viernes. 29.03.2024

Madrid: la nada cotidiana

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Foto: Metro de Madrid

Les aseguro que lo he intentado. Desde que asistí por televisión al espectáculo –puro kitsch– de la rueda de prensa de Sánchez–Ayuso, estoy tratando de digerir su significado y no lo consigo.

No logro entender el objetivo de un acto en que las banderas, las luces y los colorines, han sido instrumentos comunicadores de la nada más absoluta.

He podido asumir que Sánchez no se reunió para hacer la oposición -juzgar dijo él- al gobierno tripartito de Ayuso. Comparto, cómo no, que es momento de unir fuerzas. Pero perdón, el momento lleva existiendo desde marzo y el gobierno regional se dedicó durante este tiempo a echar leña al fuego.

Puedo tragar hasta que era positivo que el presidente del gobierno de España visitase oficialmente la sede del gobierno madrileño para lanzar una señal de distensión… ¡hombre, si ese hubiese sido el resultado!

La nada cotidiana es la respuesta del gobierno de Madrid a la pandemia que asola otra vez la región. Nada ridícula, que parece extraída de un gag de José Mota, como la inauguración por el vicepresidente Aguado y el consejero de transportes de un dispensador de gel en una estación de Metro

La televisiva cumbre no ha supuesto ningún acuerdo sustancial. Sí, ya sé, han decidido crear una comisión mixta. Pero todos sabemos aquella máxima atribuida a Napoleón de la utilidad de las comisiones.

Eso sí, ha servido para que Sánchez mostrara su disposición a dialogar con el PP y para que Ayuso volviera a pasarle por los morros a la peña sus estrategias neoliberales, sin bajarse un milímetro a cualquier veleidad keynesiana, caigan los que caigan por esta pandemia.

Tal escándalo se ha liado en las zonas afectadas y tanto cabreo en las bases de la izquierda madrileña, que decidieron salir a la calle en los próximos días a manifestar su descontento de forma organizada, superando la espontaneidad de los días anteriores. Porque los ciudadanos a los que se limita la movilidad no quieren ser discriminados. Desean saber cuántos médicos de atención primaria y enfermeras se van a contratar y cuándo (lo de que no hay, no ha colado); los rastreadores que finalmente se van a poner a trabajar de una vez; el número de trenes y de autobuses de refuerzo y a qué horas se van a disponer por el Consorcio Regional; los PCR que se van a realizar y cuándo se hará una convocatoria de profesorado suficiente para reforzar la enseñanza pública.

Todo parece indicar que, de aquel pomposo encuentro, el PP- Ciudadanos solo quería conseguir que el presidente socialista de España pusiese a su disposición la porra de los guardias. También pidieron militares, pero para la absurda tarea de regar las calles con desinfectante. Mucho me temo que la reclamación del ejército tenía una finalidad de imagen de fuerza frente a la protesta social.

En fin, nadie podrá decir que el presidente no ha puesto todo de su parte, sonrisas y mano en el corazón incluidas, siendo educado, amable y hasta cordial con la señora Ayuso, mientras ésta le atizaba sin disimulo e insistía en un negacionismo trumpista con las boutades a que nos tiene ya demasiado acostumbrados, tal la de los “millones” de rastreadores necesarios. Más aún, haciendo que el PSOE se descuelgue oficialmente de la convocatoria de manifestaciones contra la segregación, como si mantener al secretario general de este partido madrileño amarrado al duro banco de la Delegación del Gobierno en este momento no fuera suficiente.

La derecha ha continuado con la misma actitud tras el encuentro. Si acaso aún más agresiva contra el gobierno del estado y contra la propia población. Incluso situándose fuera de la Constitución con las declaraciones del alcalde de Madrid, llamado a ser el oráculo “razonable” de Génova, que se descolgó con una perorata centralista, abominando de unas autonomías que comparaba con los reinos de taifas, que a los mayores del lugar nos ha despertado recuerdos de aquellas atronadoras intervenciones de Blas Piñar en los atriles nostálgicos del franquismo durante la Transición.

La nada cotidiana es la respuesta del gobierno de Madrid a la pandemia que asola otra vez la región. Nada ridícula, que parece extraída de un gag de José Mota, como la inauguración por el vicepresidente Aguado y el consejero de transportes de un dispensador de gel en una estación de Metro. Nada dañina, como la de cerrar los barrios y sus pequeños negocios, mientras los transportes siguen abarrotados y los hospitales empiezan a ver en perspectiva el reventón inevitable de sus costuras. Nada frente a la tragedia humana que de nuevo tenemos encima.

Madrid: la nada cotidiana