viernes. 19.04.2024

Más dura será la caída de Convergéncia

Una de las vanidades más extendidas entre los humanos es la de querer ser recordados como los mejores en su especialidad. Maradona anduvo murmurando de Messi por las esquinas, decidido a impugnar que el “pecho frío” pasara a la historia por encima de su propia figura. Felipe González sigue empeñado en dictar la estrategia del PSOE incluso cuando él ya no es nadie en el PSOE, y el PSOE casi nada en la política española.

Jordi Pujol lo fue casi todo en Cataluña. El pal de paller, el hombre providencial e imprescindible. Los adversarios políticos comían de su mano. O se los comía él. A ERC se la merendó tres veces.

Solo se le conocen dos errores. El primero, de poca monta, fue un asuntillo de dineros B en Andorra. Habida cuenta del panorama en la encrucijada de la coyuntura nacional, peccata minuta.

El segundo error ha tenido una trascendencia bastante mayor. Pujol no dejó crecer bajo su sombra a políticos de tanta envergadura como Miquel Roca y Joaquim Molins. Los aburrió, literalmente. Y en cambio, fue a designar como sucesor de su trono a un guaperas con masters por Harvard. Lenguas de doble filo señalan a Ferrusola como la inductora del desastre (del desastre de Andorra también, sea dicho de pasada): la primerísima dama se habría sentido seducida por el hoyuelo de la barbilla y el tupé (en sus dos acepciones) de Arturo. El patriarca se retiró a la vida privada, y en pocos años su herencia política ha quedado desbaratada. El palo del pajar se rompió en algún momento, y Mas fue primero el audaz dirigente que marcó un nuevo rumbo a media Cataluña, y últimamente ni eso. Conserva, eso sí, la vanidad común de querer ser recordado como mejor que quienes le sucedieron. Eso puede explicar la resistible ascensión de Puigdemont al semigobierno de la semigeneralitat, de un lado; y el nombramiento de Homs al frente de las avanzadillas del semiejército catalán en territorio enemigo.

Homs ha intentado recientemente una filigrana de la vieja escuela, el peix al cove. Mientras se votaba la desconexión en Barcelona, en Madrid prestaba sus votos para una mesa del parlamento favorable a los designios de las fuerzas opresoras. A cambio, CDC se aseguraba dos millones de euros y un grupo parlamentario propio durante la legislatura.

No es que fallara algo sutil e imprevisible: falló todo. Homs trabajaba a partir de un libro de texto del curso pasado, ahora hay asignaturas nuevas. Convergència se ha quedado sin los dineros (nada que no se pueda remediar; bastará con cerrar algunos quirófanos y unos cientos de camas hospitalarias más durante este mes de agosto), y sin legión tebana en Madrid para alimentar las funciones de lobbying habituales en el mundillo de los politinegocios. Fiasco total.

En cuanto a la segunda parte contratante de la delicada operación por los bajinis, mantiene de momento su objetivo, una mesa favorable, pero podría ser que tampoco: ya se habla en voz alta de la emergencia de unas terceras elecciones. En septiembre aguarda a los españoles una secuencia de órdagos a la chica: elecciones vascas, ídem de lienzo gallegas, y cuestión de confianza catalana. Con su cachaza peculiar, Mariano Rajoy piensa que más vale esperar a que pase la tormenta y ver por dónde escampa, antes de optar por algo que le resulta especialmente doloroso: tomar una decisión (una cualquiera). A Rajoy elegir le revuelve las tripas. Le encanta la ideología del fin de la historia, de la concatenación de fuerzas irresistibles y del “no hay alternativa”. Ahí está la política que prefiere, no hacer nada y dejarse llevar por las corrientes subterráneas hacia un futuro repleto de brotes verdes.

Y sin embargo, algunos think tanks de Cataluña piensan aún que la debilidad del gobierno de Madrid permitirá a las fuerzas activas del procèsalcanzar el resultado con el que sueñan. A pesar de que el desgobierno catalán no es menor que el de Madrid; a pesar de las contradicciones internas prácticamente insalvables de su mayoría parlamentaria; a pesar del forzamiento ya demasiado evidente del vocabulario para simular que, cuando hablamos del derecho a decidir, todos estamos hablando de lo mismo, y no de cuestiones que pueden estar en las antípodas las unas de las otras.

En tiempos, Convergència tuvo en su mano, no la hegemonía, ojo, pero sí el pulso del país catalán, hasta el punto de que llegó a identificarse sin rubor a sí misma con Cataluña. Más dura será su caída.

Más dura será la caída de Convergéncia