jueves. 18.04.2024

El fascismo cotidiano

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Algunos muestran sin pudor las actitudes y el pensamiento que constituye la cimentación sobre la que edificar el fascismo político. Ese es el fascismo cotidiano

Hace unos días, un amigo me contó que fue testigo accidental de una conversación en un grupo de lo que le pareció eran unos jubilados. Estaban sentados en un espacio destinado a clientes de algún negocio cerrado, en un centro comercial de una ciudad española y mantenían una tertulia, aparentemente muy animada.

Mi amigo se encontraba casualmente muy cerca del grupo, aguardando a alguien y no pudo evitar escuchar la charla.

Comentaban el asunto de los inmigrantes que llegan a las costas españolas y los que son recogidos por barcos de salvamento marítimo, procedentes de África. Uno de ellos, que parecía llevar la voz cantante, por lo menos en lo que se refiere a su volumen y potencia, pontificaba sobre el asunto. Primero, se preguntaba qué era eso de las ONG y para qué servían. Mi conocido, acostumbrado a escuchar preguntas retóricas semejantes, incluso en boca de algunos políticos de partidos supuestamente democráticos, no prestó mucha atención. Pero lo que escuchó decir a continuación al tertuliano le dejó estupefacto.

El susodicho, en voz muy alta, afirmaba rotundamente: “Con los negros y con los que les ayudan, hay que hacer como hicieron en Argentina, subirlos en aviones y tirarlos al mar”

Aquél individuo no era un ignorante de esos que a veces te encuentras, que tienen soluciones drásticas inmediatas para todos los problemas, a los que escuchas con una mezcla de indignación y condescendencia. No. Se trataba de una persona enterada de lo que, en su día, hace ya más de cuarenta años, hicieron los militares a las órdenes de la dictadura argentina. Tal como los testigos supervivientes han denunciado y como ha quedado probado judicialmente, bajo aquella dictadura se produjeron miles de asesinatos de opositores políticos y sociales, concebidos como un inconveniente del que había que librarse a cualquier precio.

Esa era justamente la manera de actuar que le parecía la más correcta a aquel personaje: desembarazarse de las personas que él consideraba molestas asesinándolas. Eso sí, sin dejar rastro. Porque si no, probablemente, propondría formas más baratas y masivas que los vuelos de la muerte. Lo mismo que intentaron los nazis durante su dominio en Alemania y en los países ocupados por ellos. No olvidemos que los campos de exterminio se mantenían en riguroso secreto, algunos se presentaban incluso como espacios de refugio ejemplares y a ellos se permitía al principio incluso alguna visita de la Cruz Roja Internacional, que era utilizada con fines propagandísticos. Solamente al final los aliados descubrieron la realidad terrible de los campos.

Con todo, lo peor no era que aquel jubilado, enterado y partidario sin duda de los métodos asesinos de la dictadura argentina, planteara a un grupo de amigos o conocidos su “solución final” para la inmigración ilegal, sino que lo hiciera en voz alta, con total desinhibición, en un lugar público y que contara con evidentes señales de asentimiento por parte de los otros contertulios.

Mi amigo, sobreponiéndose a la impresión, se dirigió en voz alta al grupo y les indicó, con contundencia, pero de manera correcta que, si estaban en su sano juicio, debían saber que aquel individuo estaba sugiriendo un delito de asesinato en masa, del mismo jaez que el que aplicaban los terroristas actuales y que el que habían aplicado, tal como demostraba conocer, los dictadores de Argentina y los de toda calaña, como nuestro tristemente sufrido, general Franco.

Parecieron no escuchar nada. Hicieron el silencio y, una vez que quien les había reprendido se alejó con la persona a la que esperaba, continuaron con su conversación como si nada.

Algunos muestran ahora sin pudor las actitudes y el pensamiento que constituye la cimentación sobre la que edificar el fascismo político. Ese es el fascismo cotidiano.

El fascismo cotidiano