sábado. 20.04.2024

Sin palabras

Los capilares nerviosos de las redes sociales trajeron la noticia a Poldemarx a la hora plácida del café, antes incluso de las últimas horas urgentes de las televisiones, cuando el hecho mismo aún era solo un rumor vago, sin precisiones ni contornos definidos. “Ramblas. Atentado. Furgoneta. Muertos. ¿Estáis bien?”

Estamos bien, y no lo estamos. La onda del interés solidario ha sido universal. Llegaban de continuo mensajes al móvil de Carmen, con la misma pregunta, “¿Estáis bien?” A Nicos, mi yerno griego y médico, lo llamaban sus pacientes desde Atenas: “¿Todo bien, iatrós?”

¿Es un alivio que la catástrofe no se haya cebado con ningún familiar, con ninguna persona directamente conocida? Lo es, y no lo es. Sabemos ahora que en el mundo global no hay terrenos acotados libres de amenaza, lugares en los que sea posible estar con plena seguridad, con total confianza. Vivir supone siempre y para todos un riesgo sobreañadido; la vida (para citar el título de una ácida comedia francesa de hace bastantes años) no es un largo río tranquilo.

Transcribo unas palabras de una novela que he empezado a leer ayer (Margaret Atwood, El cuento de la criada, Salamandra 2017, traducción de Elsa Mateo Blanco, p. 94). Se refieren a cómo eran antes las cosas, y cómo han dejado de serlo definitiva, inexorablemente: «Las noticias de los periódicos nos parecían sueños o pesadillas soñadas por otros. Qué horrible, decíamos, y lo era, pero sin ser verosímil. Sonaban excesivamente melodramáticas, tenían una dimensión que no era la de nuestras vidas.

            »Éramos las personas que no salían en los periódicos. Vivíamos en los espacios en blanco, en los márgenes de cada número. Esto nos daba más libertad.

            »Vivíamos entre las líneas de las noticias.»

Ahora nosotros, los anónimos, estamos también incluidos, sin remedio, en las líneas de la noticias de cada día. El atronador ruido informativo canalizado por los medios habla siempre, también, de nosotros. Sin palabras, casi siempre; pero eso no supone ningún consuelo.

Sin palabras