jueves. 28.03.2024

Contra la España de las baronías

El Estado de las autonomías ha degenerado en el Estado de las baronías. Fue diseñado como un esquema cooperativo y poco a poco se fue convirtiendo en un laberinto competitivo.

Un síntoma reciente de lo que de forma genérica llamaré el “mal de España” ha sido la especie de OPA hostil esbozada por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, contra la celebración del Mobile World Congress en Barcelona. Uno de los síntomas más claros de la regeneración posible ha estado en la templada respuesta de la alcaldesa madrileña Manuela Carmena: las ciudades no deben competir entre ellas, sino cooperar.

No hace falta que la deseada regeneración empiece por una reforma de la Constitución; puede empezar por una reforma a fondo de las actitudes. Que debería empezar, ya que estamos en ello, por la actitud del gobierno central que en breve plazo – o no tan breve, lo que sería de veras lamentable – debe ser investido.

El Estado de las autonomías ha degenerado en el Estado de las baronías. Fue diseñado como un esquema cooperativo y poco a poco se fue convirtiendo en un laberinto competitivo. Un cordón umbilical hacendístico sólidamente instalado une el centro con cada una de las autonomías, y estas compiten entre ellas por los favores del centro y levantan murallas las unas frente a las otras. Esta deriva indeseada ha sido particularmente perceptible en los que fueron antiguos territorios de la Corona de Aragón. La hostilidad entre ellos llegó al máximo con la declaración política del valencià y el lapao como lenguas distintas del catalán, y con el oscurecimiento de la señal de TV3 en territorio de la Comunidad Valenciana. Eso de un lado; del otro, queda el empeño enconado en alcanzar la independencia para Cataluña como liberación de las cadenas seculares que la oprimen desde el Estado central.

Parece claro que sería conveniente para todas las partes una cooperación basada en la comunidad geográfica e histórica para una prosperidad común, pero lo que ha existido, por lo menos hasta el pasado mes de mayo, ha sido una competencia feroz para ver quién levantaba la muralla más alta e impermeable.

El cambio político en curso también ha de abordar esta cuestión, y no a más a más, sino como uno de los ejes principales de la regeneración de las estructuras profundas que mantienen y exacerban la desigualdad y la hostilidad entre los distintos territorios del Estado. El pequeño gran pacto PSOE-C’s es un paso, enmendable, en la mala dirección: vuelve a señalar la dirección del centro fuerte contra las razones de las periferias, y vuelve a estimular una España jacobina y uniformada, con una sola locomotora centralizada que arrastre en su estela unas autonomías escasamente autónomas, ordenadas en función de una división particular del trabajo para medro del cogollo central.

Ese esquema ya no es de recibo. Hoy se trabaja en red, desde la coordinación y no la subordinación, desde iniciativas y líneas de avance múltiples y entrecruzadas, con sinergias que se refuerzan entre ellas. Y no desde la tentación antañona y viejuna del ordeno y mando, y todo el mundo firmes a mi voz.

Que vaya tomando nota quien corresponda.

Contra la España de las baronías