viernes. 29.03.2024

Así funciona la mafia: Estación AVE Alicante

Durante las últimas décadas se han hecho miles de obras con dinero público que no tenían más finalidad que engordar las cuentas corrientes de quienes eran agraciados con el proyecto.

Mucho se viene hablando de un tiempo a esta parte del interés general, como si todas las fuerzas políticas tuviesen como objetivo su defensa y amparo. Y no es así y no lo fue nunca porque a la derecha, que ha gobernado el mundo desde que a Dios Todopoderoso se le ocurrió crearlo en una sola semana como si, aprovechando la reforma laboral del PP, se hubiese hecho a sí mismo un contrato basura de los que ahora marcan tendencia, jamás le importó cómo vivían los parias de la Tierra, ni la Naturaleza, ni la Libertad, ni la Justicia; porque a la derecha, desde la noche de los tiempos sólo le concernió la defensa de los intereses de su clase, de la clase dueña de los medios de producción, información y coacción. Si alguna vez desde la Revolución Francesa se hicieron leyes justas no fue por el deseo de la plutocracia derechista, sino por miedo al porvenir, por pánico a la rebelión de las masas. Pasados esos años (1848-1989) en los que los poderosos creyeron que el mundo podía cambiar de base, las aguas regresaron a su cauce y la defensa del interés general quedó como una antigualla propia de marxistas, perroflautas, marginados y pensadores poco actualizados. Es entonces cuando las normas de la mafia se instalaron entre nosotros y a nivel planetario para hacernos saber que no importábamos nada, qué nuestras vidas valían menos que un envase de tetrabrik, que todas las políticas económicas de los países civilizados y por civilizar irían dirigidas a traspasar masivamente las rentas del trabajo a las del capital.

Hace más de veinte años se dieron los primeros pasos para que el AVE llegase a la ciudad de Alicante. No voy a entrar ahora en si esa inversión es o no adecuada, aunque si dejaré claro que creo que el tren es el medio de transporte terrestre del futuro. Alicante es una ciudad machacada por el nefasto urbanismo franquista que acabó con los modelos existentes hasta la guerra civil que pretendían construir una ciudad armónica basada en las tendencias higienistas del primer tercio del siglo XX, una ciudad con amplias calles con edificios de cuatro alturas, de trazado ortogonal, jalonadas por árboles y cortadas por amplias plazas pobladas por ficus, olmos y jacarandas. El desarrollismo franquista, antecedente de lo que luego sería la burbuja inmobiliaria, permitió que se construyese dónde, cómo y cuánto se quisiese, dejando tras de sí una ciudad de calles angostas, de perfil absolutamente irregular, de aspecto horroroso y con carencia absoluta de presencia arbórea con los problemas que todo eso supone para la ordenación del tráfico y el bienestar de sus moradores. Se dijo entonces que sobre los solares de la antigua estación de ferrocarril, que data de 1850, se haría un gran parque central que sirviese de pulmón para una ciudad que, como tantas otras del Mediterráneo español, carece de zonas verdes de envergadura. Se conservarían las antiguas construcciones ferroviarias para usos recreativo-culturales y la estación se retranquearía un kilómetro, por lo que seguiría estando en el centro de la ciudad sin que su coste supusiese un dispendio para las arcas públicas. Primaba entonces, en aquel primer momento, el interés general, es decir aprovechar una obra pública de envergadura para cambiar y mejorar ostensiblemente la vida de propios y extraños.

Sin embargo, poco duró la cordura y tras muchos debates estériles, a principios del siglo XXI, que nació de nalgas, se decidió soterrar parcialmente las vías en el mismo sitio en que estaban, construir una estación provisional bochornosa por fea pegada a la antigua, destruir los tinglados de sillar hexagonal tan característicos y en la periferia de los terrenos de RENFE edificar miles de viviendas sin demanda en una ciudad que tienen miles y miles de ellas cerradas a cal y canto debido a la especulación que nos trajo hasta las puertas de la ruina y la miseria. El nuevo proyecto suponía un impresionante aumento de los costes al tener que hacer kilómetros de carísimos túneles sin que eso liberase suelo para el tan demandado y necesario parque central, que fue desplazado a las afueras de la ciudad si es que alguna vez se acomete la obra. El resultado es una tremenda chapuza, un descomunal monumento al despilfarro y la fealdad, un templo a la irracionalidad y a la corrupción, porque de esa obra putrefacta que sonrojaría a la persona menos pudorosa, sólo se han beneficiado quienes la han hecho y quienes la han mandado hacer contra el interés general de los alicantinos. Me recuerda esto, y no puedo evitarlo, al cacique conservador palentino de la otra Restauración Don Abilio Calderón que en 1920 acudió a un pueblo de su circunscripción rodeado de sus más conspicuos colaborares a inaugurar un suntuoso puente. Aclamado por el pueblo con vítores y hurras cuando procedía a cortar la cinta con los colores de la bandera roja y amarilla, una voz quebrada se oyó entre la multitud: “¡¡Don Abilio, para la próxima no se olvide usted de traernos el río!!”, desatándose tal risotada entre los concurrentes que Don Abilio cogió sus bártulos y montó en su coche caminito de Madrid. También a aquel año infausto de 1970 en el que Franco decidió quitar el tren de mi pueblo, el que unía Caravaca con Murcia, pero no sólo el tren, sino que arrancaron las vías y dinamitaron los edificios construidos hacía sólo treinta y seis años para vender el hierro y dejar el monopolio del trayecto a una empresa de autobuses muy conocida llamada Alsina: Hoy no hay tren y la empresa de autobuses es pública porque ningún empresario quiere explotarla, pero el dinero, enormes cantidades de dinero, sí se gastó en hacer esa necesaria obra ferroviaria hoy liquidada.

Durante las últimas décadas se han hecho miles de obras con dinero público que no tenían más finalidad que engordar las cuentas corrientes de quienes eran agraciados con el proyecto y la ejecución de la misma, con la contrata y la subcontrata, haciendo mangas y capirotes de los principios que deben regir la inversión pública: Idoneidad, que la obra en cuestión sea necesaria y adecuada, y eficacia, que con los mínimos costes se consiga el máximo beneficio social. La mafia creó un sistema por el cual la obra se justificaba en sí misma independientemente de que fuese necesaria, aumentando costes hasta diez veces lo presupuestado para que el dinero público fluyese con fuerza hacia los bolsillos de los implicados. Poco les importaba que, en el caso que hemos visto, Alicante necesitase un gran parque central o eliminar los barracones en los que metían y meten a los escolares como si estuviésemos en 1830, lo que de verdad interesaba era que la fiesta no decayese, que todos, desde el que parió la idea hasta el que puso la póliza al proyecto, se llevasen su parte del pastel. De ese modo, la mafia ha construido depuradoras, desaladoras, teatros, ciudades de la luz y de las ciencias, auditorios, autopistas por muchísimo más dinero del que en realidad costaban para embolsarse el sobrante sin el menor sonrojo; de esa manera, la mafia ha hecho cientos de obras que no servían para nada mientras descuidaba centros de investigación, formación profesión, medicina y de atención a la vejez; y, de esa forma, la mafia ha logrado crear una extensísima clientela que ha vivido o ha creído vivir de la corrupción, porque para que un proyecto como el de la estación del AVE de Alicante salga adelante han sido precisos muchos silencios decisorios, tantos como para permitir que la irracionalidad, la fealdad y el despilfarro hayan triunfado sin que las voces que clamaban por la razón y la belleza se haya oído. Y casi todos siguen ahí, como si nada hubiera pasado.

Así funciona la mafia: Estación AVE Alicante