jueves. 28.03.2024

Por un proyecto de país

Detrás de la fachada de Iglesias con su peculiar narcisismo mediático, Sánchez habrá de hurgar para tomar en cuenta la pluralidad que impregna la idea de Podemos.

Al margen de que la búsqueda de pactos de gobierno o, como mal menor, de investidura, esté resultando prolija y fatigosa, todas estas negociaciones se resienten de un pecado original: a partir de unas conversaciones en el vértice, solo se pueden generar proyectos verticistas. Pedro Sánchez debería tomar nota de que será necesario ir más allá de un acuerdo con Pablo Iglesias, Albert Rivera y Soraya Santamaría u otra persona por designar aún en representación del PP (descarto de entrada a Mariano Rajoy, al que considero irrecuperable para cualquier proyecto de futuro).

Sánchez es muy consciente, con toda seguridad, del conglomerado de fuerzas, vectores e intereses difícilmente conjugables que conviven en el PSOE, pero puede caer en el error de pensar que no ocurre lo mismo en el territorio de sus interlocutores, y dar por sentado que cuando digan Sí, lo estarán diciendo también todas las fuerzas heterogéneas que se agrupan en torno a ellos. Puede ser cierto en el caso de Rivera, porque Ciudadanos sigue siendo aún una organización política de diseño, fabricada desde arriba y sin arraigo real en la sociedad. En el caso del Partido Popular,podrá contar con el factor de la disciplina interna, un reflejo condicionado que ha funcionado de forma fiable en anteriores ocasiones y tal vez (solo tal vez) lo siga haciendo en la actual coyuntura. Pero detrás de la fachada de Pablo Iglesias con su peculiar narcisismo mediático personal, Sánchez habrá de hurgar para tomar en cuenta necesariamente la pluralidad que impregna la idea de Podemos, y más allá, de los En Comú, los Compromís y las Mareas, con todos los componentes heterogéneos (grupos políticos menores, alternativas municipalistas, movimientos sociales) de todas esas distintas síntesis o resultantes parciales. Unificar ese conglomerado en un solo grupo parlamentario es en sí una mala idea; no atender en las negociaciones a la diversidad de origen y de proyecto de todo ese gran bloque de activos políticos, es abocarse al fracaso. Sánchez tiene un ejemplo del que aprender, la odisea vivida por Junts pel Sí con la CUP en Cataluña: tal fue el resultado de dar por supuesto que todos querían lo mismo en todo, por la sola razón de que querían lo mismo en una cuestión.

Hay dos formas de elaborar un proyecto de país: se puede buscar una síntesis difícil, o se puede partir de una abstracción simplificadora. Es muchísimo más habitual seguir el segundo camino, que el primero. Nos lo ha dicho Paul Krugman en referencia a la economía (pero apenas si extrapolamos al trasladar su afirmación al país en su conjunto, porque la economía es hoy más que nunca el ingrediente esencial de un país): «La economía convencional opera en base a “modelizar” no una realidad, sino una opción ideológica y virtual de la realidad.»

Cuando se habla de España, por lo general se está abstrayendo la realidad directamente observable. La unidad de España se sigue considerando algo fundamental, intocable. Pero si se examina de cerca, apenas si aparece: lo constatable es la diversidad y en muchos casos la confrontación, y esa realidad se desconoce y se intenta negar en aras de una unidad puramente ideológica. En concreto: de la unidad de destino en lo universal, una idea joseantoniana que sigue agazapada en la concepción que utilizan para hablar de España tanto nuestras derechas como también nuestras izquierdas, por sorprendente que esto último pueda parecer.

Volvamos a la historia económica de la mano de Carlos Arenas Posadas, a quien debo también la anterior cita de Krugman. Dice el maestro sevillano en la presentación de su magna obra recién aparecida: «Uno tiene la sensación, leyendo libros y manuales de historia económica, de que, cuando se intitula “España”, unas veces apenas se rebasa la dimensión de una región, de una ciudad o de una porción de kilómetros a la redonda; y otras veces, que se habla de un aglomerado inconexo de realidades económicas y sociales diferentes. España es un país para el que no valen los promedios.» (Poder, economía y sociedad en el Sur, Centro de Estudios Andaluces, 2015. P. 16).

En el proyecto de un país y de una economía "para los que no valen los promedios", concebido a partir de una síntesis integradora de fuerzas y realidades muy diversas, habrá de tenerse en cuenta el encaje adecuado de las diversas partes en el todo. Pero esa operación difícil exigirá además un margen adecuado de flexibilidad ante la certeza de que el tiempo seguirá pasando, y con él cambiarán las correlaciones de fuerza y las posiciones relativas de las distintas partes (geográficas, económicas) consideradas inicialmente. El proyecto inicial habrá de ser “abierto” en el sentido de tener en cuenta las eventuales modificaciones, potencialmente numerosas y profundas, que necesariamente se producirán a lo largo del trayecto futuro.

Y si eso ocurre en el nivel estrictamente interno, intraestatal, lo mismo ha de postularse en lo que se refiere a las relaciones exteriores y a la posición que España (esa incógnita) ocupará o dejará de ocupar, por méritos propios, en lo que convencionalmente se viene en llamar el concierto de las naciones.

Por un proyecto de país