jueves. 28.03.2024

Forges, adiós a un amigo

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El mono de Forges no nos acompañará más por las mañanas. Es una pérdida mínima si se quiere, pero muy dolorosa. La vida habrá doblado otra esquina de forma irreversible. La sonrisa de Forges, o de Antonio Fraguas, nos ha acompañado diariamente durante cincuenta años. Eso tiene un valor.

Más valor añadido aún tuvo, para mi generación en particular, el momento de su aparición. Todo era muy oscuro en los años sesenta, cuando intentábamos despuntar, y Forges fue un modelo de cordura, de ironía, de raro sentido común, valga el oxímoron. “Mariano” y “Concha”, sus personajes arquetípicos urbanos (en lo rural estaban la señá Blasa y Blasillo; en lo puramente surreal, las dos parejas de barbudos, la de los náufragos y la de la travesía del desierto), nos impusieron la fuerza cómica irresistible de sus contradicciones, tan asumidas como insalvables. Nos reíamos, no “de” ellos, sino más bien “con” ellos. Mariano y Concha asimilaban y reelaboraban los temas, las inquietudes, los tópicos y las consignas del momento. Un ejemplo, para que no me digan que lo dejo todo en abstracto. Aquel grito de guerra desde el cuarto de baño: «¡Mariano! ¡Escucha! ¡Tu Concha está en la ducha!»

No pudo ser más allá del 65 o el 66 como muy tarde (yo estudiaba entonces la carrera de Derecho en Madrid), cuando mi amigo Mario Trinidad me contó muerto de risa que había estado en un guateque de gente guapa la tarde anterior (paréntesis: ahora un guateque sería un artefacto absolutamente sin sentido, pero entonces canalizaba las energías sexuales de los jóvenes bajo el manto protector de una tolerancia ceñuda por parte del franquismo sociológico y del altar), y dos preciosas jovencitas de tacón alto y largas melenas pasadas por la plancha dijeron que conocían mucho a Forges, eran vecinas de la familia.

─ ¿Y cómo es él en vivo, al margen de sus dibujos? ─ se interesó Mario, y la respuesta de las nínfulas llegó, tan surrealista como un mono del propio autor:

─ Uy, es un “pijín”.

Forges, adiós a un amigo