miércoles. 24.04.2024

El fin del marianato y del florentinato, o viceversa

No estamos hoy tan lejos de las viejas estructuras feudales de poder, como podría suponerse.

No estamos hoy tan lejos de las viejas estructuras feudales de poder, como podría suponerse

Tal como se están desarrollando los acontecimientos, en el mes de junio podrían coincidir un remake de las elecciones generales del pasado diciembre y unas anticipadas a la presidencia del Real Madrid. De producirse tal conjunción astral, no cabe duda de que se ahondarán las zozobras de los dos electorados concernidos y el desgarro social, tal vez irreparable, de la ciudadanía globalmente considerada.

Los dos presidentes se han beneficiado en tiempos cronológicamente próximos, pero que hoy parecen muy lejanos, de un aura de infalibilidad. Lo mismo había sucedido antes con la Pitia de Delfos, el Brujo de Oz y el Pulpo Paul, hasta que sus repetidos patinazos en el control de los eventos futuros devolvieron las cosas a su justo lugar. Butragueño, gloria deportiva del club, había llegado a decir de su presidente Florentino Pérez que era «un ser superior», en uno de los ejercicios de sumisión personal y vasallaje más ridículos que se recuerdan desde que la revolución francesa puso fin al Ancien Régime. Con Mariano la cosa nunca llegó a tanto si atendemos a las declaraciones explícitas, pero se sobreentendía que era así, y punto redondo. Él contaba con su Versalles particular, y un leve gesto de fastidio o un guiño pícaro de ojos en los maitines de su corte de la calle Génova bastaban para poner fin a un asunto o, por el contrario, relanzarlo al estrellato.

No estamos hoy tan lejos de las viejas estructuras feudales de poder, como podría suponerse. Mariano y Florentino se han preocupado mucho menos de la suerte de las instituciones que presiden, como de afirmar su propia jerarquía, recibir con magnanimidad los besalamanos y los tributos materiales de sus valvasores, y cegar con empeño todos los canales que pudieran facilitar una sucesión ordenada a sus caudillajes personalistas y autoritarios.

Florentino habrá de devolver 25 millones de euros de una recalificación de terrenos amparada por uno de los barones de Mariano, el entonces alcalde Alberto Ruiz-Gallardón, y está amenazado con la prohibición de fichar jugadores (su ocupación favorita) la temporada que viene, por presunto quebrantamiento de las normas de la FIFA, otra institución rigurosamente feudal de nuestra época. En cuanto a Mariano, el cerco a las tramas corruptas va descabezando a sus colaboradores habituales y a las personas más cercanas a su restringido círculo de confidentes, primero Bárcenas, después Rato, ahora la aforada Rita Barberá, acosada por los flashes de la canallesca en el trayecto entre su casa y la peluquería.

El marianato y el florentinato han consumido ya su tiempo sobre la tierra, pero se resisten tozudamente a dejar paso libre a caras nuevas. Todos los sufrimientos que ya han padecido y los que avizoran parecen preferibles a los dos jerarcas, antes que el trance horrísono de su desaparición de las primeras planas de los medios. Ese empecinamiento esforzado de los dos ensombrece con un patetismo particular el Götterdämmerung wagneriano que tal vez nos espera a todos el próximo mes de junio.

El fin del marianato y del florentinato, o viceversa