jueves. 28.03.2024

No hay mal que por bien no venga

Mariano Rajoy debe de pensar lo mismo que Franco, después de la última jornada electoral. No lo ha dicho de forma explícita, sin embargo.

Las de arriba son palabras pronunciadas por Franco en el discurso de nombramiento de Carlos Arias Navarro como presidente del Gobierno, en sustitución del difunto almirante Carrero Blanco. Fueron en su momento objeto de mil cábalas e interpretaciones por parte de los comentaristas políticos, pero lo cierto es que nadie nunca consiguió aclararlas a satisfacción de todos.

Mariano Rajoy debe de pensar lo mismo que Franco, después de la última jornada electoral. No lo ha dicho de forma explícita, sin embargo. Se ha mantenido fiel a los manoseados tópicos habituales en su discurrir (“es incuestionable que somos la primera fuerza”, “no pasa nada salvo alguna cosa”, etcétera). Pero en el fondo de su tortuosa concepción de la política a largo plazo, de lo que él (y solo él) llama “gran política”, una cuerda íntima habrá vibrado para transmitirle una nota aguda de alivio y de consuelo. Se han perdido más de dos millones de votos y tropecientas alcaldías, sí, pero más ha perdido en el trance Esperanza Aguirre, a saber, todas sus opciones de alcanzar la Moncloa desplazando de su sillón al propio Augusto.

Todo lo demás, la invasión de advenedizos en las antesalas de palacio y el griterío de la plebe en las calles aledañas al sancta sanctorum de Génova, son minucias desdeñables. Para eso está la Ley Mordaza. Además, las protestas desaparecerán tan pronto como se dejen sentir en el clima de la opinión los beneficios de la recuperación económica, más y más pujante a cada día que pasa; entonces, todo el electorado se rendirá al superior discernimiento del presidente, a su paciente estrategia de la araña. Y con toda probabilidad llegará por sus pasos contados una nueva legislatura triunfal cuya mayoría absoluta permitirá acabar de aventar los engorrosos procesos incoados por corrupción y rematar la faena con una amnistía fiscal que arrastre todos los pelillos restantes a la mar.

En consecuencia, ha venido a decir Rajoy, no hacen falta cambios en el gobierno. No hay nada que retocar, nada que mejorar, nada que corregir. Todo había sido previsto, calculado y cuantificado desde un principio. España va bien, y la única tarea urgente en este momento es la de sentarse a ver pasar la vida bajo el balcón.

Conclusión final: la única víctima aparente del terremoto municipal ha sido Carlo Ancelotti, el entrenador del Real Madrid, que ha sido destituido fulminantemente por el presidente de dicha entidad deportiva, don Florentino Pérez, menos de veinticuatro horas después de conocerse los resultados de los comicios.

¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?, me dirán. No lo sé, la verdad. Pero no me negarán que la coincidencia es significativa. Y no solo eso: en el flash informativo de los telediarios me ha parecido ver durante un momento que Florentino torcía la boca y mascullaba entre dientes: “No hay mal que por bien no venga.”

No hay mal que por bien no venga