jueves. 18.04.2024

Sexo y religión, o abominar de los efectos sin cuestionar las causas

papa

Si la Iglesia es en efecto una institución de origen divino, lo lógico sería que la tasa de la pederastia fuera, en el ámbito reducido de sus ministros del culto, muy inferior, si no inexistente

El papa Francisco es una persona cercana y sencilla. Todos reconocemos su humanidad y le queremos, salvo por una característica no intrascendente que lo adorna: o sea, es papa.

En su última aparición ante los medios, de vuelta de una visita a los países bálticos, se ha pronunciado sobre la depredación sexual extendida contra los/las menores, que la jerarquía ha ocultado celosamente durante decenios (por lo menos). Francisco encuentra terrible el hecho en sí, pero añade, literalmente: «Los hechos históricos deben ser interpretados con la hermenéutica de la época en la que sucedieron.» La corrupción, sostiene, ha disminuido porque la Iglesia se ha dado cuenta de que tenía que luchar contra ella de otra manera; es decir, no ocultándola.

Y añade el pontífice que el porcentaje de casos de abuso achacables a sacerdotes es el mismo que el que afecta a la sociedad laica en su conjunto; por más que resulta particularmente monstruoso en personas «que han sido elegidas por Dios para llevar a los niños al cielo». ¿Elegidas por Dios? ¿Llevar a los niños al cielo? Paso sin comentario la frase, por no alargarme.

Pero es rigurosamente falso que los hechos históricos deban ser interpretados desde los criterios dominantes en la época en la que sucedieron. La Historia en tanto que ciencia nunca ha hecho tal cosa. La forma correcta de evaluar barbaridades que en su momento parecieron a los gobernantes una buena idea, es examinar sus consecuencias a largo plazo y sus repercusiones sobre las generaciones que han venido detrás. Es la forma de que la historia sirva para algo, y de consolidar los progresos éticos que se esperan de la experiencia del comportamiento de las sociedades humanas. ¿A alguien se le ocurre juzgar la Inquisición o las matanzas indiscriminadas de poblaciones en la cruzada contra los cátaros al grito de “Dios reconocerá a los suyos”, utilizando como hermenéutica la forma de pensar de unos tiempos marcados por la barbarie y el fanatismo? ¿No se esquivaría de esa forma el problema moral de fondo?

Pero es que la Iglesia católica, que impone la firmeza del Dogma frente a las veleidades de una moral laica acomodada al paso de los tiempos, es la última institución que puede acogerse al relativismo moral contra el que ha disparado su artillería pesada en tantas ocasiones. Porque si ese es su punto de vista en relación con la pederastia de los curas (y únicamente de los curas), ¿cuál habría de ser su posición en relación con el aborto o con el matrimonio homosexual, por citar solo dos viejos caballos de batalla del clero pastoreado por Francisco?

Y en último término, si la Iglesia es en efecto una institución de origen divino y que recibe de forma ininterrumpida inspiración y auxilio espiritual de aquella entidad incognoscible que está radicada en los cielos, lo lógico sería que la tasa de la pederastia fuera, en el ámbito reducido de sus ministros del culto, muy inferior, si no inexistente, a la de la grey confusa y atribulada a la que es necesario guiar y sostener con oraciones y sabios consejos para que no se desmande, como es su inclinación natural atizada constantemente por el Maligno.

En cuanto a las causas reales de la depredación sexual de los eclesiásticos, que Francisco ignora u omite por completo, escribí hace poco un artículo de tono bastante iracundo. Me remito a lo que dije allí.

Sexo y religión, o abominar de los efectos sin cuestionar las causas