viernes. 19.04.2024

Los misales de sor Marta

ferrusola

La madre superiora ruega al mosén que traslade dos misales de su biblioteca a la del capellán del convento, que él ya le dirá dónde los tiene que poner

Si se examinan los hechos con cruda objetividad, se trata de un delito; pero uno no puede dejar de admirar el acompañamiento escenográfico soberbio.

La madre superiora ruega al mosén que traslade dos misales de su biblioteca a la del capellán del convento, que él ya le dirá dónde los tiene que poner. Es el contenido de una esquela manuscrita, firmada por “Marta”. La fecha, 1995. El contenido debe entenderse del modo siguiente: la esposa del president de la Generalitat catalana, Marta Ferrusola, indica al gestor de las cuentas opacas de la familia en Andorra que debe trasladar dos millones de pesetas de su propia cuenta a la de su hijo Jordi Pujol Ferrusola, y que este ya le indicará más adelante cómo debe invertirlos.

Una primera interpretación de la maniobra, a bote pronto, es que la señora deseaba precaverse del qué dirán; disimulaba para pasar desapercibida ante la eventual proximidad de miradas o de oídos indiscretos. Yo soy de la opinión de que hay algo más, en el fondo. No es tanto un disimulo delante de terceros, como delante de ella misma.

Hay una forma de transitar por la política, específica de personas muy bien pensantes, consistente en no meterse jamás en política (1). Sentó cátedra en este modelo de comportamiento el fenecido caudillo de España, pero Jordi Pujol comparte con él una actitud similar en muchos aspectos. No era su vocación, en efecto, la política, oficio como se sabe turbio y bastante infecto, sino el ideal del servicio a una Catalunya (alternativamente, una España) radiante, que merecía todos los sacrificios, incluido, para Pujol, el de chapotear y revolcarse en el cieno madrileño. El espejo deslumbrante de una Catalunya inmaculada servía de biombo para ocultar algunos enjuagues antiestéticos que tenían lugar a su socaire.

Del mismo modo doña Marta, en el momento de entregarse a transacciones que lastimaban su escrupulosa conciencia de católica muy practicante, las disimulaba con metáforas piadosas o cultas. No eran millones, sino misales; no cuentas corrientes, sino bibliotecas. La única vanidad que se autopermitió, el título de madre superiora de boquilla.

Ese tipo de metáfora o traslación semántica de un campo a otro de la realidad permite mantener impoluta y en estado de revista una parte cuando menos de una conciencia escrupulosa escindida, de modo que el peso de la culpa no se haga del todo insoportable. Imagino los rodeos alambicados que habrán construido para sí mismas la monjita que vendía bebés en adopción a parejas adineradas y decía a las madres biológicas que habían muerto; o esa otra, la noticia es muy reciente, que proporcionaba víctimas infantiles sumisas a un sacerdote pederasta.

Los misales de sor Marta