jueves. 28.03.2024

Se acabó la Transición

El PP puede haber comenzado a ser parte de la historia.

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Después del fracasado golpe de Estado de 1981, la ultraderecha franquista se había escondido en las cavernas a que tenía querencia infinita, dejando el campo expedito para que una acción de gobierno contundente sentase los cimientos de una democracia plena

Para analizar los hechos históricos es preciso intentar ponerse en el contexto en el que estos acaecieron. Después de cuarenta años de dictadura, de crímenes contra la Humanidad por miles, de corrupción generalizada, de analfabetismo y de miedo, era muy difícil armar un régimen democrático que lo fuese de verdad. La mayoría de los dirigentes republicanos habían muerto o llevaban décadas en el exilio, quienes ejercían la resistencia en el interior habían sido víctimas de una represión feroz, mientras que los represores se movían en un mar de incertidumbres ante lo que estaba por venir. Según los últimos estudios historiográficos, en las filas del franquismo se había extendido el miedo puesto que creían –a juzgar por el número creciente de protestas- que la mayoría de la población estaba dispuesta a pasar factura por tantos años de crueldad. Por su parte, las fuerzas de la oposición –principalmente el Partido Comunista- eran conscientes de cuál era su verdadera capacidad, cosa que confirmó el referéndum de 1976 en el que ganó la opción reformista por amplia mayoría. Ni el franquismo, en descomposición política tras la muerte del tirano pero con todo el poder económico en sus manos, ni una oposición triturada por la brutalidad estaban en disposición de marcar el tiempo nuevo unilateralmente. Esa, y no otra, fue la causa de los pactos que se firmaron a partir de las primeras elecciones democráticas, unos pactos que permitían la supervivencia de los prebostes de la dictadura con algún ligero toque de maquillaje, y el acceso a la legalidad de los partidos que habían luchado contra la tiranía.

Hasta ahí todo lo que pasó se entiende sin el menor problema, más si tenemos en cuenta el daño inmenso que al proceso de democratización hicieron los crímenes de ETA, grupo armado que con sus acciones mortíferas fue un firmísimo aliado de las posiciones más conservadoras. Es a partir de 1982, quizá de algún año después, cuando el proceso comienza a ser poco entendible. Después del fracasado golpe de Estado de 1981, la ultraderecha franquista se había escondido en las cavernas a que tenía querencia infinita, dejando el campo expedito para una acción de gobierno contundente sentase los cimientos de una democracia plena. Es cierto que la situación era muy difícil, ETA pisó el acelerador criminal, la crisis económica se cebó con los centros industriales de todo el Estado generando paro y miseria, las fuerzas de seguridad seguían marcadas por pautas de actuación antidemocráticas y cualquier reforma de calado chocaba virulentamente con los poderes económicos y financieros heredados de la dictadura. Y sí, se hicieron muchas cosas, de entre ellas la más destacable fue la universalización de la Sanidad y las Pensiones Públicas, hecho acaecido en 1986 y que pasará a nuestra Historia con letras más que mayúsculas, siguiendo otras decisiones muy positivas como la modernización de la Administración Pública o de las Fuerzas Armadas, la creación de nuevas Universidades, la primera Ley del aborto o la reforma de las estructuras productivas. Sin embargo, por timidez o por convicción, se dejaron de lado cuestiones políticas fundamentales como la secularización del Estado, que habría sido posible con la denuncia del Concordato y obligando a los católicos a que financiasen su religión, lo que habría dejado a la Iglesia católica en el lugar que le corresponde en un régimen democrático; la depuración de todo elemento franquista de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, la revisión del origen de las grandes fortunas creadas durante la tiranía y que todavía hoy siguen teniendo un enorme peso en nuestro devenir, el reconocimiento de España como Estado Plurinacional con cuatro lenguas que nos pertenecen a todos y la condena y reparación de todos y cada uno de los crímenes de la dictadura, con la consiguiente condena a los autores intelectuales o materiales de los mismos y su apartamiento de cualquier actividad pública, lo que, indudablemente, habría supuesto la prohibición de ocupar cargo de representación a quien lo hubiese detentado en el periodo anterior, por ejemplo Manuel Fraga.

No se hizo así y en los años siguientes se dio carta de naturaleza a una oposición dirigida por el ministro de Información y Turismo franquista, comenzando eso que podríamos volver a llamar “turno pacífico en el poder”, sistema parecido al de la primera Restauración borbónica en el que dos partidos del régimen se sucedían en el poder sistemáticamente, en este caso gracias a una ley electoral que favorecía a los territorios, por poco habitados que estuviesen, y a los partidos mayoritarios. Se comenzó a subvencionar a mansalva a los colegios regidos por frailes y monjas, a favorecer la creación de universidades confesionales, a llegar a ciertos grados de familiaridad con los herederos políticos y económicos de la dictadura y a hacer ver al resto de fuerzas políticas que en ningún caso tendrían oportunidad de participar del pastel que se estaba repartiendo si no mantenían una actitud dócil y muy poco problemática. Se hizo el silencio sobre nuestro tenebroso pasado, tabla rasa sobre los crímenes de la dictadura, sobre el origen espurio de los tesoros acumulados por unos cuantos centenares de familias gracias a su protección, se ignoró a sabiendas que decenas de miles de españoles yacían en las cunetas y las tapias de los cementerios de todo el Estado, se trató con tibieza el delito económico y el manejo de de los dineros públicos quedó fuera del más mínimo control como demuestran los escándalos que día tras otro nos atropellan sin darnos tiempo a recuperarnos, en una suerte de regreso a los hábitos y a la moral franquista de la que nunca habíamos salido.

El Partido Popular puede haber comenzado a ser parte de la historia, salvo que Artur Mas le eche una mano…

Hasta 1996, periodo dirigido por el Partido Socialista, el sistema funcionó dentro de los parámetros que se habían marcado. Fue tras la llegada al poder de José María Aznar y su cuadrilla cuando comenzó a naufragar, naufragio que se postergó gracias a la inmensa estafa ladrillero-financiera y a la propaganda que hizo creer a muchos que quien no se hacía millonario –por el medio que fuese, la ética era verde y se la comió un burro- en un par de días era porque no servía para nada. Fue un periodo de inmoralidad generalizada, de aparición de nuevas fortunas inexplicables, de sablazos, de enriquecimientos súbitos al calor de la especulación, de sinvergüenzas y amancebados, de logreros y lameculos, de comisionistas y bienpagados que fue dejando fuera del sistema a un sector cada vez mayor del electorado, un sector que asistía atónito al latrocinio, a la especulación y a los salvajes recortes impuestos tras el pinchazo de la burbuja, que se manifestó el 15-M y que llenó la inmensa mayoría de las  ciudades de mareas de todos los colores en defensa de los derechos que nos estaban quitando con toda la desfachatez del mundo. Se les llamó antisistema cuando lo que querían era una democracia real, cuando abominaban de las prácticas que habían llevado al desastre, cuando clamaban por la regeneración, cuando los antisistema estaban en los gobiernos destruyendo lo que entre todos habíamos construido no sólo para que se consolidase, sino para ser mejorado año tras año. Y ese sector, al que se trató con desprecio e insultó en los medios afines al Poder, que no tenía partido del régimen con el que identificarse, que pedía una nueva forma de hacer política, ha explotado en las urnas en los comicios más difíciles por su heterogeinidad y está en disposición de acabar con el bipartidismo en las próximas elecciones generales.

De momento, una cosa parece clara con los datos de la autonómicas y municipales en la mano, por fin, la transición se ha terminado. Empieza un tiempo nuevo con actores que nada tuvieron que ver con los pactos de la transacción y que no sienten ninguna deuda hacia ella, el Partido Socialista, Izquierda Unida y los sindicatos de clase tienen un mensaje muy claro si quieren seguir teniendo peso propio en el futuro. El Partido Popular, puede haber comenzado a ser parte de la historia, salvo que Artur Mas le eche una mano…

Se acabó la Transición