viernes. 19.04.2024

Queremos tanto a Iceta

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La convocatoria de elecciones, siquiera sea en aplicación del odiado artículo 155 de una Constitución palmariamente insatisfactoria, representa una oportunidad para ir colocando las cosas en su sitio

Puede que a fin de cuentas las próximas elecciones catalanas no sirvan para nada; que no signifiquen ninguna solución.

Lo digo con la boca chica, por supuesto; no lo deseo. Tenemos una oportunidad de remendar el casco de la nave y tapar unas cuantas vías de agua. El independentismo ha llegado ya al punto extremo de su recorrido, ha declarado la república. Sin glamour, sin solemnidad, sin convicción, mirando al tendido y con cara de funeral, pero la ha declarado. Resulta que no se proponía nada más. Nunca estuvo en la mente de nuestros gobernantes, según declaración propia, algo así como por ejemplo gobernar la república; solo querían declararla. “No estábamos preparados para la independencia”, van diciendo en distintos foros. El procés  ha devenido más o menos lo que la vida según Macbeth: un cuento contado por un idiota (lo siento, no lo digo yo, lo dijo Shakespeare, vayan a él con las reclamaciones). «Lleno de ruido y de furia, y sin ningún significado.»

Dejemos de lado los destrozos que todo el asunto ha traído en la economía y en el tejido social. Lo grandioso, por las dimensiones de lo deplorable, es la exhibición de irresponsabilidad que han dado quienes aseguraban anteayer que todo estaba previsto hasta el último detalle, y confiesan ahora que improvisaban sobre la marcha.

Por tanto la convocatoria de elecciones, siquiera sea en aplicación del odiado artículo 155 de una Constitución palmariamente insatisfactoria, representa una oportunidad para ir colocando las cosas en su sitio; si más no, para reemplazar las irresponsabilidades del gobierno anterior por un proyecto plural quizá defectuoso y alicorto, pero capaz de llevar a cabo los zurcidos necesarios en el vestido de gala, y dejar tal vez puestos algunos cimientos de otra cosa.

Es en esta situación cuando la alcaldesa de Barcelona rompe su pacto de gobierno con el PSC. ¿Por qué?, nos preguntamos estupefactos, y ella responde: «Això va de democràcia.»

Mentar la democracia en una situación así no es de recibo. De democracia va la cosa todos los días, ha ido en toda la etapa anterior, irá de nuevo mañana y pasado mañana. Ofenderse porque Miquel Iceta defienda el 155 es empeñarse en seguir en el plano meramente declarativo, y no descender al suelo. Quizá peor, es un movimiento con un fundamento último de carácter electoral, y eso sería lamentable por lo que nos espera a todos después de la noche del recuento.

El PSC –Iceta, si condescendemos a personalizar– viene a ser el punto fijo del péndulo de Foucault. No se mueve, solo pivota en la defensa de sus posiciones. No es lo que muchos deseamos, pero supone un agarradero fiable. Por sí solo no pesa gran cosa, pero todo oscila a su alrededor.

De lo que se trataba ahora es de un reagrupamiento de fuerzas en torno a bases de partida que permitieran avanzar por un camino más despejado y en una dirección más concreta. Algo que debería ser capaz de unir a todo el catalanismo de cabeza fría, y aislar al que se ha desmadrado sin remedio, pongamos que estoy hablando de Junqueras y de Rufián.

Si ese era el objetivo, hemos dado un serio paso atrás. Por eso digo que temo que a fin de cuentas las elecciones no sirvan para nada.

Queremos tanto a Iceta