sábado. 20.04.2024

Por dónde pasa el eje del mal

Las cosas no irán bien mientras sigamos empeñados en engañarnos a nosotros mismos.

Las cosas no irán bien mientras sigamos empeñados en engañarnos a nosotros mismos. Leo en el editorial de El País de hoy: «Europa, unida contra los atentados terroristas.» ¿De dónde han sacado una idea tan peregrina? La Europa dividida ante los refugiados de la guerra siria, de hace cinco días, no se reconvierte de pronto a una unidad ficticia contra el terror. La troika sigue siendo la troika, los muros alzados y las trincheras cavadas con tanto tesón siguen presentes, y ni siquiera se puede esgrimir un gran consenso ciudadano sobre políticas de seguridad en abstracto. Europa está asustada, pero el miedo no une, al contrario.

“Je suis Charlie Hebdo, Je suis París, Je suis Bruxelles” es un sonsonete conocido, pero en cambio nunca se añade a la letanía el nombre de Utoya, y se rehúye situar en nuestro catálogo de monstruos a Anders Breivik, el neonazi escandinavo, en el mismo plano que Abdeslam, el musulmán yihadista. Como tampoco entran en el cómputo global de la amenaza terrorista barbaridades criminales como las de Columbine o Azotzinapa. Solo se percibe una amenaza exterior, nunca las amenazas internas. El eje del mal está siempre en otro lado, nunca en los repliegues del propio sistema, allí donde florecen las contradicciones inconfesadas que vuelven el mundo que habitamos cada día más inestable, menos sostenible, más peligroso.

Bush junior y sus amigotes inventaron en su día el eje del mal, en el que figuraban Saddam Hussein, Osama bin Laden y el de turno en Corea del Norte. Algunos jeremías cercanos a nuestras latitudes han añadido al censo maligno a los bolivarianos de todo tipo y a los nacionalismos periféricos. Siempre los otros, configurados como la expresión de lo negativo frente a las bondades implícitas del sistema.

Para que las cuentas cuadren, solo se computan como válidas unas muertes, y no otras. Pero mientras tanto repuntan las cifras de accidentes laborales fatales, sin contar las muertes debidas a pilotos de aviación decididos a suicidarse en compañía, o a conductores de autobús que no tuvieron antes de emprender viaje el descanso preceptivo. De una parte, el lucro codiciado empuja a bajar la guardia en las cuestiones de seguridad, y el resultado se asume con entera naturalidad; de otra parte, produce asombro y consternación el hecho de que algunos facinerosos (pero no todos, se omite a algunos de los realmente existentes) aprovechen esa guardia baja para propinar puñetazos dolorosos a un establishment basado en modos de vida y de trabajo inestables y descompensados.

Podrá hablarse de unidad cuando todos seamos Freginals, además de ser todos Bruselas. Cuando cale hasta el fondo una preocupación compartida por la seguridad de todos, por el bien común, con el acento agudo correctamente colocado en el concepto, no solo en la palabra.

El eje del mal existe ciertamente, pero no es privativo de nadie; es transversal.

Por dónde pasa el eje del mal