sábado. 20.04.2024

El árbol, nuestro mejor aliado contra el cambio climático

alameda

Las tres carreteras que confluyen en Caravaca, mi pueblo, estaban jalonadas por alamedas monumentales. A principios de los años setenta cortaron la doble fila de plátanos que acompañaban a la carretera que va hacia Moratalla, costeando los vecinos parte de la tala; años más tarde acabaron con los inmensos plátanos y olmos de la que va a Granada y poco después intentaron cargarse los 450 plátanos centenarios que durante cinco kilómetros acompañan al viajero que llega al pueblo desde Murcia. Hace unos años el Ayuntamiento aprobó protegerla, pero ni se reponen los ejemplares que mueren, ni se sanciona a quienes intentan matarlos con mil procedimientos, ni se riegan en un tiempo en que la huerta que había en sus laterales está casi abandonada y los veranos son verdaderamente mortíferos. No existe el más mínimo interés por proteger, mantener y mejorar ese maravilloso y monumental espacio de belleza natural tan abundante en otros tiempos y tan escaso hoy.

El desprecio a los árboles llega a tal extremo que se levantan las calles de barrios enteros para remozar el alcantarillado y renovar las calzadas y no ponen un árbol así los maten

Hablo de mi pueblo porque viví aquellos momentos en primera línea y porque es el lugar que mejor conozco: Además de las platanedas y olmedas de las tres carreteras, se ha perdido la huerta, una huerta en la que abunda el agua y en la que nadie es capaz de plantar ni sembrar nada y apenas existen árboles urbanos, entre otras cosas porque las nuevas calles proyectadas tienen aceras de medio metro en las que no cabe ni una maceta. Lo mismo podría decir de Alicante, ciudad en la que vivo y que lleva treinta años esperando a que hagan el gran parque central de que carece en los terrenos que deberían haber quedado libres tras la llegada del tren de alta velocidad. Habría bastado con que construyesen una nueva estación dos kilómetros más atrás de donde está la actual, con lo que se habrían ahorrado cientos de millones en túneles y los árboles plantados ya serían hermosos. La estación seguiría estando en el centro de la ciudad y mucho mejor comunicada que la actual, pero los señores del poder decidieron que eso era muy barato, que había que gastar en túneles, muros, rejas y asfalto, que parte de los terrenos liberados debían ser entregados a las constructoras para que levantasen más edificios en una ciudad saturada y asfixiada urbanísticamente. Varios proyectos se han sucedido para la construcción de tan anhelado espacio verde, cada uno más disparatado que el anterior, entre tanto, la ciudad sigue careciendo de un espacio verde en el centro que merezca la pena de tal nombre.

Pero la cosa no para ahí, el desprecio a los árboles llega a tal extremo que se levantan las calles de barrios enteros para remozar el alcantarillado y renovar las calzadas y no ponen un árbol así los maten. Uno por aquí, quince metros más allá otro, luego un rosal, en fin, como si el verde les provocase urticaria, desazón, prurito. Asfaltan solares municipales para convertirlos en aparcamientos, no se les ocurre sombrearlos con la frondosidad de ficus, almeces, moreras o tipuanas, especies arbóreas que se dan perfectamente en la ciudad y que necesitan no demasiados cuidados. Piensan los directores de la cosa pública que no existe demanda de verde y que, tal vez, los vecinos conductores se quejen después porque sus magníficos bolidos se vean atacados por las flores y las hojas de nuestros mejores amigos. En mi pueblo y en Alicante, existe verdadera adoración por el asfalto y el hormigón, no saben hacer nada sino lleva alquitrán o cemento, y eso cuando los veranos, que duran más de cinco meses ya, son absolutamente insoportables por el incremento de la temperatura, cuando todo el mundo sabe que las masas arbóreas urbanas reducen la temperatura en varios grados, cuando plantar árboles es la única manera de combatir el cambio climático y la fealdad de las ciudades hechas durante la dictadura.

Plantar árboles no es una cosa cara, menos todavía si se tiene en cuenta lo que después nos devuelven en forma de oxígeno, bienestar climático y belleza, pero aunque fuese carísimo es una empresa que hay que emprender de forma urgente

España, casi todo el país, no olvidemos que el pasado verano se ha llegado a cuarenta grados hasta en ciudades como Bilbao o San Sebastián, necesita un plan de forestación científica general, desde los montes eucaliptales del norte a los desiertos de Murcia, Alicante y Almería. Hay que llenar de árboles todas las calles de las ciudades, buscando qué especie es la más apropiada para cada clima teniendo en cuenta las inclemencias de los veranos y la escasez de precipitaciones. No podemos seguir echando cemento y asfalto encima de la tierra, creando masas de calor que terminarán por hacernos la vida imposible. Es menester, hoy es más fácil que nunca porque tenemos fotogradiado todo el país, retirar del cultivo aquellas tierras de escasa productividad y devolverlas al bosque, un bosque que debe ser cuidado y utilizado por los habitantes de esa España cada vez más vacía porque se le han quitado todos los medios de vida.

Plantar árboles no es una cosa cara, menos todavía si se tiene en cuenta lo que después nos devuelven en forma de oxígeno, bienestar climático y belleza, pero aunque fuese carísimo es una empresa que hay que emprender de forma urgente dado que seremos, que ya lo somos, uno de los países que más va a sufrir las embestidas de ese cambio climático que, de no actuar con la máxima diligencia contra las emisiones derivadas de la combustión de energías fósiles, pondrá en serio riesgo la permanencia del ser humano en el planeta. Si hay que llevar agua del mar desalada a trecientos kilómetros tierra adentro, habrá que hacerlo, pero de ninguna manera podemos consentir que el desierto siga avanzando, que el calor nos expulse de las ciudades convertidas en hornos durante la mayor parte del año gracias a las emisiones de gases contaminantes, el alquitrán y la falta de árboles.

Estamos ante el mayor desafío al que se ha enfrentado la Humanidad desde que existe la escritura. Hay acciones que tienen que ser globales, como por ejemplo empezar a implantar sistemas capaces de enfriar la atmósfera, pero en nuestro pequeño espacio de tierra todo depende de nosotros, no podemos seguir construyendo ciudades al margen del verde, no podemos viendo como se extienden los yermos y los eriales, hemos de llenarlo todo de árboles, teniendo además en cuenta que sería una forma magnífica de crear empleo y de llenar la España vacía. Nos jugamos la vida en ello, y no para dentro de cien años sino para ya, para el año que viene. Vamos a ello.

El árbol, nuestro mejor aliado contra el cambio climático