jueves. 25.04.2024

Sindicato y representación

La representación es uno de los mecanismos principales de organización y de empoderamiento de un colectivo humano.

Ayer argumentaba, en contra de la afirmación de Margaret Thatcher (“la sociedad no existe, yo solo veo individuos”), que la sociedad es precisamente individuos + organización. La organización es el elemento que permite a un grupo (casual) de personas constituirse en un colectivo (específico) para la defensa de intereses comunes. La sociedad que llamamos civil y a la que ignoran Thatcher y sus muy bien organizados compinches, no es una agrupación de individuos, sino de colectividades interrelacionadas entre ellas. Cuanto más densa es la interrelación y la trabazón entre los distintos colectivos que la componen, tanto más fuerte se revela la sociedad frente a las amenazas externas. La organización colectiva empodera a los individuos implicados en ella.

La representación es uno de los mecanismos principales de organización y de empoderamiento de un colectivo humano. La base de partida es muy sencilla: para no verme obligado a afrontar un negocio al que no puedo atender en persona con facilidad, otorgo poderes a una persona a la que juzgo competente, para que actúe en mi nombre. En tanto que representado, empodero a mi representante para que haga o deje de hacer en mi nombre.

Así es, por lo menos, como ocurren las cosas en el ámbito del derecho privado. En cambio, en el derecho social se produce un fenómeno muy particular: los papeles se invierten, y es el representante el que empodera al representado. ¿Cómo? En el sentido de que unos derechos hipotéticos que antes quedaban fuera del alcance de la persona representada, del individuo desnudo ante la ley, se concretan y se hacen accesibles para esa persona cuando entra a formar parte de un colectivo que ostenta una personalidad jurídica, y que asume su protección y su representación en el negocio o en el ámbito de su competencia.

Ocurre así tanto con las personas en trance de perder su vivienda por culpa de una hipoteca con cláusulas abusivas, como con los despedidos de una empresa en reestructuración, o con los metalúrgicos o los gráficos que se aprestan a negociar los niveles salariales, los horarios y las condiciones de trabajo para todo el sector industrial que les compete. Siempre mejor juntos, que en orden disperso.

La representación es un principio motor de la política, en tanto que actividad dirigida al “bien común”; quiere decirse, al bien del común de la gente. Y es la base fundamental de la actividad sindical. No puede existir sindicato sin representación explícita y sin confianza entre representados y representantes. El vínculo entre ellos ha de renovarse de una forma constante, en el día a día y en el cara a cara; desde el centro de trabajo hasta la comisión negociadora de un pacto interconfederal, escalón a escalón, sin fallo ni ausencia en ninguno de ellos.

Entonces, “globalizar” el sindicalismo es una operación delicada, que habrá de llevarse a cabo desde esa alta exigencia. Globalizar es una palabra francamente fea; su sentido, en el ámbito sindical, no puede ser otro que el de ampliar y mejorar la defensa de los trabajadores, cualquiera que sea su posición concreta, en el terreno de las amenazas novedosas que les acechan como consecuencia del carácter global de las fechorías que está perpetrando en todo el mundo el capitalismo financiero. Ampliar y mejorar las defensas y las alternativas desde abajo del todo, en todo el recorrido, sin extraviar el fino hilo rojo de la representación en el momento de la aparición del sindicato en las esferas institucionales supranacionales.

Sindicato y representación