jueves. 28.03.2024

Quita tus sucias manos de este choque de trenes

rufian

“Democracia es votar; antidemocracia es impedir votar”: una ecuación simplista y manifiestamente falsa desde el momento en que la votación propuesta afecta a la condición jurídica, los derechos y las libertades individuales imprescriptibles de personas presentes y futuras que no votarán, y anula la seguridad jurídica derivada de todo un ordenamiento positivo establecido, sustituido por no se sabe qué, ni se propone, ni se adivina.

La convivencia en democracia se basa en el respeto de todos al marco jurídico existente, que a todos implica. No basta la suposición de que ese marco sea “opresivo” para anular la obligación de respeto. La comunidad internacional ha amparado luchas de liberación contra regímenes coloniales anclados en la desigualdad jurídica de las personas; pero no es el caso de Catalunya. Aquí la comunidad internacional no ampara nada; aquí no se está dando una batalla por la igualdad, sino por la supremacía de unas leyes (ni siquiera vigentes; todavía en embrión) sobre otras, vigentes y contradictorias con las primeras.

La libertad legítima de una persona acaba allá donde choca con las libertades igualmente legítimas de otras. No cambia la situación el hecho de que una mayoría decida ignorar o suprimir los derechos de una minoría; una violación en grupo no se legitima por el hecho de que previamente haya sido sometida a votación, y la víctima haya quedado (lógicamente) en minoría. El voto de los delincuentes no santifica el delito.

Sorprende, entonces, que se vaya con tanta impudicia a un choque de trenes con el Estado soberano, por mucho que quien lo gobierna tenga escasa credibilidad democrática y se vea abrumado por el peso de una corrupción ejercida de modo sistemático durante largos años. Porque esto no es oposición a un gobierno (en lo que una gran mayoría de los españoles, si hacemos caso de los votos de las últimas elecciones, estaríamos de acuerdo), sino oposición a “cualquier” gobierno de España, a partir de la negación de las reglas compartidas de convivencia.

Se podría (se debería) encauzar este combate desde la afirmación precisamente de los derechos de ciudadanía de los trabajadores, de las mujeres, de los jóvenes, de los pensionistas. De la salvaguarda de derechos vigentes, pero conculcados, a la salud, al trabajo digno, a la vivienda, a un medio ambiente saludable, a una educación adecuada a las potencialidades de cada cual, a la igualdad de oportunidades de ascenso social. Todo ello es posible, tanto en Catalunya como en otros lugares de España, tomando como objetivo el cambio de un gobierno aborrecido por todos.

Pero cuando se marcha con decisión a un choque de trenes entre dos legalidades, resulta incoherente la interjección de Gabriel Rufián a Mariano Rajoy en las cortes españolas: «Quita tus sucias manos de las instituciones catalanas.»

Porque, en efecto, el jefe del gobierno tiene legitimidad para imponer sus manos –sucias o limpias– sobre las instituciones de las autonomías. Y Rufián no puede alegar ignorancia de este hecho simple y sencillo.

Quita tus sucias manos de este choque de trenes