martes. 23.04.2024

La paradoja de Podemos

Resulta que lo que de verdad ha resultado eficaz han sido las plataformas plurales basadas en la puesta en común de un impulso de protesta, de revuelta y de alternativa...

Esto es lo que escribí en la entrada de ayer del blog: «Por paradoja, sus mejores éxitos [de Podemos] se encuentran en lugares donde no se ha presentado con sus siglas.»

Uno escribe frases así un poco de carrerilla. ¿Por paradoja?, me pregunté al releer lo escrito. ¿Dónde está la paradoja? Seguramente no lo es, sino solo una circunstancia que llama la atención. Pero no corregí la palabra, y esa misma noche la publicación de un documento titulado “Abrimos Podemos” y avalado por 22 firmas de candidatos electos, encabezadas por la de Pedro Echenique, me llevó a pensar que quizás acerté por chamba y sí existe en realidad una paradoja en la trayectoria fundacional del nuevo partido.

Me remito al documento. Aclaro que no me satisface la fraseología que utiliza, pero eso es lo de menos. Lo que se constata en esas líneas viene a ser lo mismo que señalaba yo en relación con los resultados de Podemos. A saber, que el potencial transformador del movimiento social inicial resultaba muy superior al de la formación política («un partido más») aprontada para dar una salida a la indignación difusa de la gente y un vuelco completo al tablero político.

Después del laborioso proceso de constitución de un partido “de nuevo tipo”, resulta que lo que de verdad ha resultado eficaz han sido las plataformas plurales basadas en la puesta en común de un impulso de protesta, de revuelta y de alternativa, que no pertenece a ninguna opción en concreto, y del que ninguna opción puede tampoco intentar apropiarse para patrimonializarlo en exclusiva.

Después de las elecciones municipales y autonómicas, señala el documento, Podemos «ha dejado de ser el único instrumento de cambio». Excusen la enmienda: nunca lo fue. La cresta de la ola puede hacerse ilusiones de estar dirigiendo el movimiento combinado de fondo, pero ella es lo contingente, y este último lo sustancial. Cuando emergió el tsunami del 15-M, los observadores de muy distintos ámbitos y tendencias constataron que los movimientos sociales se habían situado muy por delante de los partidos de progreso en la exploración de unas vías de alternativa a una situación política caracterizada por el marasmo, la rutina y las malas prácticas (con este término genérico me refiero, tanto a la corrupción rampante, como a las corruptelillas en las que quien más quien menos ha ido incidiendo).

La idea de canalizar la riqueza policéntrica y descoordinada de los movimientos en un único partido político dotado de una sensibilidad y unos métodos de funcionamiento próximos a ellos, era en principio lógica y viable. La constitución de Podemos fue seguida con expectación y despertó esperanzas en no pocos sectores de la “vieja” clase política. De lo que no puede alardear Podemos es de haber sido entonces «el único instrumento de cambio». Eso no es ni siquiera populismo: es narcisismo, adanismo, izquierdismo infantil adornado con citas de Laclau. Porque cualquier manual de política vieja o nueva deja claro desde el primer capítulo cuáles son las características, y dónde se encuentran, de los instrumentos objetivos de cambio.

Los resultados halagüeños de Ahora Madrid, Barcelona en Comú, Zaragoza en Común, Marea Atlántica o Las Palmas de Gran Canaria Puede, merecen en efecto un análisis reposado. Están en consonancia con la fuerza inicial de los movimientos, mientras que en las autonomías parece evidente que ha existido una desaceleración del impulso. Y la incógnita está en saber qué ocurrirá en los idus de noviembre, porque la casamata de Moncloa solo puede conquistarse a partir de una opción arraigada en todo el territorio, asentada en bases programáticas firmes, capaz de convencer y seducir a sectores muy distintos entre sí de la ciudadanía, restañando las heridas y recosiendo los desgarrones que se han ido produciendo en ella.

Para lograrlo, Podemos debe aterrizar en la realidad y constatar que no es, ni ha sido, ni puede serlo, «el único instrumento de cambio». El cambio es otra cosa. Exige muchos protagonistas y muchos instrumentos, y uno de los menos prescindibles entre ellos es una política coherente de alianzas. Los politólogos de Podemos que negocian los pactos de gobierno en algunos lugares donde su no consecución abriría las puertas de la gobernanza a la derecha más corrupta, parecen no haber aprendido aún esa asignatura.

El documento “Abriendo Podemos” puede iniciar una nueva etapa, positiva, en la marcha del nuevo partido. Es justamente lo contrario de la opción de Juan Carlos Monedero, de su precipitado retorno al monte porque las realidades de la llanura no coincidían con su construcción ideal.

En lugar de angustiarse por no ser en solitario la única opción de cambio, Podemos puede utilizar al máximo su militancia y su influencia para elegir los aliados prioritarios de los que rodearse, establecer condiciones razonables de entendimiento con ellos, y elaborar programas compartidos que aporten cambios concretos, palpables y mensurables, a una sociedad que debe transitar rápidamente, para no perder el paso, de la indignación a la esperanza (aguirres, abstenerse).

La paradoja de Podemos