viernes. 29.03.2024

Técnica del acorralamiento

Preguntado don Federico Trillo acerca del informe Chilton sobre la guerra del Irak, ha contestado que España nunca participó en esa guerra. Menos tajante se ha mostrado Mariano Rajoy, entonces vicepresidente del gobierno y ahora presidente, en funciones desde tiempo inmemorial: don Mariano ha contestado que cualquiera se acuerda de lo que ocurrió entonces, con la de tiempo que hace.

Es particularmente grave lo de Rajoy porque esgrime su experiencia frente a otros candidatos noveles a la presidencia, y les apostrofa diciéndoles que “aquí no se viene a aprender, se viene con la lección aprendida”. Y al mismo tiempo reniega de su propia experiencia y de las responsabilidades contraídas a lo largo de su carrera: uf, cualquiera se acuerda ya de lo que hice o no hice entonces.

Pero las responsabilidades nos persiguen, de un modo u otro. Se acorraló a Saddam, se le bombardeó con armas “inteligentes” (qué abuso de calificativo), no se le dejó ninguna opción, y sobre su tumba ha florecido el Daesh, o Isis, o EI, y junto con las vidas humanas y las ruinas históricas han volado también las esperanzas de un arreglo razonable en la zona.

Sun Tzu, en “El arte de la guerra” (que no he leído, conozco la cita por fuentes interpuestas), predica que se deje siempre al enemigo una vía de retirada, porque un ejército copado y sujeto a la desesperación es infinitamente más peligroso. La observación se ha cumplido en Irak, históricamente, y en Dallas puntualmente. Unos policías de gatillo fácil mataron a dos negros inermes e inmovilizados. Por matonismo, por alarde, para colgarlo en las redes. Dos días después un francotirador ha matado a cinco policías y asegura haber colocado bombas en varios lugares sensibles. Cuando la pesadilla acabe, el francotirador será debidamente castigado y los policías no. Nadie pondrá la mano en el fuego porque Dallas sea a partir de ese momento una ciudad más segura.

Un ejemplo de muy diferente carácter, pero similar en el fondo, lo hemos vivido esta mañana, en el encierro de seis reses de Cebada Gago en Pamplona. En los encierros siempre se deja una vía lógica de salida al lote de astados: no hay más que un trayecto posible hasta la plaza, y allí el olor familiar del establo les lleva a entrar con mayor o menor docilidad en los chiqueros. Pero los cebada gago de hoy parecían saber por algún medio telepático lo que les espera esta tarde, y lo que ocurrió ayer con sus hermanos de Fuente Ymbro. De modo que cuatro de los seis se desentendieron de los cabestros, de las varas de los pastores y del trayecto marcado, y se dedicaron cada cual a hacer la guerra por su cuenta. «A ver quién se ríe ahora», debieron de pensar. A la chulería del acorralador responde simétricamente la malicia desesperada del acorralado, decidido a causar el mayor daño posible antes del final previsible de su aventura.

Dice don Mariano que, como no se ha leído el informe Chilton, no puede opinar. Pero mientras tanto sigue apretándonos las tuercas, sin pausa, sin aflojar la presión. Nos trata como a iraquíes, con ese típico distanciamiento burocrático de quien no trata con personas humanas sino con cifras abstractas. Vendrán – si vienen, con la bendición de Felipe González – nuevos recortes, nuevas sevicias, y todo irá peor, y Rajoy, perfecto burócrata, volverá a desentenderse sin complejos de los resultados desastrosos de su gestión: uf, quién se acuerda ya de lo que hice.

Técnica del acorralamiento