jueves. 28.03.2024

No soy unionista

Mi nombre aparece en un manifiesto de personas vinculadas con Catalunya en Comú y contrarias al referéndum unilateral de independencia anunciado para el 1-O. Me satisface que sea así. No soy muy de firmar manifiestos, pero en este caso vale la pena dejar constancia, cuando haya pasado lo que sin duda va a pasar, de que algunos ya avisamos con antelación.

Me ha llegado a Atenas el manifiesto vía Nueva Tribuna. No linko el documento porque no se trata del original catalán sino de una traducción automática al castellano, bastante esperpéntica. Me siento muy feliz, eso sí quiero dejarlo muy claro, de aparecer como firmante de un documento que me atrevo a calificar de necesario.

Acepto sin pestañear todos los calificativos envenenados que se nos dediquen desde los suburbios de un poder vicario. Amo a Catalunya, pero es sin duda una Catalunya distinta de la oficial. Soy traidor, en efecto, al ideal supremo de una Catalunya inmemorial, eterna y sacrosanta, pero lo soy entre otras razones porque hace muchos años que vengo traicionando cuantas inmemorialidades, eternidades y sacrosantidades me salen al paso.

Ahora bien, no soy unionista. No me importa mucho que me lo llamen, porque el signo de los tiempos es la falta de precisión, el disparar a bulto y despreocuparse de toda suerte de daños colaterales.

Pero no soy unionista. No deseo la unión con España, me limito a constatar que es lo que hay. No estamos en un punto neutro y equidistante desde el que podamos arrimarnos, como el asno de Buridán, a uno de los dos montones de paja idénticos marcados con las etiquetas de “independencia” y “unión”. Esa es una de las innumerables falacias de este proceso capaz de superar en absurdo al kafkiano. “Estamos” en la unión, y los dos caminos posibles a partir de ahí son, o bien la independencia (nos la intentan vender de baratillo y en cómodos plazos los sapastres de la Generositat más desprestigiada en siglos de existencia) o bien una mejora consistente y sostenible de la relación, muy deteriorada, que mantenemos con el constructo estatal del que formamos parte.

Yo estoy claramente en esta segunda vía. No me mola España, la España que hay. Deseo una España mejor, y deseo, en ella o fuera de ella, también una Catalunya mejor.

No es baladí ese “mejor” que coloco detrás de la España y la Catalunya que deseo. La disyuntiva que se nos propone es inmovilista; de forma artificiosa enfrenta a una España y a una Catalunya concebidas como dos entidades graníticas e idénticas a sí mismas en el decurso de la eternidad. Se nos exige que decidamos cuál de las dos preferimos, pero no preferimos a ninguna. Se nos pregunta si queremos un nuevo estado independiente, sin debatir antes cuáles van a ser las leyes fundamentales sobre las que se sustentará ese nuevo estado. Independentismo como acto de fe. Yo hace muchos años que dejé de tener fe.

No iré el 1-O ni a votar, ni a manifestarme. Incluso algo tan nimio e intrascendente como escribir el post que están leyendo ustedes me parece más útil que ese trajín desnortado.

No soy unionista