jueves. 25.04.2024

Mediocridad política y corrupción

Un hilo fino y resistente como un sedal de pesca enlaza la mediocridad política con la corrupción...

Un hilo fino y resistente como un sedal de pesca enlaza la mediocridad política con la corrupción. No es que no puedan existir la una sin la otra, sino que en los casos en los que aparecen juntas, las dos se potencian y se refuerzan mutuamente. Es el caso de España, incluida en ella, obviamente, Cataluña. Puedo argumentarlo por mis propios medios, pero el lector lo encontrará de un modo infinitamente mejor expuesto en el artículo “Muchos ojos y pocas manos” que mi admirada Milagros Pérez Oliva ha publicado en El País.

Subrayo algunos pasos de su razonamiento. A partir del predicamento institucional que la legislación dio a los partidos políticos en el alborear de nuestra democracia, se ha producido un secuestro (no cabe llamarlo de otro modo) de las instituciones por parte de los vértices de los partidos, y un reparto entre ellos de las posiciones de ventaja. Lo cual ha tenido una doble consecuencia:

  1. La escalada en el interior de los partidos hacia las posiciones de poder ha favorecido a los candidatos más adecuados en términos de afinidad y lealtad, y ha descartado los perfiles en los que predominaban la iniciativa y la capacidad de liderazgo. La consecuencia ha sido la mediocridad de unas élites políticas de extracción “chusquera”, espero que se me entienda el término.
  2. La supervivencia de los mediocres en el candelero de la política tiene un costo elevado en una sociedad muy competitiva. Las élites sobrevenidas han pagado ese costo a través de la creación de redes de clientelismo y de colusión de intereses con el poder económico.
  3. Un sistema tan torcido y de un funcionamiento tan sesgado no puede mantenerse de forma indefinida. Cada pequeño foco de corrupción ha procurado medrar como si fuera el único, lo cual era plausible; pero al retirarse la manta con la que todos se tapaban, lo que queda al descubierto no es agradable de ver. La reacción de la ciudadanía, castigada en su vida diaria y en sus expectativas de futuro por tantos enjuagues urdidos a su costa, ha sido de una indignación inmensa y justiciera.

En ese sentido, no cabe duda de que nos encontramos en un fin de ciclo. Pero los finales de ciclo pueden prolongarse, por otros medios. Hoy se percibe en las alturas un doble movimiento defensivo. En primer lugar se dispara con bala rasa contra lo nuevo: de un lado, ellos nos llevan al abismo con su radicalismo insoportable; y de otro, son en el fondo tan corruptos como nosotros mismos. La incoherencia de esa doble acusación no importa. Todo se deja a beneficio de inventario.

En segundo lugar, y de una forma mucho más discreta, se empieza a allanar el terreno a posibles y previsibles grandes coaliciones que agrupen detrás de una misma trinchera a todas las fuerzas heterogéneas y hasta ahora rivales que se oponen a lo nuevo.

Es un recurso válido únicamente a corto plazo, pero la política de los mediocres nunca ha intentado ver nada más allá del corto plazo, de modo que encaja en sus costumbres y en sus intenciones como anillo al dedo.

Mediocridad política y corrupción