viernes. 19.04.2024

Palabras que dañan la convivencia: la violencia en el lenguaje político y social

discurso

Los estudios de neurociencia confirman que las emociones tienen un impacto enorme en nuestro comportamiento cívico-político. La materia prima de la política son las emociones

Vivimos en entornos crecientemente irascibles, cabreados que generan una creciente crispación en nuestras sociedades. El mundo se mueve a un ritmo vertiginoso, con acontecimientos inesperados que son difícilmente comprensibles para muchos ciudadanos.

Vivimos momentos de incertidumbre, de cambio de paradigma. Los ciudadanos no alcanzan a comprender los golpes del destino, y el progreso, como explica Zigmunt Bauman en su libro Tiempos líquidos, ha dejado de ser una estación de destino para constituirse en un lugar que genera incertidumbre generando trastornos y desajustes funcionales y emocionales en importantes colectivos económicos y sociales.

La incertidumbre, y sobretodo el miedo, constituyen probablemente el más temible de los demonios de nuestras sociedades de hoy, y algunos populistas saben sacar rédito de él.  Ejemplo de ello es la victoria en EEUU de Donald Trump, la emergencia del Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo en Italia, la victoria del psicópata Rodrigo Duterte en Filipinas, el exponencial crecimiento de partidos políticos de extrema derecha en el corazón de la vieja Europa como el Frente Nacional –hoy Reagrupamiento Nacional– de Marinne Le Pen en Francia, La Liga Norte en Italia, el UKIP en Reino Unido o el partido de Gert Wilders en los Países Bajos. América Latina también se contagia con la reciente emergencia de candidatos evangelistas y fundamentalistas religiosos en América Latina.  

De igual forma, asistimos a movimientos políticos que ponen en duda el papel de los otrora todopoderosos Estados-Nación a la vez que se desarrollan procesos de descentralización y agregación nuevos que están configurando nuevas geografías como la Unión Europea. Asistimos a la emergencia de nuevas tensiones entre territorios, como las pulsiones separatistas en Escocia o en Catalunya. Todos estos movimientos tienen algo en común, el recurso del lenguaje como instrumento de movilización emocional contra algo o en contra de alguien, esto es, la negación o la confrontación con el “otro”. 

Sabemos ya hace tiempo que todo el universo de la comunicación política y su impacto en el cerebro político de las personas es fundamentalmente emocional. Los estudios de neurociencia confirman que las emociones tienen un impacto enorme en nuestro comportamiento cívico-político. La materia prima de la política son las emociones, incluso más que las acciones. Sin embargo, una mala utilización del recurso del lenguaje y de la gestión de las emociones, ha demostrado a lo largo de la historia como puede generar verdaderos monstruos individuales o colectivos.

Muchos filósofos e intelectuales han estudiado el recurso del lenguaje como máquina productora de sometimiento o de movilización de grupos, masas e incluso sociedades enteras. Hoy, ante el estado de cólera político y social que recorre nuestras sociedades a lo largo y ancho del planeta, hace que sea necesario más que nunca una nueva narrativa y una nueva ética que se haga cargo del estado de ánimo de la gente. Pero el lenguaje y las emociones a veces no pueden ser el remedio sino la misma expresión de la violencia, según el filósofo italiano Roberto Esposito.

Algo de ello vemos en el auge continuado del uso de un lenguaje que está sembrado vientos en nuestras sociedades. La última década ha constituido -sobretodo en occidente-, un tsunami económico, tecnológico y social para millones de personas que han visto cómo se derrumbaba el relato vital y su proyecto personal y ante la falta de respuestas de las élites tradicionales, se ponen en manos de nuevos profetas que les prometen una vuelta al un viejo mundo que no volverá.

Discursos para la convivencia o para la violencia

Los discursos políticos son una de esas herramientas que pueden contribuir a construir un nuevo relato movilizador. Como bien explica el sociólogo David Redoli, expresidente de la Asociación de Comunicación Política (ACOP) y uno de los mejores logógrafos en lengua española, un buen discurso está escrito para el oído y no para los ojos. Los discursos son herramientas privilegiadas de comunicación para transmitir un mensaje, es decir, son esencialmente persuasivos y refleja la personalidad y los valores de quien lo expresa y del proyecto que encabeza.

Oteando el horizonte político y social de nuestras sociedades, hace tiempo que se percibe un aumento del uso de un lenguaje agresivo que está dando paso a un nivel superior, el uso al lenguaje de la violencia. Un ejemplo es el uso creciente en España de la palabra “fascista” para descalificar a unos y otros. La violencia verbal  y a través de los medios de comunicación puede parecer simbólica o una violencia suave, imperceptible incluso para los destinatarios, pero va calando y generan estados y marcos mentales que abonan la posterior violencia ya sea en el terreno de la política, social, las diferencias por razón de orientación sexual u origen étnico.

Un buen ejemplo de ello es el uso de los medios de comunicación para ejercer esa violencia verbal aparentemente de baja intensidad pero que va dejando su poso cultural. En agosto de 2013, Vicent Partal, director del medio de comunicación en catalán VilaWeb, titulaba dos días consecutivos un editorial “ Per què el PSC bascula cap el feixisme”?. Lo que hace años era un tabú entre demócratas, se ha convertido hoy en un pim, pam, pum de unos contra otros con el recurso habitual y común al lenguaje de la confrontación y la violencia ya sea en medios de comunicación como en redes sociales.

Hay otros muchos ejemplos, como la descalificación constante y sistemática a los catalanes: " ¿dónde metemos a esos 70.000 cerdos, cerdos he dicho bien, vascos y catalanes que van a acudir a la final de la Copa del rey a degradar los símbolos de nuestra nación?. Echaría al mar a vascos y catalanes", bramaba un presentador de Alerta Digital TV ante la final de la Copa de Rey de fútbol entre el FC Barcelona y el Athlétic de Bilbao. Incluso personalidades políticas han sucumbido a la tentación del lenguaje de la descalificación, como las declaraciones del expresidente de la Junta de Andalucía José Rodríguez de la Borbolla, llamando "cerdos" a los independentistas catalanes, a quienes definió como una "banda de asaltantes de Estado". 

Más allá de las razones y las emociones de unos y otros, el lenguaje de la violencia tiene como consecuencia el deterioro del debate político y social, el aumento de la crispación y la erosión de la convivencia. No hay un solo culpable, en realidad todos lo somos un poco. Los medios de comunicación por dar tribuna a un lenguaje que genera crispación, y muchos de nosotros por postear o compartir en nuestras redes sociales comentarios poco apropiados o que incitan a la crispación.

Edith Sánchez, escritora y periodista colombiana escribió en un recomendable artículo “3 manifestaciones de violencia a través del lenguaje”, cómo las palabras tienen repercusión y el poder de dejar huellas incluso muchos años después. La violencia en el lenguaje suele ser soterrada e incluso legitimada socialmente, y aunque no es tan visible como la violencia física, dejan huellas porque golpean en el alma. Y es que el lenguaje violento daña a las personas y deteriora seriamente las relaciones entre personas y grupos sociales.

Es por ello que deberíamos tomar conciencia de ello ahora que estamos a tiempo. Hay palabras que hieren y erosionan la democracia y la convivencia de nuestras sociedades. Deberíamos reivindicar que nuestros líderes políticos, sociales y los llamados influencers, pusieran más empeño en elaborar discursos para la convivencia que para la violencia. De otro modo, volveremos a la “ley de la selva” que tan malos réditos nos ha devengado a lo largo de nuestra historia reciente.


Pau Solanilla Franco | Consultor Internacional de Comunicación y Reputación  

Palabras que dañan la convivencia: la violencia en el lenguaje político y social