jueves. 18.04.2024

El capitalismo es una mantis religiosa

La mantis religiosa es un bello insecto originario de los países del sur de Europa al que la mitología seudopopular atribuyó costumbres un tanto extrañas.

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La mantis religiosa es un bello insecto originario de los países del sur de Europa al que la mitología seudopopular atribuyó costumbres un tanto extrañas. Quizá por su aspecto, por su color o por el hecho de que las hembras tengan un tamaño mayor al de los machos, muchas personas siguen creyendo que, en especial, la señora es extremadamente peligrosa porque goza más comiéndose al señor que haciendo el amor con él. Y es que entre los seres humanos también suceden cosas parecidas, ver a un chico de dos metros acompañado por una chica de un metro sesenta no despierta demasiada expectación, cosa que si ocurre cuando invertimos los términos y es ella la que saca cabeza y media a él. Entonces hay algo raro, algo que no es normal, que se sale de lo habitual, algo que  levanta miradas y sospechas sobre las razones de una relación a todas luces inadecuada y que, seguramente, tiene sus raíces en frustraciones de una infancia tenebrosa. Mantis religiosas y mujeres grandes que salen con hombres de considerable menor tamaño comparten, en muchas ocasiones, estigmas nacidos de la ignorancia, pues si las mantis religiosas no suelen comerse a sus parejas tras el coito, tampoco la mujeres de gran tamaño tienen por costumbre cocinar a su acompañante tras una velada amorosa.

La mitología popular es a menudo poco popular y sale de lugares ajenos al pueblo para luego regresar a él con malas intenciones. Tal ocurre, por ejemplo, con bastantes de los refranes que todavía siguen en boca del personal, muchos de ellos zafios, conservadores y reaccionarios. Cocinados a menudo en los fogones de conventos, palacios y figones a los que acudían nobles, pícaros y espadachines, cuando no curas trabucaires, pretendían insuflar en el ánimo del pueblo el espíritu de la resignación, la obediencia y la sumisión: Cualquier polémica se zanjaba, o se trataba de zanjar con un refrán al que muchas veces se respondía con otro contrario. Una forma de hablar con frases hechas que ahorraba el pensamiento y el imprescindible espíritu crítico, salvo cuando, como en el caso de Cervantes, se empleaban con justo tino, ironía y toda la sabiduría del mundo: “A dios rogando, y con el mazo dando”.

Pero nos estamos desviando de nuestro objetivo principal que no es hablar de las mantis religiosas ni de los refranes, al menos centralmente, sino del capitalismo, un sistema que lleva destrozando a la Humanidad y la casa dónde ésta habita desde la noche de los tiempos. La mantis religiosa no acostumbra a comerse a su pareja después de fornicar, pero el capitalismo, los capitalistas que dan vida al engranaje más primitivo y cruel que el hombre ha creado, sí. El capitalismo no sólo devora a su acompañante, es capaz de engullirse sin el menor remordimiento a su padre, a su madre, a sus hermanos, hijos, sobrinos, conocidos y desconocidos, porque es precisamente en eso en lo que ha justificado su existencia a través de los siglos. Si el capitalismo anduviera con sentimentalismos, con medias tintas, con miramientos, no sería capitalismo, habría que llamarlo de otra manera. Durante siglos el capitalismo, en sus formas primarias, mantuvo a la inmensa mayoría de los hombres en la oscuridad, no dudando en sacar la espada y hacer rodar todas las cabezas que fuesen menester y alguna más cuando surgía el más mínimo brote de disidencia. Así ocurrió en el antiguo Egipto, dónde sacerdotes y faraones guardaron “el saber” para ellos, sometiendo al pueblo por la fuerza bruta y por la fuerza del miedo a lo desconocido, fórmula que aprendieron a la perfección en lo sucesivo los reyes, nobles, clérigos y burócratas que les fueron sucediendo en otras civilizaciones y periodos históricos. El mito, la espada y el mantenimiento forzado del pueblo en la ignorancia fueron los instrumentos principales para que nada cambiase y para que los de arriba viviesen a sus once vicios mientras los de abajo eran víctimas de guerras, plagas, matanzas, expolios y todo tipo de males, sufrimientos mil que en absoluto les garantizaban una vida mejor tras la muerte porque de seguro, en su sufrimiento, alguna vez habrían pecado de forma incurable.

Mucho se ha hablado desde que estalló esta crisis de la posibilidad de reforma o sustitución del sistema, de su inviabilidad, algunos, con muy buena intención, incluso se atreven a afirmar que estamos ante el inicio de una nueva era, que el capitalismo ya no puede con sus botas. Y no es así, les aseguro que nada hay de eso aunque ya hace años Kondratiev estableciese la teoría, todavía en vigor, de los ciclos alcistas y bajistas del sistema. Y no es así porque el capitalismo sólo se ha visto en apuros cuando el movimiento obrero se ha organizado fuertemente en Europa y, sobre todo, cuando los bolcheviques se hicieron con el poder en Rusia fundando la URSS. Entonces sí, entonces el capitalismo comenzó a divisar un horizonte oscuro, se sentó en la mesa a regañadientes y accedió a muchas de las demandas de los trabajadores con la única finalidad de disminuir la amenaza que se cernía sobre él. No es que el capitalismo, los capitalistas se volviesen de pronto humanos, no, ni mucho menos, aquello formaba parte de una estrategia temporal ante un enemigo que podría haber terminado a corto plazo con sus expectativas. Empero, habían pasado muchos años, muchas crisis y de sobra sabían que las llamadas conquistas obreras no iban a durar para toda la vida, ni mucho menos. En primer lugar era preciso malear el proyecto soviético, en segundo crear una clase media anodina y conservadora mediante la propaganda, el desclasamiento y la deseducación y en tercero y principal, adoctrinar a los trabajadores de todas las clases con aquella célebre frase selvática del escritor alemán Karl Kraus: “No se trata de tú y yo, se trata de tú ó yo”, frase que constituye a nuestro parecer el verdadero lema del capitalismo y que a día de hoy ha calado en gran parte de la sociedad que ha terminado viendo al otro como un enemigo potencial.

De este modo, el capitalismo, en los últimos años, ha logrado desmantelar los sistemas educativos que pergeñaron los grandes pedagogos de finales del XIX y principios del XX, eliminando del curriculum educativo las enseñanzas humanísticas: ¿Para qué quiere un capitalista a un tipo que sepa traducir de carrerilla a Sófocles? Ustedes mismos. Lo que quiere el capitalismo es que el sistema educativo en su totalidad, deje en el barro a quien deje, cree científicos sin escrúpulos capaces de inventar enfermedades y luego sus antídotos parciales; exige contables capaces de contar lo que no existe y de no contar lo que existe; ingenieros que construyan máquinas voladoras capaces de transportar y arrojar toneladas de armas mortíferas sin apenas hacer ruido; vendedores de humo, creadores de necesidades innecesarias, educadores para la idiocia global, saltimbanquis, chamarileros, druidas, sablistas, estafadores, explotadores… ¿Humanistas? ¿A estas alturas? ¡Valiente manera de tirar el dinero!

No precisa tampoco el sistema de trabajadores. Despedidos del medio rural y marino, dentro de poco apenas harán falta en la industria ni en los servicios salvo en determinados periodos del año en que la demanda crezca de modo considerable; ni tampoco tener industrias repartidas por todos los países: Eso son  cosas del pasado. La tendencia para las próximas temporadas es la concentración de la producción en determinados lugares dónde la mano de obra sea muy barata y las exigencias sociales nulas; la creación de un enorme ejército de parados desorganizados y, por último, la supresión de aquellos derechos políticos, económicos y sociales que, coyunturalmente, se dieron al pueblo haciéndole creer que los había conquistado él y que hoy, apenas defendidos por nadie, son un estorbo para que el capitalismo consiga sus últimos objetivos: Reducir al ser humano a la categoría de esclavo lobotomizado. Nadie piense, pues, que estamos en puertas de un cambio fantástico hacia ese otro mundo que muchos creemos posible. Todo lo contrario, el capitalismo -que contrariamente a lo que se cree nunca entra en crisis: Sí sus víctimas-, ha apretado el acelerador y está dispuesto a quitarse de en medio todo lo que le sea molesto, incluso a reducir el número de países desarrollados a un pequeño núcleo. A lo que estamos asistiendo en verdad con motivo del expolio financiero global, es una concentración de capitales como nunca antes había ocurrido, una concentración que sucede en un momento de desorganización y desmoralización total de la sociedad, que amenaza con acabar con todos los derechos y libertades públicos e individuales, que pone en peligro la supervivencia del planeta y que exige, de inmediato, que nos dejemos de monsergas y discusiones banales, que pongamos fin a la siesta y alcemos la voz y el puño para decirles, claramente, hasta aquí hemos llegado, ni un solo paso atrás.

La democracia verdadera no es cosa que guste a banqueros, obispos, generales, industriales ni ejecutivos;  no es algo que se conquista y se mete en un relicario para adorarlo en día de fiesta, la democracia es un proceso progresivo que se mantiene vivo y en movimiento por la acción del pueblo. Si el pueblo se duerme, delega ad eternum o se vuelve indiferente, si se deja seducir por quienes no creen en ella –aunque se disfracen, cambien el tono de su voz y su discurso- y se dedican poco a poco a vaciarla de contenidos, termina transformándose en una dictadura oligocrática, régimen ansiado por los capitalistas de toda laya y que conlleva el regreso a un pasado remoto del que difícilmente veremos la salida. Sin embargo, como se ha dicho, la decisión está en nuestras manos, o seguimos durmiendo y peleándonos por niñerías con todas las consecuencias, o gritamos todos unidos: ¡¡¡Se acabó!!!

El capitalismo es una mantis religiosa