viernes. 29.03.2024

Oxígeno financiero para Grecia

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Nos cuenta Sandro Pozzi desde Nueva York (en El País) que el consejo de gobierno del Fondo Monetario Internacional ha decidido inyectar 1.600 millones de euros en la economía griega, para facilitar la liquidez, la sostenibilidad, y esas cosas. La decisión no se ha hecho aún efectiva, pendiente de las negociaciones en curso y de “garantías específicas y creíbles” por parte de los socios europeos.

No entiendo muy bien eso de las garantías, quizá se refiere a lo que dijo no hace mucho el pícaro puritano de Dijsselbloom, a saber: garantías de que los griegos no se lo gastarán todo en vino y verbenas, como tenemos por costumbre inveterada los pueblos del sur.

Otra cosa que no entiendo: el objetivo último de la negociación pendiente parece consistir en que Grecia “aplique un programa que le permita acudir al mercado de capitales para buscar financiación.” Es decir, se le da algo de dinero (mil seiscientos millones vienen a ser una gota de agua en el océano de la desigualdad) para que esté en condiciones de pidolar en mejores condiciones a la puerta de los templos del gran capital, a la salida de la misa de doce. Qué programa puede ser ese, y cómo podrá ser implementado, son cuestiones que en principio quedan en la penumbra.

El Fondo añade al comunicado sus ya características notas didácticas y paternalistas: se están produciendo progresos “en la buena dirección”, sea esta la que fuere, y se está en vías de restaurar “la estabilidad macroeconómica y el crecimiento a medio plazo”, para lo cual urge a “no crear falsas expectativas” y a emprender más “reformas estructurales” necesarias para el alivio ulterior de la deuda. También se llama a proteger a los grupos de población más vulnerables.

Los grupos más invulnerables están ya protegidos de sobra, no es necesario mencionarlos. El Tribunal Constitucional griego echó atrás la reforma fiscal del gobierno Tsipras porque pretendía hacer pagar más a quienes más tenían, y los propios “socios” europeos (la UE) le reprendieron cuando intentó repatriar capitales evadidos y custodiados en bancos por encima de toda sospecha. Se riñó entonces a Grecia haciéndole ver que aquella no era la “buena dirección”. Ocupémonos de los vulnerables, sí, pero desde el respeto reverencial a los invulnerables. Ese es el sudoku que hay que resolver.

Mientras, un terremoto ha sacudido la isla de Cos, una de las más dulces del Dodecaneso, por fortuna sin demasiados destrozos irreparables. El Asclepeion, el recinto dedicado en la antigüedad al dios de la medicina Asclepio (su nombre se transmitió prácticamente intacto al panteón romano; allí se le llamó Esculapio), está situado en una amplia terraza natural, a media altura, y tiene detrás un bosque que fue declarado sagrado, y cuyo acceso estaba prohibido a los mortales. Es uno de muchos ejemplos de simbiosis entre ciencia y religión en la antigüedad; en ese bosque brota la fuente medicinal que ha hecho famosa la isla, y los griegos tenían muy presente la necesidad de preservar el medio ambiente y cuidar de la pureza de las aguas potables, desde el origen hasta las canalizaciones que las llevan al consumo del público (es una lección que no hemos aprendido los modernos, tan entusiastas del ideal helénico en otros aspectos). En la ciudad de Cos, el sabio Hipócrates daba sus lecciones a la sombra de un árbol que sigue hoy más o menos en pie, con la ayuda de fuertes sostenes de acero y con brotes y rebrotes que lo extienden sobre una amplia plaza agradabilísima, que se abre al mar y (a un lado) a la fortaleza levantada en ese lugar siglos más tarde por los caballeros hospitalarios de San Juan, para cerrar el paso de los estrechos por los que los otomanos pretendían hacer circular hombres, armas y víveres con los que asediar los últimos restos del imperio de Bizancio.

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