martes. 19.03.2024

Confundir la estabilidad con la inmovilidad

Demonizar a Syriza o a Podemos viene a ser una actitud tan incoherente como denunciar la paja en el ojo ajeno y regodearse en la viga del propio...

Demonizar a Syriza o a Podemos por movilizarse contra ese peligro palpable viene a ser una actitud tan incoherente como denunciar la paja en el ojo ajeno y regodearse en la viga del propio

Muy en su papel de gran muñidor del statu quo en Europa en general y en nuestro país en particular, El País previene hoy en un editorial especialmente patoso (“Pulso de populismos”) contra las “aventuras” de signo “radical y populista” que ponen en riesgo tanto la “recuperación económica” como la “seguridad” y la “estabilidad” institucional, así en Grecia como en España.

Utilizar las palabras como mantras, y no como vehículos de ideas plausibles, tiene sus consecuencias. Así, una característica universal de la política actual, el populismo descarnado, se adjudica en el editorial citado a unas posiciones determinadas del abanico político, y no a otras. Analícense con imparcialidad declaraciones recientes de Susana Díaz o de Pedro Sánchez. O bien la estupenda declaración de Rajoy de que «la crisis ya es historia». Serán menos creíbles que otros eslóganes situados del lado de los movimientos sociales y sus aledaños, pero no son menos populistas.

Otro tanto ocurre con los nacionalismos. Todos son considerados desastrosos excepto el más dañino, el nacionalismo español ortodoxo según el dogma aceptado, para el cual España es una, eterna e indivisible, católica y apostólica, martillo de herejes y luz de Trento. Todo ejercicio de laicismo o de escepticismo en este tan discutible terreno es considerado ipso facto por los poncios materia nefanda. Lo cual impide a la legión de quienes abominan de las “ideologías” consentir en discutir siquiera cualquier tipo de solución que ofrezca el más mínimo resquicio no acorde con las esencias acendradas.

El statu quo presente brinda a los ciudadanos, secundum El País, “seguridad y estabilidad” frente a las propuestas “radicales”. No sé qué calificativo dará, entonces, un observador imparcial a los últimos capítulos del serial “reforma laboral”, o a las propuestas rampantes de los dos patronos de patronos que acaban de competir por un lugar en la cumbre de la CEOE. ¿Paños calientes, reformas cosméticas? Si no se trata de medidas y de propuestas “radicales”, se me escapa por completo el significado del término. Tampoco alcanzo a ver qué estabilidad y qué seguridad se garantiza a nadie con ese tipo de medidas. Tomemos como ejemplo la recuperación económica; son ya demasiadas las voces concordes en que, cuando se produzca – que esa es otra –, dejará un saldo neto de precariedad y desigualdad social acrecentada.

Desigualdad creciente de las partes, inestabilidad y precariedad creciente en el empleo, inseguridad permanente, esa parece ser la marca de fábrica del futuro que se está fraguando en los pasillos de los diversos poderes constituidos y avalados por el statu quo. El sociólogo alemán Ulrich Beck, en un artículo ya añejo pero plenamente vigente, señala cómo las políticas inspiradas en el capitalismo global están rompiendo con todos los equilibrios consensuados en la etapa anterior y abocan a la sociedad de los países avanzados a un panorama de incertidumbre y de riesgo generalizado. La estabilidad en el trabajo, afirma con énfasis Beck, es “la” condición primordial de la estabilidad social; y por esa razón define la «utopía neoliberal» como «una especie de analfabetismo democrático» que atenta contra los propios intereses del capital. Demonizar a Syriza o a Podemos por movilizarse contra ese peligro palpable viene a ser una actitud tan incoherente como denunciar la paja en el ojo ajeno y regodearse en la viga del propio.

Confundir la estabilidad con la inmovilidad