jueves. 25.04.2024

Repensar el trabajo

Ahora que el sindicato, con buen criterio, ha decidido repensarse a sí mismo en relación con los nuevos condicionamientos que enmarcan su actuación (su praxis, me atrevería a decir, por más que el término nos traiga una bocanada del perfume de un tiempo ido quizás definitivamente), es inexcusable que repiense también la materia prima sobre la que se centra esa su actuación o su praxis.

Me refiero al trabajo. Se diría a veces que el trabajo es una variable independiente y enteramente aleatoria, como la lluvia que riega o no riega los sembrados de secano. A casi nadie se le ocurre (hoy, que la modernidad ha descendido sobre nosotros y nos hemos postrado para adorarla; pero el invento es tan antiguo como la sopa de ajo) pensar en un trabajo de regadío, en una floración amorosamente pensada, preparada y acondicionada.

Cuando digo “casi nadie”, me refiero en primer lugar al Estado, esa institución que en tiempos se solía adjetivar a sí misma de “social” o “benefactora” y ahora en cambio elude cualquier calificativo y se disfraza de noviembre en un esfuerzo ímprobo por pasar desapercibida. El Estado solía planificar la economía (bien o mal, esa es cuestión distinta; de forma normativa o indicativa, igual da, no vamos a discutir de perendengues ni de parafernalias, sino dejar sentado el hecho en sí: el Estado planificaba).

Ahora que la institución estatal hace ostensible dejación de una de sus funciones principales en perjuicio de la ciudadanía, si bien mantiene con todo rigor otra, la recaudatoria (¿para qué, para quién?, deberíamos preguntarnos), no estará de más que el sindicato repiense por sí mismo esta cuestión crucial: Qué es el trabajo, cuál es su utilidad social, cuáles son las necesidades individuales, sociales y colectivas en función de las cuales tiene sentido el trabajo.

Porque viene a resultar del trending topic dominante en las relaciones económicas que la única misión válida del trabajo es generar beneficios para el capital – privado – invertido. El Estado debe mantener las manos fuera de todo el proceso: se supone que la sapiencia de los mercados regulará, a partir del juego de los egoísmos recíprocos de los agentes, la mejor planificación posible para la mayor satisfacción de todas las partes.

Mucho suponer. Si resulta que el trabajo que se prioriza es el que deja márgenes mayores de beneficios, estaremos tal vez contribuyendo al medro de la industria armamentística, de la tabaquera, de las constructoras que arrasan los paisajes naturales con millones de apartamentos para guiris que nunca los ocuparán. Y todas las prestaciones sociales que funcionan poco menos que a fondo perdido, financiadas por los dineros que el Estado recauda puntualmente de los contribuyentes (la sanidad, la prevención, la educación, la vivienda, el transporte urbano e interurbano), seguirán sufriendo recorte tras recorte hasta el final de los tiempos.

Estoy simplificando el problema, cierto, pero la base de partida de la solución se encuentra sin duda en este punto: la economía tiene que tener un sentido. La priorización de unos recursos sobre otros, la distribución de las cargas y las recompensas, deben tender a procurar la mayor satisfacción social, o bien es que no estamos hablando de economía, sino de otra cosa. Pensar que el análisis económico se reduce al cálculo de los beneficios previsibles es una aberración. Y en estos términos, el “cómo” se produce, el escalón tecnológico, no da por sí solo las respuestas necesarias. Es todo el sentido social y humano consustancial a la idea misma del trabajo desde los lejanos tiempos de la invención de la sopa de ajo, lo que debemos recuperar. El trabajo humano como fuerza motriz que debe guiar a la humanidad desde el reino de la necesidad hasta el de la libertad.

Visto que el Estado se llama andana a la hora de repensar estos temas básicos, bueno es que lo haga desde su autonomía el sindicato, que es parte implicada en el asunto por los cuatro costados. Solo a partir de una idea acertada sobre la realidad misma del trabajo, y en particular del trabajo por cuenta ajena, será el nuevo sindicato “repensado” capaz de encauzar la negociación de las reivindicaciones del conjunto de los asalariados y darles un horizonte situado más allá de lo inmediato.

Repensar el trabajo