viernes. 29.03.2024

Cambio climático: el suicidio global

No hace falta que hablemos del legado que dejaremos a nuestros hijos y nietos, el desastre lo veremos con nuestros propios ojos.

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En cierto modo, todos somos cómplices de ese suicidio colectivo al que nos conduce el calentamiento global

En 1972 Vicente Vila, magnífico profesor de Ciencias Naturales del Instituto de Caravaca, llegó alterado a clase, se sentó, puso los brazos sobre la mesa y con las manos se cogió la cabeza. Estuvo así unos minutos, después reaccionó, se levantó y nos dijo que le siguiésemos. A paso acelerado, cincuenta muchachos de doce o trece años le seguimos hasta la Avenida de los Andenes, una avenida que no era otra cosa que la carretera que llevaba al vecino y querido pueblo de Moratalla pero jalonada por dos filas de plátanos de sombra enormes a cada lado. Los estaban cortando, asesinando, porque a los regidores municipales por designación de Franco tanta belleza les parecía una obscenidad. Hoy podría ser un paseo único en el Sur de España. Creo que fue en 1978 cuando a las mismas autoridades se les ocurrió hacer idéntica cosa con la plataneda que cubría cinco kilómetros desde el pueblo hasta el paraje conocido como El empalme en dirección a Murcia, quinientos plátanos gigantes que logramos salvar atándonos a ellos, lanzando pasquines por todo el pueblo y sacando fotografías en los periódicos, no obstante como eran tiempos de cambio y logramos arrancar de la autoridad competente –Delegado de Obras Públicas- el compromiso de que no se tocaría la arboleda, algunos colindantes con industrias o expositores de máquinas decidieron tomarse la injusticia por su mano y mediante perforaciones o irrigaciones con sal consiguieron acabar con bastantes de ellos. Como respuesta a aquellas movilizaciones que consiguieron que todavía hoy, aunque diezmada y amenazada, subsista la monumental plataneda, el Ayuntamiento mandó a varios trabajadores para que cortasen los tres olmos majestuosos que había frente a mi casa justo a la hora en que estábamos comiendo, para que gozásemos de la escena. En 1980, volvimos a atarnos a nuestros amigos vegetales para salvar la tercera arboleda de Caravaca, la que tenía los árboles más grandes –jamás he visto plátanos ni olmos de ese tamaño en ningún lugar-, la que salía del pueblo en dirección a Granada. Las diversas policías nos molieron a palos y al final no dejaron uno, ello pese a que el volumen de los árboles hacía dificilísima la tala. Posteriormente, a finales de los ochenta volvieron a plantar arces en esa calle, y crecieron bien, pero llegó otro Alcalde arboricida y acabó con ellos porque le gustaban más los geranios y, sobre todo, el asfalto. Ese Alcalde, dejó el Ayuntamiento en las últimas elecciones municipales, eso sí, con cuarenta millones de euros de deuda para una población de 27.000 habitantes.

Si cuento todo esto es sólo por señalar la importancia que tiene la Educación en todos los aspectos de la vida, y no es el menor el amor inquebrantable a la Naturaleza, algo que nos ha sido prestado para mejorarlo. El cariño inmenso que mi padre nos inculcó hacia árboles, montañas, huertas y ríos junto con aquella escena de mi profesor Vicente Vila, fueron decisivos para que desde la infancia algunos sintiésemos las diversas agresiones al Medio como si nos las estuviesen haciendo a nosotros mismos. Acequias llenas de residuos de fábricas y garajes, ramblas y barrancos atestados de plásticos, botellas y electrodomésticos viejos, escombreras en caminos rurales, tierras de cultivo de altísima productividad convertidas en solares, bosques llenos de ramas secas y pinocha que arden con un simple vidrio al sol, tubos de escape libre destilando miles kilos de gases contaminantes, el uso inveterado de vehículos de motor individuales para ir a cualquier lugar aunque luego se vaya al gimnasio para estar en forma, demuestran que hemos retrocedido décadas y que, en cierto modo, todos somos cómplices de ese suicidio colectivo al que nos conduce el calentamiento global.

A mediados de los ochenta, el capitalismo, harto de los derechos laborales, sociales, económicos y políticos que existían en Europa, decidió llevarse la producción industrial a China, La India y países limítrofes donde nada de eso existía. Aunque el calentamiento viene de antes, desde que el hombre, tras la Segunda Guerra Mundial, llegó a manejar tecnologías capaces de destruir la Tierra, es a partir de esos años cuando se produce un calentamiento que no es sólo visible por los científicos sino palpable para la mayoría de los ciudadanos. Pondré un ejemplo que quizá les suene: Durante las primeras dos décadas de mi vida (1960-1980), solíamos ir por las noches al cine de verano del pueblo, pasada la primera semana de agosto era imposible ver la película sino llevábamos una rebeca; hoy en el mismo sitio donde antes estaba ese cine, a mediados de agosto y a las doce de la noche, la temperatura habitual es de treinta grados. La emisión de gases de efecto invernadero se ha multiplicado por veinte desde 1990 mientras que la masa forestal mundial está en los niveles más bajos desde que el hombre puso los pies en el planeta. Dos son los países que lideran la producción mundial de contaminación, el país más rico y poderoso, Estados Unidos, que hasta hace muy poco negaba el cambio climático y disfrutaba del humo negro tanto como de las hamburguesas y de Bruce Willis, y China, el país que en las tres últimas décadas se ha convertido en líder global de la producción de baratijas utilizando el carbón como principal combustible. A ambos países, tan distintos, les ha unido hasta el día de hoy dos cosas, la búsqueda de la maximización de beneficios y una falta de respeto sideral hacia la Naturaleza. Las consecuencias las estamos pagando, los inviernos han desaparecido, los veranos son cada vez más crueles, las sequías más prolongadas y las lluvias más torrenciales. La situación es especialmente grave en España y en los países mediterráneos, países limítrofes a las zonas más áridas que difícilmente soportarán los incrementos de temperatura y la escasez de precipitaciones que ya sufrimos. 

Como demostraron los dueños del mundo tras las elecciones de Grecia, obligando a claudicar a un gobierno elegido para hacer justo lo contrario de lo que está haciendo, hoy los cambios no son posibles en un solo país porque te pueden hundir desde un teclado de ordenador, por eso es necesario un acuerdo mundial para dejar de emitir gases de efecto invernadero y, en la medida de lo posible, recaptar los ya emitidos y transformarlos en limpios. Mientras eso sucede –o sucede o no lo contaremos- en países como España, en continentes como Europa, es menester emprender un plan de forestación científico que abarque todas las tierras abandonadas o con bajos rendimientos; es necesario iniciar desde ya una campaña total de concienciación para que sepamos lo que nos viene encima si no lo cortamos de raíz ya, y es de justicia que apoyemos económicamente a aquellos países que se ven obligados a vender sus bosques y selvas para poder subsistir. En otro caso, no hace falta que hablemos del legado que dejaremos a nuestros hijos y nietos, el desastre lo veremos con nuestros propios ojos.

Cambio climático: el suicidio global