sábado. 20.04.2024

Atrapados en las redes

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Las redes siempre se han utilizado para pescar, nunca para hacer la revolución, ni siquiera la de los sofás o la de los butacones, y ahí, como peces en el camino de convertirse en pescados, andamos

No puedo negar que desde bien pronto me sentí atraído por las redes sociales. Pensaba que para la mayoría de los mortales se abría un mundo tecnológico nuevo lleno de posibilidades formativas. Por primera vez se podía estudiar y actuar a escala planetaria al margen de las instituciones y de los medios de comunicación y conocimiento convencionales. De golpe y porrazo podías hablar con una persona de Vietnam y con otra de Perú, compartir opiniones, conocer sus tradiciones, su cultura, sus cuitas e intercambiar pensamientos sobre todo ello en una fracción de segundo. Al mismo tiempo, las redes sociales parecían ser el instrumento adecuado para organizar una respuesta racional a la globalización, porque permitían a los de abajo discutir, conversar, analizar situaciones e intentar articular respuestas que no se circunscribiesen al ámbito estatal. Eran algo así como las primaveras árabes, el pueblo en las calles, los soldados en sus cuarteles, la policía parada:  las cosas iban a cambiar de base, luego vimos que todo siguió igual. 

De pronto, todos nos convertimos en opinadores, quien más y quien menos tenía su doctrina y había llegado a unas conclusiones infalibles que quería participar a todo el mundo. Era la democratización de la opinión, se acabaron los santos tertulianos a sueldo, los dictadores de sentencias indiscutibles, los opinadores de rango. Uno mismo era su propio comité central, su propio periódico, su articulista de referencia, el más acertado, el más crítico y el más juicioso. Sin embargo, pasó el tiempo y las redes sociales, que no nacieron para satisfacer ninguna demanda democrática ni para dar voz a los que no la tenían, que dependen de empresas capitalistas muy poderosas e influyentes, comenzaron a mostrar su verdadero rostro. No creo que ninguno de los chavales que desde el Silicon Valley comenzaron a operar con algoritmos tuviesen la intención de crear algo que sirviese para mejorar la vida de los seres humanos, tampoco que pensasen en fastidiarla, únicamente investigaban con unas hipótesis determinadas que concluyeron en eso que hoy conocemos como redes.

Pese a la importancia que han adquirido en nuestras vidas y en la transformación de la opinión mundial, estamos ante los primeros pasos de un bebé que debidamente alimentado crecerá y se multiplicará de modo exponencial, introduciéndose en nuestras vidas de tal manera que creará en nosotros la necesidad de estar con él, de ser escuchado por él, de ser valorado por él, convirtiéndose lo que nació como instrumento en un fin en sí mismo. En un mundo globalizado donde los de abajo estamos cada vez más incomunicados, las redes sociales están desempeñan el rol del espejismo en el desierto, pero no por ello deja de ser un espejismo nacido de la sed y de las carencias afectivas que si cubrían sociedades menos avanzadas. Se ha escrito mucho sobre paisajes distópicos, siempre tendremos las referencias de Huxley, Orwell, Dick y Bradbury. Todos ellos nos hablaron de un futuro no demasiado halagüeño debido al incontrolado e innecesario desarrollo de la tecnología, sobre todo de aquella que permitía controlar al hombre, sus pensamientos, sus movimientos, sus inquietudes. En casi todas las obras distópicas escritas en el siglo XX, la tecnología se ponía al servicio de los más poderosos para acabar con cualquier disidencia, con cualquier actitud que pudiese poner mínimamente en peligro el orden establecido. Se hablaba de democracia mientras policías y drones vigilaban cada uno de tus movimientos, mientras complejos sistemas informáticos se introducían en tu interior para saber de tus pensamientos, de tus proyectos, de tus quejas, consiguiendo un engranaje perfecto del que se desechaba por nocivo o inservible cualquier elemento de dudosa fiabilidad. Bien, eso escribían los textos de los viejos sabios de anteayer, pero resulta que eso ya ha llegado, que está entre nosotros cada día, que nos controla, nos trae y nos lleva, dándonos, eso sí, una porción de Soylent rojo o Soylent amarillo.

De quienes usamos las redes sociales, no me cabe duda alguna que son aquellos que las utilizan sólo como espacio de entretenimiento quienes les extraen el mayor jugo. No quiere decir esto que en ellos no cunda la alienación, por supuesto que sí, lo que sucede es que nunca han buscado otra cosa que poner su fotografía o vender su alma al diablo. Luego estamos, y no somos pocos, quienes pensamos que desde las redes sociales se podía cambiar el mundo, hacer una nueva revolución de los sofás o plantear dudas existenciales a sectores importantes de la sociedad mundializada. No cabe mayor ingenuidad, las redes siempre se han utilizado para pescar, nunca para hacer la revolución, ni siquiera la de los sofás o la de los butacones, y ahí como peces en el camino de convertirse en pescados andamos. Sin darnos cuenta o conscientemente, hemos contribuido a montar el mayor fichero policial de la historia de la Humanidad, nosotros solitos, no nos han empujado nadie, por la cara, porque no íbamos a quedarnos al margen de la cosa. Ahora mismo corporaciones multinacionales de la comunicación controlan millones de datos personales de casi todos los habitantes de la Tierra, y con ellos la policía y las Agencias de “Inteligencia”. Conocen nuestras ideas mejor que nosotros mismos porque tienen robots dedicados a cruzar datos y extraer conclusiones, saben dónde nos gusta ir, que cine preferimos, a qué hora cenamos y a cuál nos levantamos, sí somos díscolos o acomodaticios, personas de orden y misa diaria o furibundos anticlericales. No se les escapa nada y no han hecho absolutamente nada para almacenar esa enorme cantidad de material sobre todos nosotros, le hemos hecho el trabajo gratis y continuamos en ello como si nos fuesen a dar el mejor de los premios. Nos hemos convertido, merced a las redes sociales, en policías de nosotros mismos y de nuestros seres más queridos. Esa es la verdadera cara de las redes sociales, luego, si queremos podemos hablar de los muchos amigos que tenemos en ellas, del mundo por conocer que se nos ha acercado y de la posibilidad de compartir consignas a quienes ya están consignados porque piensan exactamente igual que nosotros, pero no tengo la menor duda de que hoy por hoy, además de un gigantesco fichero policial, las redes sociales son uno de los mayores y más perfectos instrumentos de desmovilización social creados por el hombre.

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