jueves. 25.04.2024

La ciénaga pestilente: retrógrados y rateros

rajoy

No existe ninguna razón para que los dirigentes del PP estén ni un minuto más en el poder y quien no contribuya a esa tarea verdaderamente patriótica de limpiar la casa, será cómplice necesario

En una conferencia pronunciada hace tres años, la activista paquistaní y Premio Nobel de la Paz  Malala Yousafzai describía con estas palabras lo que sucedía en su país: “En mi país los políticos no le dan importancia a robar. Ellos son ricos y el país es pobre, y sin embargo, no dejan de saquearlo. La mayoría de ellos no pagan impuestos, pero comparativamente eso es lo de menos. Toman préstamos de bancos estatales y no los devuelven. A cambio de contratos gubernamentales reciben comisiones de amigos o de las compañías a las que se les adjudican. Muchos de ellos poseen caros pisos en Londres. No sé cómo pueden vivir con sus conciencias cuando ven que nuestra gente pasa hambre o vive a oscuras por los constantes cortes de luz, o que los niños no pueden ir a la escuela porque sus padres necesitan que trabajen...”.

Terrible y desgarrador relato que nos habla de una oligarquía encaramada al poder en beneficio propio, indiferente al sufrimiento inmenso de su pueblo, al hambre, a la falta de instrucción, a la explotación y a la enfermedad. En España, sólo te cortan la luz si no pagas los precios que entre el Gobierno y las empresas eléctricas deciden, no pueden poner a los niños a trabajar porque no hay trabajo salvo que así se le llame a buscar en los contenedores de basura o a transportar estupefacientes y otras sustancias prohibidas. Sin embargo, desde la llegada al poder del partido de Rajoy ocupamos uno de los primeros puestos de Europa en pobreza y desnutrición infantil,  fracaso escolar y exclusión, lo que no impide que el Estado regido por el Partido Popular y los nacionalismos periféricos siga entregando miles de millones de euros a las escuelas, institutos y universidades de la Iglesia Católica, institución que no tiene más objetivos que ganar dinero y moldear conciencias a su imagen y semejanza, institución que segrega por razones de raza y de renta. En mi país, que no es Pakistán, todavía no hemos llegado ahí pero si nos empeñamos lo conseguiremos, somos muy tozudos, no existe hambre real porque, sin ayuda ninguna de los gobiernos, se ha construido una impresionante red de solidaridad familiar que ha cargado, en la vejez, con los efectos más dramáticos de la crisis, acogiendo en sus hogares a hijos y nietos, repartiendo su pensión, aguantando la desesperación de sus parados y cuidando de los nietos más que de ellos mismos. En mi país, que no es Pakistán, los herederos de un régimen repugnante han tomado créditos de bancos que no han devuelto, mientras han permitido que esas mismas entidades expulsen a familias enteras de sus casas por no poder pagar la hipoteca porque la estafa financiero-ladrillera les dejó sin ingresos; han concedido contratos por cientos de miles de millones a empresarios amigos a cambio de porcentajes, de sobornos, para hacer unas obras que a veces eran necesarias y otras totalmente prescindibles. No, no somos Pakistán, tampoco Palestina, ni siquiera Marruecos, vivimos mejor que ellos, la mayoría, pero desde hace años venimos siendo gobernados por indeseables, por personas que odian al pueblo y a lo público, que no creen en lo que es de todos porque lo que es de todos no es de ellos, y ellos han venido, rodeados de banderas y de himnos, para forrarse. No les preocupa la pobreza, ni la necesidad, ni el padecimiento ni el embrutecimiento progresivo en el que está cayendo una parte de la población debido al bombardeo sistemático de mierda televisiva, lo único que les quita el sueño es que alguien se entrometa en sus asuntos privados, en la forma que han elegido para llenar sus arcas y las de sus amigos, porque para ellos esa es la verdadera libertad.

Transparencia Internacional dice que corrupción “es el abuso del poder público para beneficio privado”. Desde hace años, los gobernantes de este país no han hecho otra cosa que utilizar el poder público, las instituciones públicas para medrar y enriquecerse, para destruir aquellos servicios públicos esenciales descapitalizándolos y justificar así su entrega a empresas privadas que luego se portaban generosamente. En España no funcionaban mal las eléctricas públicas, ni los hospitales públicos, ni las escuelas públicas, ni las petroleras públicas, lo que sucedía es que escapaban al negocio, a la usura, que tenían otros objetivos. Desde que se privatizaron hemos visto como decenas de antiguos ex han ingresado en su nómina sin que nadie sepa cual es su verdadera tarea, salvo prestarles las influencias adquiridas durante el cargo. También, desde ese momento hemos visto como los precios de los servicios públicos se han disparado, haciendo recaer sus enormes beneficios sobre la miseria de unos consumidores poco acostumbrados a exigir sus derechos. Los bancos que provocaron la crisis vieron en el Estado al que tanto critican el salvavidas que necesitaban para poder seguir haciendo lo que siempre han hecho, llegando al extremo de recibir miles de millones sin comprometerse a devolver ni un duro, de saquearnos cotidianamente con comisiones disparatadas por sacar nuestro dinero. Nadie, absolutamente nadie, les obligó a firmar un contrato mediante el cual tuviesen que ingresar al Estado en un plazo determinado el dinero que se les dio para paliar su pésima gestión, a nadie, tampoco, se le ocurrió construir con ese dinero una banca pública potente que librase a los ciudadanos de la dictadura financiera que nos asfixia desde la noche de los tiempos. Las constructoras se han ido de rositas de la crisis porque tampoco nadie les ha exigido responsabilidades sino todo lo contrario, se les entregaron autovías, silos de gas, hospitales, sin ningún riesgo, con contratos en los que ponía que si había pérdidas el Estado las rescataría pagando lo que fuese menester a los amigos. En fin, aquí el interés general no cuenta desde hace años maniatado como está por el interés particular de bellacos, miserables y corsarios de medio pelo.

La Infanta no sabía lo que hacía su marido con los negocios de intermediación a los que se dedicaban y deparaban grandes ingresos a la familia; la esposa de Bárcenas ignoraba el dinero que había en las cuentas de su casa porque se fiaba mucho de su marido; Ana Mato desconocía que en la cochera de su casa hubiese un coche de altísima gama; Esperanza Aguirre no tenía ni idea de quienes eran Francisco Granados e Ignacio González y M. Rajoy, Presidente del Gobierno y del Partido Popular con despacho colindante con el de Bárcenas -sé fuerte- pensaba que Génova era una ciudad italiana en la que sólo ha estado por motivos oficiales. El lodazal madrileño ha estallado y ya tiene sentencia. Habrá que esperar a la firmeza y a lo que intentan en el interregno, pero todos sabemos lo que ha pasado porque el olor a mierda es insoportable. En Valencia, el forúnculo pestilente también ha comenzado a supurar, ya sólo falta que lo haga el catalán, ese que tanto ha tenido que ver en la deriva independentista de muchos dirigentes. Sólo entonces podremos comenzar a hablar de regeneración, de la regeneración ineludible que necesitan tanto las instituciones de este país, como quienes se dedican a la cosa pública y a la privada.

Han mentido, han robado, han empobrecido, han embrutecido, han explotado, han creado recelos territoriales gravísimos, han utilizado las instituciones, todas, a su capricho y han puesto las bases para destruir todo aquello que se hizo con el trabajo, el esfuerzo y la abnegación de millones de personas que nos antecedieron. No hay piedra que hayan dejado sobre piedra y encima con soberbia, con altanería, con desprecio, con chulearía. Una cantidad próxima al monto anual de las pensiones es lo que nos cuesta la corrupción. No existe ninguna razón para que esa gente esté ni un minuto más en el poder, hay un millón para echarlos, y quien no contribuya a esa tarea verdaderamente patriótica de limpiar la casa, será cómplice necesario.

'Diccionario del franquismo', protagonistas y cómplices (1936-1978), de Pedro L. Angosto, ya a la venta.

La ciénaga pestilente: retrógrados y rateros