancia que tiene la Libertad de Mentir, que es esa que permite prometer que no se tocarán la Educación, la Sanidad ni las Pensiones durante la campaña electoral, para luego, una vez obtenida la victoria diezmarlas y ponerlas en peligro de muerte para favorecer el negocio particular, que al fin y al cabo es lo que de verdad importa. Ahora van y nos votan, que vienen los comunistas.

El concepto de libertad en la derecha española